Superman es ante todo esperanza. La posibilidad de superación, de mejorar cada día, de entrega a los demás, de hacer algo mejor en cada acción que se emprenda. El primer superhéroe, que va a hacer 85 años desde que lo crearon Jerry Siegel y Joe Shuster, representa los ideales de bondad y superación del ser humano, a pesar de que Kal-El sea un alienígena. Ese es el campeón que representa Superman, que al contrario de los héroes que vinieron tras él, no se disfraza para ser un héroe, sino que lo hace para convivir con el resto de habitantes de Metrópolis cuando deja la capa y el traje a un lado. De este personaje nace todo el género superheroico. Un icono en toda regla que sigue volando más alto. Es un pájaro, es un avión… No, es Superman portando una serie de valores como la superación y la bondad del héroe idealizado. Sigue siendo el icono esencial del género que resiste al paso del tiempo.
Ese es en esencia el concepto de Superman, que Kurt Busiek (“Marvels», «Arrowsmith”, o “Siempre Vengadores”) tenía claro cuando acometió su etapa con el ultimo kriptoniano, a petición de Carlos Pacheco, que solicitó la presencia de su amigo y socio creativo cuando recibió el encargo de poner su lápiz a disposición del primer superhéroe de la historia. Busiek ya había trabajado con Superman, si bien de forma tangencial en la metáfora que supone el excelente “Superman Identidad Secreta”. Ahora tocaba meterse de lleno en la esencia del personaje en la cabecera que lleva su nombre. De esa incursión queda para el recuerdo una saga que ha pasado a la historia y de la que nos ocupamos hoy: “ Superman. La Caída de Camelot” («Superman. Camelot falls«) obra de Kurt Busiek, Carlos Pacheco y Jesús Merino, con los colores de Alex Sinclair, Dave Stewart, Lee Roughridge y Pete Pantazis.
Publicada originariamente en los números de Superman 654 a 658 y 662 a 664 y en Superman Annual #13, “La Caída de Camelot” ha sido reeditada en numerosas ocasiones y formatos varios. Quizá sea de lo más recordable de lo hecho con Superman durante la primera década el siglo XXI. A pesar de no ir mucho más lejos de los conceptos que giran en torno a este icónico personaje, lo que nos espera en esta aventura tiene todos los ingredientes de lo que se espera en una de sus aventuras. Y si bien no sorprende, tampoco defrauda. La premisa de partida es que quizá la existencia de Superman esté afectando los ciclos naturales de las civilizaciones ya que contar con un ser excepcional de poder inmenso retrasa la decadencia de una civilización, pero genera el efecto contrario en las fuerzas que han de derrocar a la civilización previa, pudiendo en este caso, cuando llegue el momento de “cambio de guardia”, la caída de la civilización precedente puede ser más dura y letal, llegando incluso a extinguirla. Así lo piensa Arion, un antiguo personaje del universo DC que vuelve en esta historia como villano.
Arion, el mago más poderoso de Atlantis, creado por Paul Kupperberg y Jan Duursema en 1982, protagonizó una serie entrañable que incluso pudimos ver publicada en España de la mano de Zinco en los años ’80. Busiek recupera a este poderoso mago para presentárnoslo como un pomposo y arrogante superviviente milenario que intuye que la aparición de Superman conllevará a la casi extinción de la humanidad por la teoría antes expuesta. El ha visto el futuro y sabe del apocalipsis que puede ocurrir con la aparición inminente de un futuro enemigo milenario, Khyber, que puede poner en jaque a la humanidad. El futuro está escrito bajo esa premisa y Arion hará lo que deba para evitar el mal mayor a la humanidad, aunque implique hacer sufrir y extinguir a una gran parte de la población.
Ante esa disyuntiva, Superman representa la oportunidad de mejora, de enfrentarse a los retos en lugar de aceptarlos resignado, de no rendirse ante la adversidad y así lo va transmitir Busiek en sus guiones. Ell choque entre el destino que espera y la oportunidad de cambio está servido en estas páginas. La esperanza frente a la resignación es el concepto que subyace en este relato que ya es icónico.
Un relato en el que Pacheco y Merino pusieron su arte al servicio de la historia. Más que buscar lucirse con páginas espectaculares, Pacheco busca la efectividad narrativa, y la logra con páginas certeras y redondas, de esas que dejan fluir lo contado y meten de lleno al lector en el tebeo. La magnífica simbiosis que tiene el lápiz de Pacheco con Merino da aquí grandes frutos, con un estilo ya más pulido y evolucionado que en anteriores ocasiones, dotando viñetas de gran fuerza y síntesis siempre al servicio de lo contado. Estas páginas son un buen ejemplo de lo que es el oficio de narrar gráficamente: no se trata de lucirse, sino de contar gráficamente, y Pacheco y Merino dan una lección magistral en estas páginas.
“La Caída de Camelot” no nos llevará a lugares nuevos o inexplorados. Tampoco retuerce el personaje a toda costa. “La Caída de Camelot” no es más, ni menos, que otro vuelo icónico del primer superhéroe de la historia en una aventura destinada al recuerdo. Porque sus autores cogieron la esencia conceptual del personaje y la dejaron fluir en unas páginas que a día de hoy ocupan un lugar en la historia del personaje, al lado de nombres tan ilustres como Jerry Siegel, Joe Shuster, Curt Swan, José Luis García-López, Neal Adams, Alan Moore, John Byrne, Marv Wolfman, Jerry Ordway o Geoff Johns. “La Caída de Camelot” es, en definitiva, la pervivencia del mito cuando tiene la suerte de caer en buenas manos. Las de Busiek, Pacheco y Merino. Es la esencia de la esperanza, la esencia del primer superhéroe.
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