En el ocaso de la vida, si las facultades se mantienen, es el momento de mayor apogeo. Por la experiencia y habilidad adquirida suele ser el momento de absoluta realización. El cénit antes del final. La cumbre de la plenitud, a sabiendas que, tras eso solo queda la degeneración y el final del camino. Es el momento de retirarse, y como decía Voltaire, “cultivar tu jardín”. En ese retiro nos encontramos a Francisco de Goya en la Quinta del Sordo, en el tebeo que nos ocupa hoy: “Goya Saturnalia”, de Manuel Gutiérrez y Manuel Romero, editado por Cascaborra.
Es la época de creación de las célebres “Pinturas Negras”. Cuando Goya las pintó para sí mismo, por el placer de crear. Quizá también por la necesidad de exorcizar todo lo vivido en aquellos tumultuosos años previos de guerra y crisis. Es pues una época del anciano pintor “saturnal”, en un doble sentido. El menos prosaico es el que corre por sus venas, la enfermedad del “saturnismo” ocasionada por la intoxicación de plomo que tenia el genio de Fuendetodos, tras toda una vida en contacto constante con los oleos.
El más poético es el sentido de libertad absoluta que implica la palabra “saturnalia” si lo asociamos a la tradicional fiesta romana de “las saturnales”, cuando ciudadanos y esclavos eran libres durante los siete días de diciembre previos al solsticio de invierno. Días de libertad, como los del pintor aragonés en su vejez, cuando fue libre de pintar lo que le viniera en gana, sin más motivo que la necesidad de expresarse. Sin un condicionante previo en forma de encargo o venta. Solo por el hecho puro de crear, de plasmar en el lienzo lo que se siente…
Nadie sabe qué pasaría por la cabeza de aquel Goya anciano y sordo con múltiples achaques. La única certeza que tenemos es la existencia de las “Pinturas Negras”, uno de los hitos de la pintura universal, por lo que suponen como germen de vanguardias posteriores que han existido. Con esa certeza, y una excelente labor de documentación que queda reseñada en el volumen, Gutiérrez y Romero nos presentan al Goya que pudo ser en sus últimos días. Un Goya descreído y desmejorado, pero también un artista en el sentido más amplio del término.
Catorce obras en su momento de alumbramiento, donde artista y pintura se entremezclan, confunden y mimetizan para dar como resultado la universal fuerza del trazo que impregna todas y cada una de estas obras. Todas ellas anidan y avivan “Goya Saturnalia”, sintetizando en una “fuga en cinco movimientos” que nos lleva al corazón de la creación, donde palpita la pintura, donde reside la lírica. Todo en el ocaso. Todo en el alumbramiento del arte imperecedero.
Vida y obra del artista se pasean por estas viñetas como si dos voces se persiguieran en un movimiento musical, al que como tercer elemento cohesionador se une el proceso creador en sí. Todo estructurado en grandes páginas donde la estructura de las viñetas y el trazo y color de Romero refuerzan la poética que impregna el guion de Gutiérrez. Discurso y estética quedan cohesionados en una narrativa gráfica que exhibe muchos de los recursos del noveno arte, demostrando que lo plasmado en estas páginas difícilmente se podría conseguir en otro medio de expresión. Quizá se llegaría a algo parecido, pero no igual y ni mucho menos con la intensidad y fuerza que rebosan estas páginas. Más que entretener, “Goya Saturnalia” conmueve llegando a dialogar con la parte inconsciente del lector, llevándole a ese lugar donde habitan las musas. Bienvenida sea esta “saturnalia” como artística liberación.
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