La llamaban Trinidad: la maravillosa pureza de la sencillez

Afroyaya Texto 1

Las abuelas. Personificación del cariño, de la entrañabilidad, del metomentodismo y el besuquerío. Podemos ver en ellas un referente inamovible, la figura respetable de sabiduría popular y refranera. Las echamos de menos cuando crecemos, cuando enferman y cuando se nos van. Las queremos. Afronia Trinidad López Huertas es una abuela. Que tiene superpoderes. Y baila. Y alecciona y te da besicos cuando te ve. Con ustedes, la Afroyaya.

La llamaban Trinidad es la segunda vida del personaje tras La Afroyaya (2017). Mientras que en su primera incursión en el mundo del tebeo, el personaje protagonizaba una historia que ocupaba el grueso del volumen, en esta reencarnación lo que nos ofrece Chema Lajarínez es un compendio de tiras cómicas breves que, en conjunto, arman una narrativa especial que da lustre a su criatura.

La llamaban Trinidad Texto 2

En este tomo de coqueto formato cuadrado, seremos testigos de un crisol de temas agrupados en pequeñas series: pasos de baile de la Afroyaya, tiras humorísticas, viñetas inspiradas por recortes de prensa reales que hacen mención a la pandemia, un impagable abecedario de léxicos murcianos y una increíble galería de ilustraciones a cargo de un nutrido grupo de importantes dibujantes del medio, con nombres como tan grandes como los de Daniel Acuña, Paco Alcázar, Carlos Giménez, Jan o Howard Chaykin, entre otros.

Lo primero que salta a la vista cuando uno se adentra en este tebeo es el tono cómico que caracteriza a una obra de claro espíritu paródico. Pero, detrás de eso, encontramos un sinfín de guiños a la cultura popular —desde Donald Trump hasta Thanos, pasando por el comisario Gordon (perdón, Gordopílez), el Joker, Don Pedrito y la mismísima Parca— así como un tributo a una sociedad inocente ya casi olvidada, tanto en la forma como en el fondo. 

La llamaban Trinidad Texto 4

Chema Lajarínez apuesta con su obra por cambiar el signo de nuestros tiempos. En esta época de agresividad, egoísmo, cultura de la inmediatez y culto al individualismo, su Afroyaya apunta a todo lo contrario, a la sencillez de aprovechar el tiempo con algo que nos haga sentir bien, al humor blanco y bienintencionado, a crear una comunidad sana y a la risa llegada desde nuestras costumbres más arraigadas. Es una jugada necesaria, hoy más que nunca, que nos obliga a detenernos para replantear algunos comportamientos que hemos ido adquiriendo en esta sociedad tan presuntamente civilizada. Es curioso que sea una obra tan pulcra, tan simple en su comedia y su trazo, la que nos llegue tan hondo. Y eso es porque apela a nuestro lado infantil y gamberro, pero también a la grandeza de hacerse mayor.

A nivel artístico, la gran mayoría de tiras adopta el aspecto de viñetas en formato cuadrado de 2×2 que funciona tan bien en el papel como en formato digital (Chema fue publicando una serie de estas tiras en redes sociales). El estilo de dibujo de Lajarínez es desenfadado y caricaturesco, perfecto para lo que necesita una creación que rememora muy de cerca la época de Bruguera. No en vano, el espíritu de aquellos viejos tebeos sobrevuela continuamente las páginas de La llamaban Trinidad, e incluso se le hace un homenaje explícito en una de las tiras. Tanto en el contenido como en el continente, el tributo es tan continuo que es imposible no rememorar las sensaciones que aquellas lecturas nos proporcionaban durante la infancia a los que ya tenemos una edad. El tremendo colorido de las páginas de esta obra no deja de ser otra sana huida de ciertas tendencias actuales, convirtiendo el volumen en toda una explosión cromática que la propia portada ya nos anticipa.

La llamaban Trinidad Texto 3

Oda al cine de Paco Martínez Soria, al tío de la Vara, a cómics y revistas añejos, al humor de toda la vida y, sobre todo, a la tercera edad, La llamaban Trinidad se alza como un perfecto entretenimiento para los tiempos que corren. Chema Lajarínez ha dado en el clavo creando a un personaje icónico que, de una u otra manera, nos representa a todos. El lenguaje utilizado, pleno de localismos murcianos que nos harán reír a carcajadas, nos remite a una entrañable vida rural. Y es que quizá sea esa la palabra que mejor define a la Afroyaya como personaje y como icono: entrañable. Tanto por su concepción (el personaje nace inspirado por la propia abuela del autor) como por el tipo de narrativa en que se enmarca.

Valga el presente artículo como reivindicación de la inocencia y la luminosidad que parecemos haber perdido por el camino. No es sencillo encontrar historias que busquen el lado positivo de las cosas hoy día, y «La llamaban Trinidad » lo hace con una pasmosa y terapéutica facilidad. Entrad en el universo de la Afroyaya, os vais a enamorar.

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