El Lirio Blanco: provechosa aventura

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“Para iluminar un bosque basta con que florezca un lirio.”


En el año 50 antes de Cristo, el pensamiento positivo comienza a extenderse, llegando hasta la aldea de los irreductibles galos que resisten ahora y siempre al invasor. Pero ¿serán inmunes a estas nuevas corrientes de pensamiento? De testearlo se encargará Viciovirtus, médico en jefe de las legiones de César y una suerte de “gurú” con una filosofía que remite a las técnicas de coaching y mensajes de autoayuda. Él introducirá estos pensamientos, “como la suave brisa”, en el campamento de Babaorum y en la aldea.

Bajo esta premisa nace el cuadragésimo álbum de Las aventuras de Astérix: “El Lirio Blanco” («L’Iris Blanc”), de Fabcaro, Didier Conrad y Thierry Mébarki, cuyo lanzamiento mundial se llevó a cabo el pasado 26 de octubre con una tirada global de cinco millones de ejemplares en veinte idiomas. “El Lirio Blanco”, supone el debut de Fabcaro como guionista de las creaciones de René Goscinny y Albert Uderzo, cinco aventuras después de que Albert Uderzo pasara el testigo argumental a Jean-Yves Ferri y los lápices a Conrad.

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Desde entonces, el tándem formado por Ferry y Conrad facturó aventuras dentro de los cánones de lo esperable para Astérix, dentro del estándar que quedó fijado décadas atrás cuando Goscinny e Uderzo dieron esplendor a Astérix y compañía en los tebeos que son atemporales como, «Astérix el galo«, “Astérix y Cleopatra”, “Astérix Legionario” y un largo etcétera que consiguió por unanimidad colocar a estos personajes como los máximos referentes de la Bande Dessinée francesa. Si bien, por todos es sabido que desde el fallecimiento de Goscinny, las aventuras de los galos dejaron de brillar como antaño. Con el arte de Uderzo la serie fue creciendo en aventuras que simplemente seguían la estela marcada hasta que finalmente el dibujante colgó los lápices y pasó el testigo a Fenry y Conrad con “Astérix y los Pictos”.


De aquellos cinco álbumes, previos al que hoy nos ocupa, pudimos observar dos tendencias. La primera, más saludable, fue la acertada elección de Conrad como dibujante de la serie: no solo asumió la estética y el estilo de Uderzo, sino que poco a poco lo ha ido haciendo suyo (obsérvese el Julio César que aparece en “El Lirio Blanco”), consiguiendo con su arte que Astérix, Obélíx, Panoramix, Abraracúrcix y el resto de galos sigan manteniendo una potente salud gráfica que los fans agradecen. Al igual que el color Thierry Mébarki, una solvente constante en los álbumes de Astérix desde “Astérix en la India”.

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En lo argumental, Jean-Yves Conrad entregó guiones solventes, en los términos de lo que se espera de una aventura de Astérix. Sin sorpresas, pero tampoco con sobresaltos, los guiones de “Astérix y los pictos”, “El papiro de César”, “Astérix en Italia”, “La hija de Vercingétorix o “Tras las huellas del Grifo” cumplían dentro del canon de lo esperable y aceptable, sin aportar mucho más a la saga que un buen rato leyendo las nuevas entregas. Si bien se apreciaba una deriva inmovilista, eran trabajos que, dicho sea de paso, tienen mayor consistencia argumental que los de la última etapa de Uderzo, pero que no resisten la comparación inmisericorde con los años dorados de la serie, cuando Goscinny firmo guiones atemporales.

“El Lirio Blanco” sigue en cierta medida la tónica antes descrita y no será aquí el lugar que condene a este nuevo álbum a la cruel comparación con alguna aventura creada por los padres de Astérix. Ya sabe todo el mundo cual sería el resultado. También Ferry y Fabcaro, que han de convivir con la larga sombra del inmenso legado de Uderzo y Goscinny, serán conscientes de ello.

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La forma de poder salir airosos del lance la tenemos en este nuevo álbum, “El Lirio Blanco”, donde se corrobora que si bien la serie tuvo días mejores (y que no volverán), las páginas que nos ofrecen en esta ocasión cumplen de sobra con el legado al que pertenecen. Didier Conrad cada vez está más suelto y hace vivir a los galos en viñetas más que solventes. Se aprecia un saludable salto cualitativo en los seis álbumes que lleva dibujando a Astérix y, a día de hoy, sus páginas se entroncan perfectamente con el estilo de Uderzo, dando en lo gráfico un resultado notable.

En el guion, tarea siempre más dicifil dada la sombra de Goscinny (de la que no pudo escapar ni Uderzo), Fabcaro (“Zaï Zaï Zaï Zaï”) sale airoso del reto asumido. No solo por el oficio practicado en la aventura, en la que con eficacia utiliza el recurso de introducir un nuevo “elemento” en la aldea gala para generar la discordancia que altere su paz, sino por la frescura que ha impregnado la trama. No se aleja en ningún momento del estándar de Astérix, pero reserva creativos gags a lo largo de la historia para que está sea rotundamente efectiva y entre de lleno este álbum entre lo mejor que se ha hecho con Astérix en el siglo XXI. Cierto que “El lirio blanco” presenta alguna semejanza con “El Adivino” o “La Cizaña”, sobre todo por las similitudes del planteamiento inicial, pero Fabcaro se aleja del camino trazado durante el desarrollo y evolución de la trama. Súmese a ello juegos de palabras e ingenioso humor, en la mejor tradición Goscinny, como los elementos con los que acertadamente juega el guionista en el tebeo.

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Mención aparte, y para ponerla en valor, es la traducción de Isabel Soto, Xavier Senín y Alejandro Tobar en la edición en castellano de Salvat que, como es tradición en la serie, trasladan las referencias culturales francesas del tebeo a españolas que cumplen igual función, dando mayor empaque (y divertida sorpresa) algunas de las soluciones propuestas en los textos, porque mantienen la fidelidad argumental del original francés buscando un acertado equivalente español.

Todo esto es lo que florece en las 48 provechosas páginas de “El Lirio Blanco”. Nunca podrá comparase con los clásicos de Uderzo y Goscinny, pero guarda en sus adentros los momentos quizá más divertidos que han protagonizado Astérix y compañía en mucho tiempo. Si en los anteriores tebeos de este siglo XXI afirmábamos que Astérix se mantenía vivo, con “El Lirio Blanco” ha ganado en saludable vitalidad argumental, ¡por Tutatis!

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No está nada mal en un día como hoy, en el que en 1959 los irreductibles galos hacían su primera aparición en las páginas de «Pilote«. Sesenta y cuatro años después nos siguen y seguirán divirtiendo, mientras el cielo no caiga sobre nuestras cabezas. Pero como dice, Abraracúrcix, «eso no va a pasar mañana.»

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