Los buenos veranos: rumbo a lo valioso

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“… Je vis comme si j’étais en vacances
Je vis comme si j’étais éternelle
Comme si les nouvelles
Étaient sans problèmes”

El hit setentero de Dalida, del que cogemos prestados unos versos de la canción de Cristiano Minellono, Pierre Delanoë y Salvatore Cutugno, sirve como preámbulo para el cómic que hoy nos ocupa: “Los buenos veranos” (“Les Beaux Étés”) de Zidrou y Jordi Lafebre, del que acaba de estrenar Norma una edición integral en la que se brinda en su totalidad una de las obras mas destacadas de reciente creación de toda la producción contemporánea de Bande Dessinée franco belga.

Parafraseando a Lope de Vega: “quien lo probó lo sabe”. Así ocurre con “Los buenos veranos”: quien se adentre en ellos descubrirá una serie de pulso firme pero sutil. Página a página este tebeo va cautivando conforme conocemos a la familia Faldérault, que a lo largo de seis vacaciones repartidas entre 1962 y 1980 los veremos crecer y madurar. Seis periodos vacacionales repartidos en esta hexalogía estival y familiar: “¡Rumbo al sur!” (“Cap au Sud!”), “La cala”, (“La Calanque“), “Don Bermellón” (“Mam’zelle Estérel”), “El descanso del guerrero” (“Le Repos du guerrier”), “La fuga” («la fugue») y “Las retamas” (“Les Genêts”).

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En el integral que nos ocupa, la presentación de las seis entregas sigue el orden cronológico de la vida de la familia Faldérault, que no fue el orden de publicación de los álbumes en su momento, pero que aporta mayor profundidad a la historia en su conjunto. Si bien cabe destacar que estos relatos funcionan tanto en el orden que se publicaron originariamente por separado, como el optado para el integral, o cualquier orden de lectura que se aborde. Y eso, tratándose de una historia lineal, la de la vida de la familia, es otra de las bazas que esconde “Los buenos veranos”.


Merito de ello reside en los guiones de Zidrou (“La Bestia”, “Rosko” o “Naturalezas Muertas”), donde a través de altas dosis de costumbrismo y sutilezas traza un relato que transpira vida y plenitud, la que se siente en vacaciones, aunque la vida conlleve reveses y los sueños se vayan diluyendo conforme la madurez se alcanza. Aun con eso, este integral es una lección de vida luminosa, como la ilusión infantil con que viven los niños el periodo estival.

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Esa luminosidad es lo que desprende esta obra, que el magistral trazo de Jordi Lafebre (“Carta Blanca”, “Lydie” o “La Modaine”, estos dos últimos junto a Zidrou) se encarga de potenciar con viñetas que van más allá de la mera trasposición de situaciones y diálogos, aportando sensibilidad, ternura y emociones en cada rostro, cada mirada, cada interacción. En el mismo sentido, el color que aplica el propio Lafebre junto Mado Peña y Clémence Sapin (que colabora en “Las retamas”), da el tono cálido y acogedor que potencia esta historia familiar de recuerdos y de vida. De días felices, aunque a la vuelta haya que seguir combatiendo las batallas diarias, de días soleados, donde se forja lo más preciado que tiene el ser humano.

Todo ello nos espera en esta saga, que Norma ha tenido a bien editar de forma integral al igual que Dargaud, en un magnífico tomo a la altura de lo que contiene: los seis álbumes de una serie para atesorar. 344 páginas editadas en formato cartoné, con unas magníficas ilustraciones y bocetos a modo de extra, junto a la playlist que sirve de soundtrack a la obra. Porque la música en este relato es algo más allá que un elemento contextual más, dotando de mayor profundidad emocional a los momentos en que “suena” una canción.

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Unas viñetas que, como las cosas buenas de la vida, llegan sin avisar y cautivan. Por lo que cuentan, por como lo cuentan. Por las sutilezas, por las emociones que emanan sin artificios… En definitiva, por las dosis de vida que desprenden todas y cada una de estas páginas. Por todo eso, si aun no se han subido a Don Bermellón, el Renault 4L de la familia Faldérault, aprovechen este volumen integral y viajen hacia el sol, y vayan “¡al sur de Francia en el cuatro latas!”. Sumérjanse en «Los buenos veranos«.

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