“Disparan a los tipos malos y cabalgan hacia una nueva aventura. Eso es lo que paga las facturas.”
Conforme se gestan los mitos, los lugares comunes y una cierta ingenuidad hacen su aparición, perdiéndose matices de una época y su tiempo. En muchas ocasiones, dejando los claroscuros a un lado para acabar en el imaginario popular en mensajes simplistas que apelan a un pasado quizá épico o glorioso, despojados de los aspectos más complejos. Algo así ocurre en todo lo que envuelve al western, un género popular que nos remite a aquel “Wild West” americano donde la vida en la frontera albergaba un entorno árido y tosco, donde muchos sociópatas camparon a sus anchas. Donde un pueblo, el indio que poblaba aquellas praderas, quedó arrollado y diluido por la teórica civilización que conquistó esas tierras. Donde los días estaban marcados por la supervivencia y la ley del más fuerte.
Así, la literatura popular estadounidense de comienzos del siglo XX aprovechó aquel pasado reciente de la nación para ir gestando un género revestido de la épica de frontera. El western fue gestándose en las páginas de los “pulps” y del comic-book, con el consiguiente baño de simplicidad conceptual que otorgó al género una mayor accesibilidad al gran público. El cine hizo el resto y el género quedó asentado y asimilado en una joven nación que exportó ese imaginario de forma eficaz al resto del mundo. Sirva de ejemplo la palabra “vaquero” (“cowboy”), que para muchos remite al jinete a caballo que vaga por el oeste americano y que es un hombre de una pieza, en lugar de denotar simplemente a un pastor o cuidador de vacas. Esta asociación de significante y significado es una buena muestra del poder de los mitos, del cambio en la percepción popular que trajo consigo el western. Cierto es que posteriormente el género de frontera evolucionó con elementos más complejos, adultos y crepusculares, alejándose de dicotomías simplistas, pero sus planeamientos iniciales sin duda fueron más primarios y sencillos.
El mito ayudó a sobrellevar los duros años que trajo la gran depresión del 29. Las novelas baratas de pulpa fueron un elemento esencial de entretenimiento accesible durante aquellos años de escasez, proporcionando elementos de evasión de fácil acceso y comprensión, que sirvió para consolidar el género. Así nos encontramos con Max Winter, escritor de historias de western que vive de cobrar unos escasos centavos por palabras en la Nueva York de 1939. Él es el protagonista de “Pulp”, el último trabajo de Ed Brubaker y Sean Phillips, recientemente editado por Image Comics.
Winter escribe sobre ese pasado idealizado y lo traslada a palabras dirigidas a los lectores de pulps. Pero lo que nadie sabe es que Max escribe desde el recuerdo, pues el vivió aquella época y fue un jinete de los que con el tiempo pasaría al imaginario del western. Edulcorando elementos de su pasado para llevarlos a la ficción, malvive de su sueldo (cada vez más mísero) de escritor. En un momento en el que los totalitarismos aún fascinan a parte de los norteamericanos de clases populares y las estrecheces económicas campan a sus anchas, Winter intenta llevar en su día a día su moral de frontera mientras percibe cada vez menos remuneración por su trabajo. Ha llegado el momento de cambiar el rumbo, de tomar el timón de la partida, de actuar.
“Ya no estamos en 1895.”
Bajo esta premisa, Ed Brubaker (“Sleeper, “Fatale” “Capitán América” o “Gotham Central”) nos brinda un relato sólido donde mezcla dos épocas de un hombre maduro que siente que la vida se le escapa. Un hombre de acción con un código moral alejado de la conveniencia en un momento de miseria y convulsión. Que sin ser un héroe, puede verse abocado a representar ese papel. O el de asesino. Un tipo de una pieza en un mundo despedazado. Que solo busca una vida tranquila que aparentemente se le escapa… Ese es el retrato que acertadamente plantea Brubaker mientras discurre un guion tan sobrio como efectivo. Con los elementos necesarios para seducir al lector desde la primera viñeta y cimentando en unas excelentes caracterizaciones, pieza básica en el “noir” que cultiva Brubaker.
En la parte gráfica, nadie mejor que su socio ideal desde “Criminal” , Sean Phillips («Hellblazer’, “Batman” o “Sleeper”). Phillips, que se encarga del dibujo y rotulación, nos brinda páginas excelentes donde pasado y presente se entremezclan pero nunca se confunden, pues los encuadres y detalles gráficos del pasado consiguen que el lector los perciba con la misma distancia que el protagonista del relato. Todo un acierto por parte de Phillips este recurso gráfico. Otro elemento a destacar es la capacidad de dominar los claroscuros y los tempos a lo largo de las 72 páginas que componen el tebeo, resultando un trabajo preciso en lo gráfico y en el ritmo narrativo que imprimen las viñetas, eficaces y eficientes, donde lo importante es contar y transmitir. El ejemplo son las páginas de varios quilates que pueblan esta obra, propias de un artesano consciente de que lo primordial es la historia.
El color es obra de Jacob Phillips. Indisoluble al resultado final, Phillips pinta el tono emocional justo a cada momento y diferencia con matices los pasajes por los que discurre el tebeo. Un acertado contraste, por ejemplo, es la simplicidad cromática de los días lejanos del oeste frente a la compleja Nueva York de finales de los ´30, donde la paleta de colores de amplía.
En definitiva, en “Pulp” no sólo encontramos el homenaje a un género y a una literatura, envuelto en un thriller de los que magistralmente saben facturar Brubaker y Phillips. También hay espacio para reflexiones acertadas de una vida donde la violencia siempre ha estado presente, en mayor o menor media, mientras planea la desmitificación de un tiempo y época. Donde, por mucho que se diga, no hubo héroes… Condensar todos esos niveles de lectura y elementos de forma tan certera en apenas 72 páginas es algo ciertamente magistral, y eso es lo que han conseguido en este trabajo. Puede que estemos ante una de las cimas creativas de esta pareja. De nuevo.