“En los Tercios preferimos morir como leones a vivir como perros.
Y que aquí solo se capitula después de muerto.”
Francisco Arias de Bobadilla, conde de Puñonrostro, maestre de campo.
Todo parecía indicar que ese era el destino que aguardaba a los hombres que formaban el Tercio Viejo de Zamora, a cargo del maestre de campo Francisco Arias de Bobadilla. Atrapados en la isla de Bommel, entre los ríos Mosa y Waal, el asedio de la flota holandesa no presagiaba nada bueno para aquellos soldados. Aquel 7 de diciembre de 1585, donde amaneció con la suerte aparentemente marcada, hubo un hecho que por simbólico, cambió el curso de un futuro a priori funesto. Así la desesperación y la resignación dejaron paso a la rabia y a la lucha por la supervivencia. El clima hizo el resto y el 8 de diciembre se consumó lo que pasó a la historia como “El Milagro de Empel”, uno de los hechos históricos que engrandeció la leyenda de los Tercios españoles. Lo allí ocurrido es el germen para que la Inmaculada Concepción pase a ser nombrada patrona de los Tercios. Todo esto nos los encontramos en “1585. Empel”, de Javier Marquina, Jaime Infante y Guillermo Pereira, un nuevo volumen de la colección Historia de España en Viñetas de Cascaborra Ediciones.
“En tiempos de necesidad, la fe tiene más filo que el mejor de los estoques”
En aquella Europa previa al racionalismo y la Ilustración, donde la razón y la ciencia se entremezclaban con la religión, era moneda de curso habitual explicar mucho de lo que acontecía mediante el apoyo de las creencias. La Fe, dicen, mueve montañas. Y ese fue el clavo ardiendo que sirvió a los mandos para dar moral a las tropas: esos hombres que sentían estar presenciando el fin de su existencia ante el acoso holandés. El simbolismo hizo el resto para cargar de rabia a aquellos soldados que pasaron de ser presa a cazador. Persiguiendo su propia supervivencia y aprovechando todas las ventajas estratégicas que la climatología puso a disposición de los participantes en el conflicto. Siempre sin reblar. Sin retroceder. Sin rendirse.
De todo ese sentido urgente de la supervivencia en una situación límite está impregnado “1585. Empel”. Javier Marquina (“Abraxas” o “Aquí nunca pasa nada”) asume el lance que supone salir de su zona de confort para abordar con oficio este relato histórico. Con las licencias necesarias en pos de la fluidez de la trama, construye un guion equilibrado que conseguirá seducir al lector amante del tebeo histórico. Con unos cuidados diálogos que invitan a sumergirse en aquel siglo XVI y un ritmo ideal que logra que no dejes de leer hasta la última página.
A todo ello contribuye sin duda el lápiz de Jaime Infante, que junto al color de Guillermo Pereira, revisten la propuesta de solidez gráfica. Tanto por la excelente recreación de época mostrada como por las composiciones de página, que maximizan el “tempo” argumental del relato. En cuanto al color de Pereira, sin duda es un elemento decisivo en el resultado. Pues es el responsable de esos tonos oscuros y fríos, de noches de diciembre continental europeo y mañanas grises, que suponen una pincelada emocional más para retratar a aquellos soldados acorralados y embarrados que pudieron romper el cerco de aquel asedio mortal.
El volumen, editado en formato de álbum europeo por Cascaborra Ediciones se acompaña de una pequeña introducción del propio Marquina, cerrando la obra un texto de Manuel P. Villatoro, que complementa y amplía el contexto de lo narrado en viñetas. Una narración que se erige como la crónica del desenlace de aquel asedio. Ideal tanto para que el neófito pueda adentrarse en aquella Guerra de los Ochenta Años como para que el lector docto se recree a lo largo de las 64 páginas del tebeo. En ambos casos el cómic funciona, pues es lo que tienen los relatos de buena factura.