Barcelona, 1714. El Once de Septiembre: El Asedio [Reseña]

El final de la Guerra de Sucesión (1702-1714) dio paso  al absolutismo y  centralización política y administrativa en el conjunto de España. Atrás quedaban siglos de un reinado surgido  tras el matrimonio de los Reyes Católicos, Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla, donde los territorios que comprendían en la edad moderna la Corona de Aragón —los reinos de Aragón, Valencia y Mallorca y el Principado de Cataluña— habían disfrutado de sus propios fueros, instituciones propias y autonomía política. Desde la Edad Media había perdurado un modelo institucional singular en los territorios de la Corona Aragonesa, no sin tensiones con el centralismo castellano, pero que mantenía sus particularidades locales y estamentales. Después de esta guerra, con los Decretos de Nueva Planta, quedaron eliminados todos los fueros y las instituciones, quedando diluida la autonomía política de aragoneses, catalanes, valencianos y mallorquines en el absolutismo con el que reinaría Felipe V. Los rasgos diferenciales de los territorios peninsulares de la Corona de Aragón quedaron diluidos ante el centralismo que se imponía en España.

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El hecho que desencadena el cambio del status quo peninsular es la muerte del rey Carlos II, “El Hechizado (1661-1700) sin descendencia. Ante ese vacío de poder, Francia juega sus cartas para que Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV (“El Estado soy Yo”) se corone como nuevo Rey de España. Para frenar lo que supondría una hegemonía política del Reino de Francia en toda Europa, Inglaterra, Holanda, Austria, Saboya y Portugal («La Gran Alianza») apuestan por que el trono español lo ocupe  el archiduque Carlos de Austria, que también reciben el apoyo de Aragón, Cataluña, Valencia y Mallorca, mientras que los territorios castellanos se alinean con la Casa de Borbón. El conflicto está servido y comienza la Guerra de Sucesión. Una guerra continental que devino en guerra civil en España —aunque participaron tropas europeas en las campañas y batallas de la península— entre Borbónicos o “Felipistas” y Austracistas o “Carlistas”,  mayoritarios estos últimos en toda la Corona de Aragón.

Durante la contienda continental, en 1711 el aspirante de la casa de Austria es investido como Carlos IV, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y Rey de Hungría y de Bohemia. Por otro lado, el hecho de que Felipe de Anjou renuncie al trono francés en favor de Luis XV, tras la muerte de su padre, Luis de Francia, diluye el peligro de una superpotencia francesa en el continente. Poniendo en relación ambos movimientos sucesorios, se corría el riesgo de reeditar el bloque hispano-alemán de los tiempos de Carlos V. Con lo cual, Inglaterra y Holanda reconsideraron su posición y una vez garantizado que quien fuera coronado Rey en Francia tuviera que renunciar al trono Español y viceversa, se llega a la paz más allá de los Pirineos con el Tratado de Utrecht, donde se asignaron los Países Bajos Católicos, Nápoles, Cerdeña y Milán al Sacro Imperio Romano Germánico, Sicilia para el Duque de Saboya (primer tratado) y Gibraltar y Menorca pasaban a manos inglesas (segundo tratado). Pero tras los pirineos la guerra continuaba.

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Los reinos de Aragón y Valencia ya habían caído, pero Mallorca y el principado de Cataluña resistían. Tras el tratado de Utrecht, las fuerzas aliadas abandonaron Cataluña y las tropas borbónicas van ocupando el territorio. Se suceden levantamientos pero la superioridad numérica de las tropas de Felipe V es imparable. A finales de julio de 1713 se inicia el asedio a Barcelona. Tras casi un año, en julio de 1714, el duque de Berwick asume el mando del ejército borbónico, que congrega ya más de cuarenta mil efectivos, frente a una ciudad que cuenta con seis mil combatientes dirigida por el Comandante General Antonio de Villarroel y el Conseller en Cap del Consell de Cent Rafael Casanova. Ese el punto de partida de “Barcelona, 1714. El Once de Septiembre”, de Oriol Garcia Quera, por fin editado en castellano por Casacaborra Ediciones, en su colección “Historia de España en Viñetas”.

Oriol Garcia Quera es un artista que está especializado en cómic histórico, centrado fundamentalmente en la historia de Cataluña: “Barcelona 1706-1714. Dietari d’un Adroguer”, “Trilogía Medieval” o “Pompeu Fabra. L’aventura de la llengua” —este último con guion de Gemma Pauné— son muestras de su ya extensa obra. Con un gran trabajo de documentación previo, Garcia Queral nos introduce de forma veraz —tanto en lo gráfico como en lo documental— en los días del trágico verano Barcelonés de 1714. En una ciudad con sus murallas casi en ruinas, por los bombardeos sucesivos tras casi un año de asedio, y donde quienes se encargan de defenderlas, además de los  soldados, son los gremios existentes en la ciudad. Un total de poco más de seis mil hombres ante los cuarenta mil que la asedian.

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Con un ritmo ágil seremos testigos del asedio y la defensa de la ciudad hasta la capitulación final, así como de la participación destacada de los personajes históricos en la trama. Narrado magistralmente de forma coral, el tebeo también deja espacio para el día a día de los civiles. Tanto los que resisten y son fieles a la causa austracista, como los oportunistas que por conveniencia cambian de bando.

Impecable en cuanto a guion, por desarrollo, ritmo y documentación, el apartado artístico está a la par también. Garcia Quera posee un estilo realista digno de la mejor Bande Dessineé franco belga histórica, que combinado con excelentes composiciones de páginas y una utilización del color para reforzar la intensidad argumental, obtenemos un relato solvente que cumple un doble objetivo: el didáctico, alejado de cualquier dogmatismo político, y el épico, por el ritmo con el que discurren las páginas.

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El volumen, de 56 páginas editado por Cascaborra Ediciones en formato de álbum europeo, se acompaña por un prólogo y epílogo del autor de la obra, para situarnos en contexto primero y posteriormente indicar las consecuencias que tuvo para la ciudad de Barcelona la derrota. Un relato apasionante de uno de los hechos históricos para entender la España absolutista del siglo XVIII. Un buen punto de partida para conocer un capítulo más de la historia acaecida en la península ibérica, que ha adquirido una categoría simbólica para muchos catalanes y que, a día de hoy, aun con la lejanía que proporciona la distancia de hablar de algo ocurrido hace tres siglos, puede ser un elemento para reflexión y de debate, en unos tiempos de uso interesado y partidista de la historia.

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