Santa Marina es una localidad industrial dedicada a la producción en masa de un plástico especial. Todos los habitantes de la ciudad pasan la mayor parte de las horas del día llevando a cabo el mismo trabajo, teniendo que alcanzar un mínimo de producción diaria mientras son supervisados por la familia de la alcaldesa, familia que controla todos los aspectos del pueblo. En este trasfondo, el fallecimiento de un trabajador levanta las sospechas en la alcaldesa de la presencia de un robot en la ciudad. A partir de ese momento, todos los esfuerzos de la poderosa familia irán encaminados a encontrar al robot, a través de una investigación encabezada por Mar, una joven auditora.
En este pequeño resumen de la trama de La auditora están sugeridos los principales elementos que el escritor Jon Bilbao y el dibujante Javier Peinado ponen en liza para construir su obra. En primer lugar, tenemos un planteamiento situado en un futuro con poco lustre, intuido por pequeños detalles como algunos medios de transporte y, evidentemente, por la presencia en la sociedad de robots con apariencia humana. En segundo lugar, se nos presenta un estatus social con una ligera carga distópica que viene influenciada por numerosas obras de la ciencia ficción clásica, en la que un pequeño grupúsculo de personas ostenta el poder ante una masa obediente que hace poco por cambiar la situación. A esto hemos de añadir un componente de misterio en cuanto a la trama destinada a averiguar quién es el individuo fuera de lugar, el que está “infiltrado” y pasa desapercibido. La referencia más obvia dada la similitud de fondo —que no de forma— es Blade Runner, aunque La auditora ostenta un tono mucho más anclado a nuestra realidad.
Con todo ello, La auditora deviene en un relato de ciencia ficción social que se apoya fundamentalmente en el coral reparto de personajes que desfilan por las páginas de la obra. En este sentido, es apreciable la experiencia como escritor de Jon Bilbao, que por deformación profesional aplica al cómic algunos recursos más propios de una novela. Por ejemplo, nos ofrece un comienzo in media res que lleva al lector a ir completando el puzzle global de la historia poco a poco a través de las revelaciones de sus personajes y las acciones que estos realizan. Tal vez sean los personajes el principal punto de apoyo y a la vez de fricción que el lector encuentre, ya que pese a tener un pequeño puñado de ellos que cuentan con un trasfondo más o menos definido, nos topamos con otros muchos de los que apenas se nos cuenta nada, dificultando con ello el poder simpatizar más que con dos o tres personajes principales que, bajo mi punto de vista, no resultan demasiado atractivos.
Quizá sea ello un efecto buscado a propósito por el guionista intentando centrar la atención en una historia con varias aristas presentes. Mientras que la trama detectivesca nos va a mantener interesados y atentos a cada detalle, la historia en torno al robot admite segundas lecturas que nos llevan a pensar en problemáticas sociales muy presentes, por desgracia, en nuestro día a día, como el racismo o la homofobia. El temor al diferente aparece como un subtexto cubierto por capas de una distopía futurista ambientada en nuestro país. De igual manera, hay cierto componente de denuncia ecológica en cuanto al tratamiento de las perennes columnas de humo expulsadas al cielo en muchas viñetas, así como de la aparición de unos perros salvajes abandonados y sacrificados en aras de la tranquilidad de la población. El resto transcurre con cierto aire costumbrista que se dedica a explorar la relación entre los personajes, logrando con ello una mezcla tonal bastante curiosa.
Sea como sea, La auditora avanza con un ritmo medido y adecuado que en ningún momento se hace farragoso. En ello interviene de manera decisiva el dibujo de Javier Peinado, que utiliza un trazo agradable a la vista que arrastra cierto aire de BD o europeo que, bajo mi punto de vista, es un acierto para la historia que el cómic desarrolla. Con gran sobriedad en cuanto a la estructura de página, el dibujante hace gala de un más que correcto diseño de personajes, añadiendo bastantes puntos a la personalidad de cada uno de ellos. También el color tiene cierto protagonismo que se hace patente en un momento en el que, por una circunstancia, los cielos se abren para iluminar la ciudad. Ahí nos damos cuenta de que el color utilizado hasta ese momento ha tenido un valor narrativo, cosa que siempre suma.
Aunque da la sensación de que la historia podía haberse extendido en bastantes más páginas o, por qué no, en algún tomo más, La auditora ofrece otra vertiente más de la buena salud del cómic español. No es la ciencia ficción un género demasiado explotado por estos lares, y mucho menos a la manera en que Jon Bilbao y Javier Peinado lo tratan en esta obra. Astiberri sigue apostando por narrativas de calidad en su colección Sillón Orejero, y La auditora es un prometedor debut en el mundo del cómic de Jon Bilbao, del que espero poder leer más obras dentro del noveno arte en el futuro.