Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, el gobierno de los Estados Unidos encontró vía libre para su “lucha contra el terrorismo internacional”, ante el terror y el miedo generado en la ciudadanía estadounidense a raíz de tan impactante suceso. Una base militar estadounidense en Cuba, Guantánamo, se acondicionó como cárcel para acoger a aquellos individuos sospechosos de pertenecer a organizaciones terroristas.
Guantánamo Kid surge cuando el guionista Jérôme Tubiana conoce en 2010 a Mohammed El-Gorani en el Chad y publica su historia en varias revistas. El pasado año, la editorial francesa Dargaud edita la adaptación al cómic de la experiencia de Mohammed dibujada por Alexandre Franc y guionizada por el propio Jérôme. La edición en castellano corrió a cargo de Norma Editorial.
Mohammed es un chico perteneciente a una familia humilde que, para ayudarla, saca unas monedas vendiendo agua en los semáforos de Arabia Saudí. Su nacionalidad chadiana nos muestra el elitismo y exclusión saudíes ante el ciudadano extranjero, a la hora de estudiar o, por ejemplo, abrir un negocio. El joven Mohammed es una mente inquieta y sueña con aprender inglés para tener un futuro mejor, y es esa inquietud suya la que, por carambolas del destino, le llevará a vivir una experiencia devastadora: para poder irse a estudiar a Pakistán un funcionario del consulado de Chad le cambia el nombre y la edad para que pueda viajar solo. Ese nuevo nombre será el origen de los problemas con los norteamericanos. Así que, de repente y con catorce años, se encuentra detenido por militares pakistaníes que le aconsejan declararse miembro de Al Qaeda ante los interrogadores americanos. El muchacho hace gala de su valentía y tozudez negando continuamente esa pertenencia. Un rasgo del carácter de Mohammed que veremos a lo largo de su cautiverio en Guantánamo, llegando a adoptar incluso roles de líder en la prisión. Estamos ante el retrato de una persona que no se amedrenta con facilidad, lucha por sus derechos, protesta ante las injusticias e incluso hace algún amigo entre los carceleros. Así descubriremos la vida del protagonista y demás presos en la prisión cubana, todo contado con mucha agilidad tanto en la narración escrita como gráfica.
La llegada de Barack Obama a la presidencia de los Estados Unidos no es el maná del cielo prometido pues, aunque en campaña el presidente afroamericano prometió cerrar Guantánamo, se impone la realidad de la estrategia geopolítica truncándose esa posibilidad de cierre. No obstante, sí que es cierto que los presos empiezan a adquirir notoriedad pública e internacional y consiguen abogados, revisiones y juicios de sus casos. Mohammed, encarcelado con quince años, es liberado con veintiuno encontrándose con una realidad inesperada: no lo quieren en Oriente Medio. Como veremos en los apuntes del guionista al final del volumen, la vida de Mohammed no va a ser tranquila, formando parte de un equilibrio de relaciones internacionales en las que los ex-presos son continuamente vigilados en todas sus acciones y movimientos. Los países que les acogen siguen teniendo servicios secretos estadounidenses que controlan cualquier situación que pueda ser considerada sospechosa. Una situación agotadora para cualquier ser humano.
Ante la cantidad de matices que encierra “Guantánamo Kid” es complicado en una reseña sintetizar todas las sensaciones post lectura. De hecho, sirva de ejemplo otro de los apéndices que figura en la obra como extra: “La vida después de Guantánamo”, que daría para otro libro, de quizá mayor extensión que el propio Guantánamo Kid. Ahí es donde Jérôme Tubiana da testimonio de sus encuentros posteriores con Mohammed y las situaciones estrambóticas por las que pasa en su nueva vida en África en diferentes lugares. Para completar la obra, también se incluyen unos anexos con los documentos estadounidenses originales referidos a la detención, interrogatorios y demás archivos concernientes al caso de El-Gorani.
Destacar, para finalizar, el apartado gráfico. Sin duda un atractivo añadido al resultado final de este libro. El dibujo de Alexandre Franc es sencillo, casi caricaturesco, en puro blanco y negro lo cual da un contrapunto excelente a la densidad de lo narrado. Esta historia sería muy difícil de leer con una narración gráfica más realista o detallada —recuerdo por ejemplo el dibujo de Joe Sacco en “Palestina”—; el dibujo simpático de Franc nos atenúa espléndidamente la situación narrada. Y no desde un punto de vista moral o de no poder soportar el sufrimiento de los presos, sino en un sentido secuencial. Franc es un narrador excelente, así que esa ligereza en el dibujo nos hace fluir en la lectura de las páginas con una frescura inimaginable desde otro acercamiento gráfico, más detallado o descarnado. En ello los artistas franceses son intratables, pues la novela gráfica de autor tiene grandes narradores del lenguaje secuencial como pueden ser Christophe Blain, Manu Larcenet, Blutch o el mismo Franc. El lenguaje del cómic demanda una aproximación al medio en la que se sacrifique la ilustración por la narración. El dibujo al servicio de la historia. Eso es lo que consiguen estos autores que se complementan a la perfección. En el dibujo de cómic menos casi siempre es más. Si dudábais en acercaros a esta obra no lo hagáis más, va a colmar vuestras expectativas si estáis de acuerdo con las opiniones aquí expresadas.