Sin duda vivimos tiempos oscuros. Tiempos en los que se ensalza la mediocridad, se alaba lo superficial y se premia la celebridad. Pocos personajes habrá que hayan logrado prosperar dentro de los mass media, ya sea en televisión o en internet, por méritos propios o esfuerzos reconocidos. No, en estos tiempos se hace más conocido alguien que protagoniza un escándalo sexual con un famoso que un científico que ha descubierto la cura de una enfermedad; se hace más caso a lo que pontifique el gurú cinéfilo de turno de twitter que a un crítico de cine; tiene más reconocimiento un youtuber que habla de un cómic que el propio autor del tebeo. Evidentemente, la culpa de esto es de todos. Tenemos la sociedad que nos merecemos, ni más ni menos. Pero aquí venimos a hablar de cómics, y toda esta exposición viene a cuento para decir cuatro cosas sobre There’s Nothing There, una más del puñado de series con las que Black Mask nos está conquistando en los últimos tiempos. Tiempos oscuros, recordad.
Antes de nada, he de decir que «There’s nothing there» no gustará a todo el mundo. De hecho, aún estoy dándole vueltas a mi propia opinión. Y es que el cómic se mueve entre dos espectros bastante antagónicos: el día a día de una celebrity y el terror fantasmal. Lo que encontramos dentro de esta serie es la historia de Reno Selleti, una joven rica y famosa cuya mayor preocupación es saber qué dicen los medios sobre sus últimos escándalos, o cuántos followers ha ganado en la última hora. Tras participar en una exclusiva fiesta privada que termina en una orgía mayor, empezará a ver cosas. Más bien, empezará a ver personas que no pertenecen a nuestra realidad, entes etéreos que parecen querer transmitirle un mensaje.
En la contraportada del TPB que recopila los 5 números de la historia, se nos dice que «There’s nothing there» es algo así como si Darren Aronofsky hubiese dirigido Arrástrame al infierno. Sinceramente, no encuentro esa analogía muy acertada. La que yo propongo, que creo se ajusta más a la realidad, sería algo así como si a las protagonistas de Sexo en Nueva York se les aparecieran los espectros de El sexto sentido. Todo ello, evidentemente, trasladado a la época actual, lo cual viene a significar que cualquier exceso se va a ver multiplicado por 100. Y es que el cómic hace un retrato nada halagüeño de una sociedad idiotizada, incapaz de ver un fantasma aunque esté delante de sus ojos. En este sentido, el guion de Patrick Kindlon (We can never go home) funciona a la perfección como ácida crítica a un sistema moral de valores invertidos.
Sin embargo, si prestamos atención al prólogo que firma el propio Kindlon en el volumen, el guionista parece querer jugar al despiste hablando de por qué el cómic como medio tiene ventaja sobre el cine o la literatura a la hora de generar terror. Las palabras de Kindlon auguran una historia en la que el tono adquiere un gran protagonismo para explorar un horror que pueda afectar al lector. Pues bien, una vez leída la obra, es cierto que el tono de «There’s nothing there» deja una marca indeleble en el guion, pero lo hace de un modo que tiene poco que ver con el género de terror. Porque lo verdaderamente importante en este cómic no es el elemento truculento ni el componente inquietante, sino más bien la representación de la frivolidad como causante de una parte de los males de la sociedad. Kindlon coge a un personaje que carece de cualquier inquietud intelectual y lo enfrenta a una experiencia sobrenatural, con un resultado que se acerca al tono de comedia de terror con poco terror. Es por ello que en principio el cómic me causó cierta decepción, aunque una vez entendida la auténtica intención del guionista, puedo encontrarle aspectos muy positivos.
En primer lugar, aunque la protagonista debería resultar antipática por naturaleza, el guion se las apaña para convertirla en un personaje carismático y en cierta medida entrañable. Lo irreflexivo de su comportamiento nos regala los mejores momentos del cómic, y en cierta medida el contraste entre su exagerada superficialidad y el elemento sobrenatural funciona razonablemente bien. Kindlon consigue un tono moderno en la obra, haciendo que sus diálogos resulten tan descacharrantes como creíbles, apoyándose en el singular apartado visual del que hablaré a continuación. Por tanto, aunque el terror termina diluyéndose fagocitado por la verborrea de los personajes, «There´s nothing there» ofrece un disfrute diferente siempre que seamos capaces de entrar en su juego.
Otra cuestión es la creación consciente de una Reno Selleti que da una imagen de la mujer políticamente incorrecta y que puede causar ampollas entre algunos colectivos que no pasan una. En mi opinión, hay que comprender la lectura paródica del guion para no caer en la ofensa fácil.
Hablemos del dibujo. La artista barcelonesa María Llovet es la encargada de este apartado, y ofrece un estilo bastante personal que seguramente no guste a todo el mundo. Su trazo no muy definido me resulta tremendamente adecuado para este cómic, ayudando de manera increíble a elevar ese tono del que hablaba más arriba. El diseño de personajes me parece extraordinario, y es una buena demostración de que no solo se pueden idear personajes originales dentro del campo de los superhéroes. Es cierto que algunos de los secundarios pueden resultar parecidos entre sí llevando a cierta confusión, pero si hablamos de Reno, su creación es digna de mención tanto en su aspecto físico como en la ropa que viste. El aspecto desenfadado que aporta Llovet se lleva al extremo en una utilización muy explícita de algunas situaciones, sin que ello afecte a la naturalidad con que se desarrolla la historia. Porque vamos a ver desnudos y escenas de sexo mostradas sin ningún tapujo, aunque ya digo que su representación se lleva a cabo de un modo muy natural.
En definitiva, «There’s nothing there» puede llevar a confusión al venderse como una historia de terror. Lo que oculta en su interior es algo diferente, en la que el toque de horror queda supeditado al tono moderno e irónico del mundillo en el que se mueven los protagonistas. Con un toque femenino muy acusado, en un sentido diferente al que parecen abrazar muchas otras obras actuales, estamos ante un producto que ofrece momentos interesantes exigiendo la complicidad del lector. Diría más. En un juego de palabras intencionado, There’s nothing there (no hay nada allí) puede referirse a que no hay nada en el cerebro de sus personajes. Ahora es el lector quien debe demostrar que en el suyo no pasa lo mismo.