En el capítulo de nuestro flamante podcast Heraldos de Galactus, mencioné de pasada una obra recientemente publicada en los USA por Image que adquirí rápidamente ya que había algo que me llamaba poderosamente la atención. La obra en cuestión es A land called Tarot, del artista francés Gael Bertrand. Publicada originalmente por capítulos dentro de la antogía mensual Island de Brandon Graham y Emma Rios, Image decidió publicar la historia completa en una bonita edición en tapa dura. La intuición no me falló esta vez, ya que puedo avanzar que «A land called Tarot» bien puede ser el candidato principal para «cómic del año».
Lo primero que hay que decir es que estamos ante un cómic «mudo» en el que el único texto serán los títulos de los tres capítulos que componen la historia. La trama, si es que podemos hablar de trama en un cómic como este, sigue a un joven guerrero que se mueve por un mundo extraño poblado de criaturas fantásticas y sorprendentes lugares cargados de significado, y donde la magia parece ser algo casi cotidiano. Tras una primera lectura resulta harto complicado establecer una coherencia completa en la obra, pero lo que puedo extraer es que el autor explora el concepto de viaje entendiéndolo como un cambio, tanto físico como espiritual. «A land called Tarot» le habla directamente a nuestro subconsciente, de un modo similar a como hacía Josh Simmons en esa magnífica obra llamada House, con la diferencia de que mientras Simmons ofrecía un descenso a lo más oscuro dando un creciente protagonismo al color negro, Gael Bertrand apela a la luminosidad pura llenando sus páginas de colores llamativos.
Porque, evidentemente, en un silent comic toda la fuerza reside en su aspecto visual. Y es ahí por donde «A land called Tarot» comienza a enamorarnos sin remedio. Gael Bertrand realiza un asombroso trabajo de creación de un mundo/universo dotado de una imaginería deslumbrante, que sin duda subyugará a todo aquel que se acerque a esta obra. Nada más abrir el cómic, encontramos dos maravillosas ilustraciones a doble página que consiguen que imaginemos historias ocultas tras cada detalle, cada personaje o cada rincón. Sólo con esas páginas (que en realidad no tienen demasiada relación con el resto del relato), Bertrand logra algo que otras obras no consiguen en toda su extensión: introducirnos en su mundo mágico y misterioso e imbuirnos de su magia, pese a que no tengamos ninguna referencia previa. Tal es la portentosa imaginación que desprende cada viñeta. El artista francés pone en juego una narrativa gráfica que es un verdadero prodigio, ya que nos lleva de la mano a un paseo increíble en el que, de primeras, no entenderemos todo su significado.
El principal escollo para un pleno disfrute de la obra es a su alta y profunda carga simbólica que nos insta a buscar información tras su «lectura» para encontrarle significado a todas sus imágenes. Personalmente, me atrevería a decir que le encuentro un cierto matiz religioso pero no en el sentido habitual del término sino como una especie de búsqueda interior dentro de nosotros mismos y que, al mismo tiempo, invoca al concepto de lo trascendental. Esto convierte a «A land called Tarot» en una obra de múltiples capas de la que se pueden extraer diferentes conclusiones en distintas lecturas. Y es que estamos ante un cómic que exige cierto esfuerzo al lector para descubrir todas sus claves, ya sea a través de búsqueda de información o mediante las imprescindibles lecturas sucesivas. El propio título nos da una pista de por dónde van los tiros, ya que los símbolos del Tarot cumplen un papel bastante importante.
Bertrand ha creado un universo único, plagado de mil detalles dignos de desarrollarse en otras historias. Es como si cada personaje, cada objeto, cada lugar, fueran la puerta a diferentes mundos, a diferentes historias que sólo el lector es capaz de imaginar. Ahí radica el poder de «A land called Tarot», en su capacidad de fascinación y estímulo de la imaginación como hace mucho tiempo no veíamos en un cómic. Tal vez el abrupto y confuso desenlace pueda contrariarnos a primeras de cambio, pero de alguna manera planta en nuestro cerebro la necesidad de buscarle una lógica y una coherencia. Podemos hacer dos cosas entonces: dejarnos llevar y admitir que la trama es lo de menos en obras de este tipo que se insertan en tu mente de manera tan subrepticia, o empezar a buscar cambiando nuestra manera de mirar. Y es que lo que hace grande a este cómic, es que la verdadera aventura comienza cuando cerramos sus páginas.