Dentro de la avalancha de títulos que abarrotan el ingente catálogo de Image, me llamó la atención esta miniserie de reciente conclusión. Empecé la lectura de Black Jack Ketchum sin ningún conocimiento previo y sin saber muy bien qué esperar. Tras leer el primero de los cuatro números de que consta la serie, parecía que la cosa no era mucho más que una historieta de aventuras en el lejano oeste con un extravagante toque de ciencia ficción, aunque había algún detalle raro. Pero lo que a priori prometía una trama fantástica sobre un pistolero perseguido por unos extraños seres, se va enrevesando en los siguientes números, y de repente nos cercioramos de que en realidad «Black Jack Ketchum» es un viaje interior a la mente del protagonista, una especie de travesía en busca de la propia identidad o de la aceptación de la muerte.
Probablemente ahora estaréis algo confusos, tanto como yo lo estuve a media lectura. De hecho, llegado a ese punto debo confesar que busqué algo de información en internet para que me aclarara las cosas. Y descubrí que Tom «Black Jack» Ketchum existió realmente, y resulta que fue un antepasado lejano del propio guionista Brian Schirmer. Ketchum fue un forajido que se codeó con lo más granado de las bandas criminales de finales del sigo XIX, como la famosa pandilla de Butch Cassidy. Condenado a morir en la horca por robar un tren, su ejecución fue tristemente célebre porque la soga que se le colocó era más dura de lo habitual, lo cual unido al peso de Ketchum dio como resultado su decapitación. Este hecho tiene una cierta relación con el cómic, y sirve para aclarar un par de claves que de otro modo hubieran permanecido ocultas.
Por tanto, tras un arranque moderadamente convencional, el guionista Brian Schirmer sube la apuesta al introducir varios elementos que al principio pueden resultar algo confusos pero que poco a poco cobran sentido y le dan una nueva dimensión a esta historia. La narrativa es poco convencional, ya que todo se cuenta de manera deslabazada y con un aire onírico y surrealista, de hecho a ratos podría parecer que el mismísimo Morfeo fuera a aparecer directamente desde las páginas de Sandman. Todo esto no es necesariamente malo, pero la verdad es que no contribuye demasiado a que el lector se interese por la historia. Schirmer menciona como influencias directas a nombres como Alejandro Jodorowsky, David Lynch, Orson Welles o Andrei Tarkovski. Yo añadiría el nombre del guionista Ales Kot, cuyo estilo meta está muy presente en esta obra.
El dibujo de Claudia Balboni es correcto pero no tiene nada que lo haga especialmente destacable. Tal vez si se hubiera optado por un estilo que apoyara más la parte onírica de la historia arriesgando en las composiciones de viñetas o distorsionando lo que se nos muestra (en la línea de la reciente Sandman: Obertura, por ejemplo), habría quedado algo mucho más potente. Lo que sí resulta llamativo son las magníficas portadas, creadas por el artista Jeremy Saliba.
Creo que a la obra le pesa en exceso el ser un empeño demasiado personal del guionista, que además ha optado por un desarrollo críptico y sin aportar muchas explicaciones. No puede negarse que estamos ante una propuesta original pero, a no ser que te interese mucho el personaje, «Black Jack Ketchum» termina siendo un experimento fallido. Interesante, pero fallido.