El volumen 8 de la «Biblioteca Marvel: Daredevil» es el equivalente a ver una película de acción de los sesenta con banda sonora de sin efectos, trajes imposibles y una trama que cambia de rumbo cada cinco minutos porque el guionista tuvo otra idea en mitad del guion. Eso es justo lo que lo hace tan divertido. Stan Lee está en plena fase de cambiar todo, tirando de giros y ocurrencias como quien lanza confeti, y Gene Colan sigue siendo el mago que convierte ese caos en pura elegancia.

El tomo recoge los números #40 al #45 de la serie original y empieza en todo lo alto. Daredevil contra los Tres Impíos, encabezados por un villano con nombre de peli de serie B, el Exterminador, que se toma tan en serio su trabajo que da ternura. Es el típico malo que grita sus planes en voz alta, da tiempo al héroe para escapar y aun así consigue mantener el suspense. El enfrentamiento es pura coreografía de Colan: saltos imposibles, poses de ballet con porra y sombras que parecen tener vida propia. No hay ni un momento para respirar, y cuando crees que ya has visto todo ¡Stan Lee saca otro truco de su sombrero! Porque tras derrotar al Exterminador, llega El Bufón. Sí, un tipo disfrazado de payaso que lanza trucos de feria y monólogos malos. Un villano que parece haber salido de una función de colegio pero que, contra todo pronóstico, funciona. Es tan ridículo que se convierte en icónico. Su debut es una de esos detalles marvelitas donde lo absurdo se abraza sin vergüenza. Daredevil, el héroe ciego más serio de la ciudad, luchando contra un bufón que hace reír solo por no tener gracia. Hay un tono de parodia, un sentido del humor interno que le da frescura al cómic. Daredevil se frustra, el Bufón improvisa, y nosotros disfrutamos del espectáculo con palomitas imaginarias.
Pero el show no se detiene. En medio de todo este circo, Lee decide colar uno de esos “números sorpresa” que la Marvel sesentera lanzaba como caramelos en carnaval: Daredevil contra el Capitán América. Sin motivo. Sin lógica. Solo porque sí. Porque alguien pensó que enfrentar a varias estrellas en las mismas páginas podría funcionar. Y vaya si lo hace. El número #43 es un festival. Dos héroes dándose golpes mientras gritan malentendidos y se reconcilian al final como buenos colegas. El argumento no tiene sentido, pero el ritmo visual es un espectáculo. Colan convierte cada golpe en una danza, cada salto en un destello. Es como ver una pelea de coreografía imposible con muchos efectos especiales. Aunque todo se resuelva en tres viñetas de diálogo cursi, uno termina aplaudiendo.

Entonces llega el gran momento de purificación, la limpieza espiritual de la serie: la muerte de Mike Murdock. Esa genialidad delirante que Stan Lee inventó cuando no sabía cómo mantener la identidad secreta de Daredevil se va por fin al otro barrio. Mike, el “hermano gemelo alocado” de Matt, era una idea divertida durante dos o tres números, pero aquí ya resultaba tan cargante que hasta el lector quería que lo arrollara un coche de Fisk. Lee, consciente del agotamiento, decide quitarse de encima al personaje de un modo tan melodramático que hasta resulta sentimental. Es como si dijera: “vale, ya me pasé con esto, volvamos al héroe serio”. Y lo hace. Y se nota. Desde ese momento, la serie empieza a tener aire, coherencia, incluso un toque de madurez.
En el apartado artístico, este tomo es un catálogo de texturas. John Tartaglione, el entintador habitual, mantiene el estilo limpio y clásico, pero cuando entran Vince Colletta y Dan Adkins la cosa se vuelve curiosa. Colletta, tan criticado por “borrar” trazos de Kirby, aquí sorprende con una delicadeza inesperada. Adkins, por su parte, se lanza a la experimentación. Líneas cruzadas, sombras densas, textura en cada rincón. Es como si se hubiera escapado de los años 80 y hubiera decidido enseñarles a todos cómo se hace el expresionismo en una página de Marvel. El resultado es rarísimo y brillante.

El tomo se cierra con una sensación de “esto empieza a funcionar”. No es la grandeza de Miller ni el noir de Bendis, pero es la raíz de todo eso. Es el hombre sin miedo que aprendía a ser Daredevil. Eso, visto hoy, tiene un encanto irresistible. Además, Panini lo presenta en su edición habitual: papel de calidad, reproducción de color ajustada, traducción de Gonzalo Quesada y Rafael Marín que conserva el tono grandilocuente y esa mezcla de heroísmo y comedia involuntaria tan propia de la época. Además de las cartas de los lectores, una introducción de Juanjo Carrascón y un epílogo escrito por Stan Lee publicado en su momento en el Marvel Masterworks: Daredevil 4 USA.
Al final, este octavo tomo de la «Biblioteca Marvel de Daredevil» es un tesoro de otro tiempo. Una fiesta de ideas desbocadas y dibujo glorioso que nos recuerda por qué seguimos amando los cómics clásicos. Aquí Stan Lee se divierte como un niño con su juguete favorito, Gene Colan dibuja como si cada viñeta fuera una secuencia de cine, y los entintadores van dejando su firma como si compitieran por ver quién consigue que el Hombre sin Miedo brille más. Es caótico, sí; exagerado, también; pero tiene esa energía inimitable de la Marvel de los sesenta, esa sensación de que todo podía pasar y nada estaba prohibido. Así que abre el tomo, disfruta del Bufón haciendo de las suyas, aplaude el combate imposible con el Capitán América. Cuando termines, date cuenta de que acabas de leer historia viva del cómic. Porque esta etapa de Daredevil es como su protagonista: torpe, apasionada, valiente y eternamente humana. Aunque el hombre sin miedo no siempre caiga de pie, muchas veces se levanta con una sonrisa bajo la máscara.
