
Cuando Mark Millar decide resucitar a un personaje, no lo hace con sutileza. Lo hace como si lanzara un cóctel molotov a la cara del lector. «Nemesis: Rogues’ Gallery» es exactamente eso. Fuego, destrucción y una carcajada cruel pintada sobre las ruinas. Olvídate de la solemnidad, olvídate de la épica clásica. Esto es un cómic que arranca con un tipo tetrapléjico y lo transforma en el monstruo más peligroso de la Tierra. Así de simple, así de brutal.
Némesis no es un antihéroe. No hay redención, no hay trauma justificable, no hay discurso noble escondido bajo la máscara. Él es la antítesis del mito superheroico, un Batman al que arrancaron el código moral y le inyectaron nihilismo puro. En este tomo, tras ser triturado en «Big Game«,el personaje regresa más sádico que nunca. Lo primero que hace no es buscar justicia ni reconstruirse como persona, sino reclutar a un “Robin” demente en una cárcel brasileña y entrenarlo como si estuviera preparando a un asesino en serie para los Juegos Olímpicos del crimen. Así nace Novato, el compañero perfecto para un villano que ve el mundo como un tablero que debe cubrir de cadáveres.

Lo fascinante es que Millar no se limita a crear un festival gore. Sí, hay violencia y miembros volando, hay huesos atravesando piel, pero detrás de cada estallido hay un propósito. Este tebeo funciona como sátira. Los ricos, los poderosos, los que creen estar por encima de la ley, son el blanco de un villano que es tan hijo de puta como ellos, pero con la diferencia de que este asesino no necesita corbata ni discursos. Él mata y sonríe. En ese espejo retorcido, Millar nos obliga a preguntarnos: ¿qué diferencia real hay entre Némesis y la élite que supuestamente controla el planeta? La aparición de viejos enemigos completa el cóctel. Aquí no hablamos de villanos de usar y tirar, sino de adversarios con razones claras para querer ver a Némesis reducido a cenizas. Eso eleva la tensión. No solo estamos ante un psicópata en busca de venganza, también ante una jauría que quiere ajustar cuentas. Cada enfrentamiento se siente personal, cada pelea es una condena escrita con sangre.
El entrenamiento de Novato es, probablemente, uno de los puntos más potentes. Aquí Millar juega con el sadismo como si fuera pedagogía. Cada página es una lección de violencia disfrazada de manual de supervivencia. Pero lo más inquietante no es ver cómo el joven se convierte en un monstruo. Lo más inquietante es ver cómo esa relación adquiere momentos de auténtica ternura. Sí, ternura entre dos psicópatas. Hay un extraño afecto en la manera en que Némesis guía al chaval. Casi como un padre orgulloso y eso genera en el lector una incomodidad brutal. Porque, de pronto, en medio de la masacre, hay instantes de calor humano. Y es ahí cuando Millar demuestra que su genio no está solo en el exceso, sino en la capacidad de hacernos sentir cosas que no deberíamos sentir.

El apartado artístico merece un altar. Valerio Giangiordano agarra el testigo de dibujantes de peso y lo hace suyo con un estilo crudo, detallado, que destila violencia sin necesidad de exagerar. No hay glamour en sus páginas. Lo que hay es carne desgarrada, huesos torcidos, sudor y miedo. Cada viñeta es un golpe al estómago, cada escena de acción es una coreografía de brutalidad donde sientes el impacto de cada bala y cada cuchillada. Junto a él, el color de Lee Loughridge es la guinda perfecta. Paletas frías, tonos metálicos, sombras que impregnan cada viñeta de un aire de podredumbre. No hay escapatoria. Este mundo es sucio, enfermo y adictivo. Lo interesante es que Giangiordano no se limita a ilustrar violencia. Sus composiciones de página tienen un ritmo preciso, casi cinematográfico. Millar escribe pensando en el blockbuster, pero Giangiordano logra que cada plano tenga la tensión exacta, que cada giro narrativo se sienta inevitable. En ese sentido, el cómic funciona como una película de acción de dos horas comprimida en viñetas. No hay espacio para el aburrimiento, todo avanza como un caballo desbocado.
El resultado final de este tebeo, publicado por Panini Comics, es una obra que mezcla lo grotesco con lo lúcido. Hay ultra violencia. Mucha sátira. Y momentos que parecen diseñados solo para escandalizar. Pero bajo esa capa de sangre, hay un mensaje claro: Los ricos, los poderosos, los que creen estar por encima de las reglas, son tan monstruosos como Némesis. La diferencia es que Némesis no oculta su maldad tras discursos o instituciones. La exhibe sin vergüenza. En ese contraste está la verdadera crítica social que Millar nos lanza a la cara: No necesitamos supervillanos enmascarados. Ya los tenemos, con traje y corbata, en los despachos del mundo real.

Al final, «Nemesis: Rogues’ Gallery» no es solo la continuación de una saga polémica. Es una declaración de intenciones. Es el recordatorio de que Millar sigue siendo capaz de sorprender, de incomodar y de divertir con el mismo gesto. Es un cómic que se lee con la boca abierta, a medio camino entre la risa nerviosa y el horror. Un espectáculo violento que es también una sátira brillante. Némesis ha vuelto, y lo ha hecho más brutal, más demente y más carismático que nunca. Si esto es solo el comienzo de la nueva fase del Millarverso, más vale que nos preparemos: la conquista del mundo apenas empieza.
