
Imagina que tu trabajo consiste en recoger basura. Pero no cualquier basura. Hablamos de basura espacial. Tu oficina es la órbita terrestre, tu cubo de basura flota a 27.000 km/h, y tu día a día consiste en evitar que un tornillo suelto reviente un satélite multimillonario o, peor aún, una misión tripulada. Este es el punto de partida de «Planetes» (プラネテス), un manga que parte del ridículo para alcanzar lo sublime, que empieza hablándote de trabajos ingratos y termina preguntándote: ¿cuál es tu lugar en el universo? Makoto Yukimura nos presenta una premisa que podría ser digna de una serie de comedia. Tres tipos raros, cada uno de su padre y su madre, que pilotan una nave recolectora de desechos orbitales llamada Toy Box. Fi, americana adicta al tabaco y al sarcasmo, Yuri Mihalkov, un ruso estoico que arrastra la muerte de su esposa, y Hachirota “Hachimaki” Hoshino, un joven japonés ambicioso con la cabeza en Júpiter. Tres arquetipos, sí, pero también tres humanos en busca de respuestas que no vienen en las instrucciones del traje espacial. Pero este manga no es una historia sobre el trabajo, sino sobre lo que ocurre mientras trabajamos. Es una meditación silenciosa, una obra de ciencia ficción que, curiosamente, se despoja muy pronto de lo “ciencia” y se hunde con fuerza en la “ficción humana”.
Planetes es exactamente eso: un manga sobre recoger basura en el espacio que, sin embargo, limpia algo más profundo en el lector. Limpia la apatía, la rutina, la costra de escepticismo que deja el paso de los días. Porque, sin querer, te devuelve a lo esencial: qué haces aquí, por qué miras al cielo, a quién amas. Publicado originalmente entre 1999 y 2004 y recientemente reeditado en un integral de más de mil páginas por Panini Cómics, Planetes es uno de esos mangas que cuesta describir con pocas palabras. Pero si hubiera que reducirlo a una sola verdad, tal vez sea una historia de personas que se preguntan qué significa estar vivos mientras flotan, literalmente, entre la chatarra de sus propios sueños.

El corazón de esta historia es Hachimaki, un joven obsesionado con unirse a la expedición a Júpiter. Sueña con cruzar el sistema solar, con tener su propia nave, con no rendir cuentas a nadie. Pero el espacio, igual que el crecimiento personal, no es lineal. Es frío, es hostil, y lo que parecía un destino glorioso se convierte en una pesadilla de aislamiento, paranoia y crisis existencial. Hachimaki se derrumba antes de despegar, y ese derrumbe, contado sin estridencias, pero con precisión quirúrgica, es uno de los mejores retratos de depresión que ha dado el manga. Yukimura lo acompaña de secundarios igual de memorables. Fi, que no puede vivir sin fumar en un mundo donde fumar es delito. Yuri, que busca un simple relicario perdido entre millones de toneladas de metal. Tanabe, que llega como novata y se convierte en ancla del grupo, con una visión del amor tan luminosa que a veces abruma. Aquí no solo te muestran sus acciones, te dejan entrar en sus pensamientos, sus heridas, sus dudas. Con una humanidad que es difícil de describir con palabras.
En el aspecto gráfico, Planetes es precioso. No en el sentido de espectacularidad, sino en su capacidad para capturar el vacío. Yukimura sabe cuándo detenerse. Sus páginas del espacio transmiten silencio, vértigo o un gran vacío. Hay viñetas donde no pasa nada, ni diálogos, ni acción, ni sorpresas, pero pasa todo. Una nave cruzando una órbita, la Tierra asomando por una escotilla, una lágrima suspendida sin caer. En un manga donde cada segundo puede ser el último, cada gesto cuenta. Esa atención al detalle no se queda en el dibujo. También está en la estructura. Cada capítulo es una pequeña cápsula con su propio pulso, que avanza sin prisas. Hay tramas con terroristas, con enfermedades, con conflictos familiares, pero nada se resuelve a golpes. Yukimura no se dedica a resolver, sino a acompañar. Y esa paciencia, que en otro autor podría cansar, aquí es parte del viaje.

En cuanto a la edición, Panini ha hecho un trabajo excelente. Este integral, con más de mil páginas, se siente como un objeto digno de la historia que contiene. Con tamaño superior a los tomos habituales japoneses, no molesta al leerlo, ni se deshace, ni necesita guantes de astronauta para disfrutarlo. Tiene páginas a color, buen papel, y una traducción de Verònica Calafell y Marc Bernabé, que mantienen el tono poético y técnico sin perder matices. Es uno de esos libros que decoran bien la estantería pero que deberían estar desgastados de tanto volver a ellos. Planetes no es para tenerlo. Es para perderse en él. Como una estación espacial a la deriva que un día decides visitar para no volver siendo el mismo. Por eso, cuando cerramos las 26 «fases» en lo que se divide el tomo, no estamos simplemente abandonando una historia: estamos regresando de una odisea. Una travesía por el espacio, pero sobre todo por el alma humana. Porque Makoto Yukimura no escribió un manga sobre astronautas, ni sobre basura espacial, ni siquiera sobre Marte o los anillos de Saturno. Escribió sobre el deseo inextinguible de comprender quiénes somos cuando nos alejamos de todo lo conocido. Escribió sobre mirar atrás mientras volamos hacia adelante. Sobre los hilos invisibles que nos atan al pasado, a los muertos, a la Tierra… mientras soñamos con el futuro, con los vivos, con el cosmos.
De ahí que este manga no ofrezca respuestas fáciles, pero sí una certeza absoluta: el universo es tan vasto como nuestros miedos y como nuestras esperanzas. En medio de ese vacío, lo que nos salva no son los motores de iones ni las órbitas geoestacionarias. Son las personas. Yukimura nos muestra que el gran salto no es salir de la atmósfera, sino aprender a convivir, a amar, a perdonar, a entender. Que el verdadero viaje es hacia el otro. Cuando uno contempla esa última viñeta, ese cierre tan silencioso y perfecto, entiende que todo ha valido la pena. Porque esta obra no termina. Se expande. Sigue creciendo dentro de nosotros. Nos deja con ganas de abrazar a alguien. De mirar las estrellas con menos miedo. De limpiar no solo la órbita terrestre sino también la basura que arrastramos. Porque si el espacio es inmenso, el corazón humano no se queda corto. ¿Y sabes qué? Al final, «Planetes» no trata sobre alcanzar las estrellas. Trata sobre merecerlas.
