Pigalle, 1950: evocador fresco de época y lugar

“Nunca había visto unas luces tan raras. Me dijeron que eran neones”

Antonie, “Toinou”, acaba de llegar a la gran ciudad. Sin haber cumplido los dieciocho todavía , ya ha dejado atrás su Aubrac natal. No así su inocencia, que irá perdiendo por las calles del parisino barrio de Pigalle en este evocador cómic: “Pigalle, 1950”, de Pierre Christin y Jean-Michel Arroyo, recién editado en castellano por Norma.

“Pigalle, 1950” supone el último trabajo de Pierre Christin, fallecido el pasado 3 de octubre de 2024. Nacido en Saint-Mandé un 27 de julio de 1938, tuvo una vida dedicada a la escritura, siendo profesor universitario de literatura francesa y creador de relatos de ficción que han dejado huella. Ejemplo de ello es “Valerian”, creado junto a Jean-Claude Mézières en 1966. Un personaje icónico de la ciencia ficción franco belga cuya impronta traspasó el viejo continente. Sin ir más lejos, en “Star Wars”, hay muchas referencias estéticas que nos remiten al “Agente Espacio Temporal” de la Bande Dessinée.

Su último trabajo, el que hoy nos ocupa, Christin nos lleva al París de mediados de siglo XX. Una ciudad en pleno cambio de guardia, tras superar las sacudidas de la Segunda Guerra Mundial. Una ciudad que prosperaba, realizando un “efecto llamada” sobre la población rural, que iba a la capital en búsqueda de un mejor futuro. Es el caso de Toinou, el protagonista del cómic. Un inocente muchacho de provincias que llegará con su candor a recorrer las calles del barrio de “Pigalle”, el “barrio rojo” parisino, por entonces en su máximo esplendor.

A medio camino entre un relato de iniciación y un fresco de época, “Pigalle, 1950” atrapa desde un primer momento, para meternos de lleno en el lugar que evocan sus páginas. De la misma manera que “Toinou” descubre que en la vida hay muchos matices – y lugares sórdidos que en el campo no se dan – , nos perderemos por las calles representadas en el cómic. Pues este barrio de Pigalle no solo es escenario, sino un personaje más que fortalece el recorrido del relato.

Un relato en el que la inocencia se va perdiendo conforme se adquieren más responsabilidades en terrenos donde el límite de lo legal no está claro. En las noches donde el espectáculo se difumina con actividades más turbias y la inocencia es eso que se va perdiendo poco a poco, mientras se aprenden otras cosas. Sean buenas o no.

“En el bulevar de los animales raros, pronto aprendí que en la vida no solo había vacas y cerdos”.

Así se conforma un magnífico tebeo que seduce y atrapa por completo en su lectura. Mérito de un solvente guion de una pieza, el de Christin. Y de un superlativo Jean-Michel Arroyo derrochando talento a cada página. Metiéndonos de lleno en aquel Pigalle que fue, con una sensación de veracidad plena. Aun con las licencias tomadas en cuanto a escenarios, el comic trasmite verdad en sus viñetas. Como los rostros de esos personajes que sentimos que están vivos al ver sus expresiones faciales, evocando parecidos con la estética del cine francés de esa época, pero resultando singulares cada uno de ellos.

Eso espera en las 152 páginas que conforman “Pigalle, 1950”. En una cuidada edición de Norma en cartoné, traducida por Alba Pagán, donde además del cómic podemos disfrutar al final del volumen de unas estupendas planchas dobles a cargo de Arroyo. Un tebeo que nos invita a pasear por el barrio rojo de París a mediados de siglo, cuando cambiaron costumbres aunque permanecieran los vicios. Mientras la inocencia se pierde en la noche…. Todo eso traspiran estas páginas, conformadas en un relato sólido que crece a cada paso. Todos cohesionados con el estupendo guion de Christin y el notable dibujo de Arroyo. Por todo eso, conviene perderse por las calles de “Pigalle, 1950”.

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