Obscurcia capitulo 1. Entre las pesadillas y la realidad

¿Y si tus pesadillas tuvieran nombre? ¿Y si ese lugar al que vas cuando cierras los ojos no es sólo un mal sueño, sino un mundo real, con sus propias leyes, monstruos y secretos? ¿Y si tu gata muerta regresara para llevarte hasta allí? Bienvenido al primer capítulo de Obscurcia, una obra espeluznante y conmovedora en la que los terrores infantiles no son solo metáforas… son carne, sombra, y peluche. Prepárate para un descenso al corazón del miedo con forma de cuento ilustrado, de la mano de David Boriau, Steven Dhondt y Yoann Guillo. Aquí, lo adorable y lo monstruoso conviven en un equilibrio delicado, listo para romperse como una caja de juguetes maldita.

Pero empecemos por el principio: Álex tiene 12 años. Y no es el protagonista de una historia dulce con moraleja escolar ni de una aventura al estilo Pixar donde todo saldrá bien. Álex está solo. Su madre está en un psiquiátrico, presa de una enfermedad que nunca se nombra pero que se siente como una niebla espesa. Su padre… bueno, digamos que “padre trabajador” es el eufemismo más amable. Y sobre sus hombros recae el cuidado de su hermana pequeña, Nina, lo que convierte su infancia en una serie de rutinas, angustias y un esfuerzo constante por mantenerse entero. Ya desde las primeras páginas, los autores te lanzan al agua helada del abandono emocional. Pero no con un dramatismo manipulador, sino con una narración silenciosa, como si cada viñeta estuviera empañada por la soledad. El lector no necesita muchas palabras para entender que Álex está al borde del colapso, aunque aún no lo sabe. Pero todo se rompe de forma literal cuando Croqueta, su gata, muere atropellada. Un accidente estúpido, cruel, cotidiano. De esos que podrían pasar en cualquier familia. Y esa noche, cuando el corazón todavía late al ritmo de la pérdida, Croqueta regresa. Sus ojos brillan. No está viva, pero tampoco está muerta. Y trae una invitación a un mundo donde todo lo que Álex ha reprimido está esperando pacientemente su turno para devorarlo. No es Narnia. No es Oz. No es Nunca Jamás. Obscurcia no está hecha de magia ni de promesas. Está hecha de traumas, de olvidos, de monstruos con tentáculos que lloran, de recuerdos con dientes. Aquí, los peluches cobran vida, pero no para consolarte, sino para suplicarte que no los olvides. Hay juguetes deformes, quimeras del subconsciente y paisajes que parecen arrancados de una pesadilla de Tim Burton después de tres noches sin dormir.

A nivel narrativo, David Boriau se aleja de los clichés del “niño en mundo fantástico” al abrazar el lado oscuro del género. Álex no llega como un elegido, ni como un héroe. Llega como un niño asustado, obligado a entender que el mundo puede ser cruel, y que la única forma de salvarse es enfrentarlo. Lo primero que llama la atención del guion de Boriau es su economía de palabras. Aquí no hay multitud de explicaciones ni monólogos internos larguísimos. La trama fluye de manera casi cinematográfica: las viñetas se suceden como planos, con diálogos breves pero cargados de tensión. La elección de decir poco no es casual: en el universo de un niño como Álex, muchas cosas no se dicen, simplemente se sienten. Y Boriau lo comprende perfectamente. Desde el inicio, el guionista te planta en un mundo cotidiano pero desequilibrado. No necesitas que nadie te cuente que la madre está enferma: lo ves en cómo Álex baja la mirada al mencionarla. No necesitas que te expliquen que el padre está ausente: su manera de conducir lo dice todo. Cada viñeta está construida para que el subtexto pese más que el texto. Esta es una historia de omisiones, de lo que no se dice y sin embargo grita desde las sombras.

Uno de los grandes méritos del guion es que nunca trata al lector como a un idiota. No hay moralejas explícitas ni situaciones masticadas. El guion confía en la inteligencia del lector, en su capacidad para entender que una pesadilla puede ser el eco deformado de una realidad insoportable. Cuando Álex entra en Obscurcia, el guion evita lo predecible. No hay tutoriales de mundo alternativo, ni “¡Mira! Esto es cómo funcionan las reglas aquí”. No. Aquí el lector y el protagonista están igual de perdidos. Cada criatura, cada zona del mundo onírico, es un símbolo que se deja interpretar, pero que nunca se explica en voz alta. Hace que este tebeo funcione tanto como una aventura fantástica como una metáfora emocional del trauma infantil.

En cuanto al aspecto gráfico, salta a la vista que Steven Dhondt tiene habilidad para dibujar dos mundos completamente distintos (el real y el onírico) sin perder la coherencia estética entre ambos. La casa de Álex, su escuela, la calle… todo en el mundo real está retratado con una sobriedad casi austera, con líneas limpias, perspectivas contenidas y una composición que refuerza la rutina y la fragilidad cotidiana. No hay exceso de detalles, pero hay precisión: todo está donde tiene que estar, con un tono ligeramente apagado, como si cada objeto estuviera cubierto por una capa de polvo. Pero cuando Álex entra en Obscurcia, el dibujo se transforma en otra cosa. Es un mundo en ruinas sostenido por la lógica caprichosa de los recuerdos. Edificios hechos de restos de basura. Carreteras que serpentean como intestinos. Esquinas donde se amontonan juguetes viejos, tentáculos y libros de texto quemados. Todo en este universo onírico parece húmedo, vivo, abrumador. Cada página está sobrecargada de detalles, pero nunca de forma caótica: hay un orden en la locura, una coreografía del espanto.

Pero lo que verdaderamente enciende la mecha del terror es el color de Yoann Guillo, que transforma cada viñeta en una experiencia sensorial casi táctil. Guillo no colorea: texturiza la angustia, baña cada escena con emociones que se sienten en la piel. En el mundo real, el color es grisáceo, amarillento, como si una lámpara moribunda iluminara todo. Pero al otro lado todo se satura y se distorsiona. Rojo visceral, verdes brillantes o púrpuras. El contraste entre la frialdad de la realidad y la orgía cromática de Obscurcia no es casualidad: el color nos dice dónde estamos, pero también dónde está el corazón del personaje.

Ahora que ya hemos caminado entre sombras, peluches mutilados y monstruos hechos de culpa, toca mirar hacia la superficie: la edición española de Tengu Ediciones, que, honestamente, está a la altura del viaje. La obra con traducción de Fernando Ballesteros proviene de la edición de Editions Delcourt. Son un total de 106 páginas donde viene lo realmente cruel: esto es solo el comienzo. «Obscurcia» es una trilogía, y este primer tomo no hace más que abrir la herida. Nos da el mapa del trauma, nos lanza al pozo, nos presenta a los fantasmas y nos deja allí, con la linterna temblando en la mano. Hay mucho más por descubrir. Hay secretos que aún no han salido a la superficie. Y si este primer volumen ya te ha hecho mirar debajo de la cama antes de dormir, imagina lo que queda por venir. Así que volveremos a disfrutar de estas páginas por si algún detalle se escapó en una primera lectura.

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