Alkaios volumen 2: Maestro de marionetas

“Ante las acciones desesperadas de los héroes, intervino firme y definitivo el dios primordial Caos, partiendo en dos las opciones de un recuerdo cada vez más lejano. Pero un último rayo de luz envuelto en esperanza penetró de golpe en el vacío que separaba lo vivido y lo insólito, y otorgó a los héroes una última oportunidad.”  

El segundo tomo de Alkaios no es simplemente una continuación. Es un rugido primigenio desde el corazón del Tártaro, una epopeya que se atreve a romper el espejo que separa al lector del relato y, ya que estamos, convertir ese espejo roto en una espada afilada, peligrosa y brillante. Si el primer volumen abría con promesa y misterio, el segundo cierra con fuego, sangre, preguntas, respuestas y un giro metanarrativo que te saca los ojos solo para devolvértelos con superpoderes. Porque sí, esta segunda parte realizada por Adrián Bonilla en solitario remata la obra, pero no lo hace con timidez. No. Lo hace como un titán que regresa del exilio con una nueva armadura hecha de viñetas y tinta inmortal. Si en el anterior veíamos destellos de grandeza, aquí esos destellos se convierten en un incendio. Y ese incendio es hermoso.

Nos encontramos con un mundo donde los dioses ya no reinan. Los panteones han caído como un edificio de mármol y ego, derrumbado por el titánico peso del dios primordial Caos. Que no solo representa el fin de los dioses, sino también el fin del orden en general. Aquí no hay espacio para lo viejo. Se acabaron las bacanales de Dionisio, los rayos de Zeus o las maquinaciones de Hera. Solo queda el recuerdo. Y el Tártaro. Pero donde otros verían derrota, Adrián Bonilla encuentra la chispa. Porque cuando se extingue la luz de los dioses, alguien tiene que encender una nueva antorcha. Y ese alguien, por supuesto, es Alkaios: héroe entre hombres, hijo de relatos, el gran héroe de los doce trabajos. Su lucha junto con un pequeño grupo de dioses de múltiples religiones consigue que esa sensación de que todo lo que fue alguna vez fue, puede desaparecer sin que a nadie le importe.

“Bajo la incrédula mirada de una civilización sierva de la oscuridad, estalló la luz en los cielos. Y con ella llegó la prosperidad de un nuevo mundo que se moldearía con una historia olvidada. A través de los años perduraron las creencias del pueblo en forma insuficiente para un hombre de múltiples nombres cuya figura no era fielmente representada por ninguno de ellos”

Por eso, cuando digo que este tomo tiene algunas de las escenas más entretenidas y divertidas relacionadas con la mitología no estoy exagerando. Porque Bonilla no se anda con rodeos. Hay una viñeta donde se crean monstruos en manos de pequeños demonios muy conocidos, el trazo se vuelve abstracto, y el cómic se convierte en puro acto poético. Y de pronto, te das cuenta de que no estás leyendo un cómic sobre dioses. Estás leyendo un cómic sobre el cómic. Sobre lo que significa crear, recordar, transmitir. Cada página es una conversación entre Bonilla y el lector, entre el personaje y su autor, entre el mito y su lector mortal. Lo de las referencias al comic no es decorativo ni gratuito. No es solo un personaje mirando a cámara o una viñeta que rompe la cuarta pared. Aquí la estructura, es nervio, es combustible narrativo. No es que el autor juegue con la historia. Es que la historia juega con el autor. Y nosotros estamos en medio, atrapados como una chispa entre dos dioses que discuten sobre qué significa existir. Por no mencionar ciertos homenajes a creadores que utilizan ciertos “métodos” para que alguno se lleve la gloria y el otro saque el trabajo adelante. Al igual, que ese uso de los diferentes estilos del noveno arte o recuerdos a tebeos creados por Jim Davis o ese detalle de cambio de orientación de lectura a un formato oriental. Y es cierto que la historia tiene un aire «clásico». No estamos hablando de una trama que rompa moldes a nivel argumental: el mundo ha caído, el héroe resiste, el grupo se une, el sacrificio se plantea, la redención se sugiere. Pero, y esto es importante, el clasicismo aquí es herramienta, no limitación. Es la columna dórica sobre la que Bonilla levanta su templo, solo para prenderle fuego después y que cada fragmento te caiga encima con intención.

“Como medida desesperada para dar sentido al corazón de un hombre perdido, Isis y Ra envenenaron el pasado de un héroe, paralizando el dolor del presente de un dios, y lucharon contra Apofis por el amanecer de un futuro rey. La llamada “Resurrección de Osiris” culminó en la Britania invadida por el Imperio Romano, donde el hombre por fin comprendió que para vivir por siempre como algo nuevo, debía dejar morir aquello que fue”.

En este segundo volumen, Adrián Bonilla ha tomado el control total de la criatura creada junto con Juanma Mallén, y eso se nota en cada milímetro de tinta. Este segundo volumen huele a autoría, a obsesión, a alguien que ha mirado durante horas una página vacía hasta que la página le devolvió la mirada. Su dibujo no busca el preciosismo vacío, sino la potencia. Cuando las sombras caen sobre los rostros de los dioses, tú también sientes el peso del Tártaro en los hombros. Cuando un dios grita por su existencia, tú también querrías gritar con él. Pero, sobre todo, se nota que Bonilla ama el cómic. No como formato. Como medio. Como forma de vivir, de pensar, de resistir. Y eso es lo que separa a los buenos cómics de los que pueden marcar una época.

Y si, ya es un cómic impresionante por lo que cuenta, la edición de Tengu termina de elevarlo a otro nivel. Se nota que aquí hay cariño en cada decisión: desde la calidad del papel hasta el acabado de las portadas, todo está hecho para que el lector sienta que sostiene algo especial. Además, Bonilla no se guarda nada y nos regala en los extras una auténtica ventana a su proceso creativo: los diseños de personajes, los bocetos, esos pequeños detalles que muestran que detrás de cada trazo hay horas de pasión y de obsesión. Ver cómo nacieron los rostros, los personajes hace que todo el viaje sea perfecto. Y justo cuando crees que el autor ya te ha dado todo, llegas a esa última página: un homenaje sencillo. No hay épica, no hay dioses ni batallas, solo una foto, directa y pura. Un recuerdo silencioso del que ya no está, pero siempre estará presente. Porque al final, más allá de los dioses caídos y los héroes forjados, lo que verdaderamente importa es no olvidar a quienes nos hicieron ser quienes somos. Y qué mejor homenaje a todo este trabajo que volver a abrir las 256 páginas y dejarse atrapar de nuevo por los pequeños detalles que tal vez se escaparon en la primera lectura. Porque Alkaios no solo merece ser leído: merece ser revivido.

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