
A veces, sin previo aviso, un manga te atrapa desde la primera página sin necesidad de hacer alarde ni de gritar su existencia. Simplemente está ahí, como si te estuviera esperando. Y eso fue exactamente lo que me pasó con esta pequeña gran historia llamada Adou (亜童) del mangaka Amano Jaku. En los dos volúmenes anteriores seguí y leí las andanzas del pequeño niño, con un poder increíble. Y justo cuando creía que Eight podría, al fin, respirar un poco, tras despistar a sus implacables perseguidores, la historia pisa el acelerador y nos lanza de nuevo al abismo. Porque en este mundo, nadie escapa por mucho tiempo, y la calma siempre es el preámbulo de un nuevo desastre.
Ese grupo de “personas” aparecen silenciosos, decididos y monstruosamente humanos. No son soldados, ni policías corruptos, ni matones a sueldo. No. Son otros como él. Otros que pueden transformar su cuerpo en algo inhumano, en algo que se desborda de lo entre una masa vegetal hasta llegar a ser armas peligrosas. Como si la naturaleza hubiera decidido vengarse del cuerpo humano desde dentro. Uno de ellos vimos como cayo en volumen anterior, pero la victoria dura poco. Porque entonces, en medio de los escombros y el sudor frío, surgen Ain y Rin. Y aquí es donde el manga se pone verdaderamente interesante.

Ain y Rin no son simples antagonistas. No son «los malos» de la historia. Son espejos deformados de Eight. Hijos del mismo dolor. Guerreros moldeados por las promesas rotas de los adultos. Su habilidad para mutar en formas vegetales los convierte en criaturas casi mitológicas: Ain, con sus extremidades que brotan como ramas retorcidas; Rin, de mirada fija y ganas de jugar hasta el último suspiro. Hay belleza y horror en sus formas. Hay vida, pero una vida que fue forzada, una vida que pide redención. Ambos han hecho una promesa. No sabemos del todo a quién, ni qué juraron exactamente, pero lo que sí queda claro es que esa promesa los define, los impulsa y les da una razón para matar… o para morir.
Eight, por su parte, no entiende del todo lo que ocurre. Su cuerpo, aún ajeno a sus propios límites, responde con violencia, con instinto. Pero la mente de Eight está en otro lado: en los recuerdos que empiezan a emerger, en las imágenes fragmentadas de un pasado que no eligió vivir, en el rostro de esa persona a la que ahora necesita encontrar como si su vida dependiera de ello. Porque depende. Todo depende de ella. La batalla entre estos tres mutantes es un espectáculo feroz, casi poético. Las páginas arden en tensión, con viñetas que se mueven como látigos. La acción es fluida, coreografiada con precisión quirúrgica, y los poderes de cada uno están tan bien pensados que no parecen sacados de una fantasía loca, sino del terror más palpable: el miedo a perder el control de nuestro propio cuerpo.

En medio del combate, hay pausas cargadas de significado. Ain mira a Eight con una mezcla de odio y compasión. Rin no dice una palabra, pero sus gestos lo dicen todo. Ellos no están ahí solo para matar. Están ahí porque alguien les falló, y no pueden permitirse fallarse a sí mismos. Cada golpe que lanzan, cada mutación espeluznante que sufren, cada fibra de su ser, está marcada por la promesa que los ata. Y uno no puede evitar preguntarse… ¿Qué tipo de promesa puede llevar a alguien a convertirse en monstruo?
Riko, mientras tanto, permanece en una especie de limbo dramático, pero no por ausencia, sino porque su presencia se ha vuelto como ese ente que todo el mundo observa. Es la única figura que ha tratado a Eight con humanidad, la única que lo ha visto más allá de sus mutaciones, más allá de su silencio, más allá del poder que todos quieren controlar o destruir. Riko es el ancla. Y cada vez que Eight cae en la desesperación, su rostro vuelve como un faro que le impide perderse del todo.

Esta parte de la historia no solo sube la intensidad, sino que profundiza en la tragedia de los “experimentos fallidos”. ¿Cuántos más hay? ¿Qué secretos aún no conocemos? ¿Quién los creó y con qué propósito? Y lo más inquietante: ¿Quién es la persona que busca al niño con tanto ahínco? La trama se vuelve más compleja, pero nunca confusa. Cada volumen parece un acto de una obra mayor, donde los personajes van quitándose las máscaras mientras el mundo a su alrededor se descompone. Y aunque los enfrentamientos son brutales, nunca son gratuitos. Cada pelea tiene una historia detrás. Un pasado. Una emoción que la sostiene. Lo que más me fascina es esa ambigüedad constante. No sabes si estás leyendo una historia de acción, una tragedia biológica, una fábula distópica o un poema hecho de sangre y savia. Y lo mejor es que no importa, porque lo estás sintiendo todo al mismo tiempo. Es ese tipo de manga que no se lee solo con los ojos, sino con la piel, con el estómago y con el corazón. Y ahí está el verdadero gancho.
Cada vez que pienso que ya sé hacia dónde va la historia editada por Héroes de Papel, aparece una Ain o un Rin, una promesa olvidada, una cicatriz que aún sangra, y me recuerda que no tengo ni idea. Y eso me encanta. Porque quiero que me sorprendan. Quiero que me rompan el alma un poco más con cada volumen. Quiero ver qué hace Eight con todo ese poder que no pidió, con toda esa soledad que lo acompaña. Quiero ver hasta dónde nos quiere conducir Amano Jaku en este volumen de Adou.
