
Karen Reyes siente pasión por la serie B y todo el terror con sabor Pulp. A sus diez años posee un rico mundo interior, el cual plasma en su diario, a modo de bitácora gráfica donde conjuga lo que vive con su entorno, el del Chicago de los años sesenta, en el que los dramas familiares, la vida y la ley la calle, se entremezclan con la pulsión artística. Amigos, conocidos, familiares, monstruos y preferencias culturales forman parte de lo vertido en el cuaderno, conformando un mosaico caledoscopico sumamente atractivo. Que es el mundo de esa niña, tan creativo como personal. Una «niña lobo» que se representa de esa como una forma de diferenciarse frente a lo que la rodea. De su entorno más próximo. Pero también de alinearse así con el metafórico entorno cultural que le apasiona.
Es el mundo de “Lo que más me gusta son los monstruos” (“My favorite thing is monsters 1”), de Emil Ferris. Un tebeo que desde que apareció en Estados Unidos aquel 15 de febrero de 2017, editado por Fantagraphics, no ha dejado a nadie indiferente, obteniendo reconocimiento allá donde se ha editado. Así pasó también en este lado del Atlántico, donde Reservoir Books lleva ya ocho ediciones del mismo, con traducción de Montserrat Meneses Vilar.

Cuando uno se sumerge en las páginas de “Lo que más me gusta son los monstruos” se interna en un mundo único, el que desplegó Emil Ferris. Uno donde lo personal se hace universal, donde el contexto social e histórico es tan determinante como el artístico y gráfico, maridando en una propuesta única. A modo de cuaderno infantil, pero con una amplia profundidad por los elementos estéticos, sociales y políticos que plasma y maneja. Tanto de forma y estilo, como de fondo conceptual.
Así la investigación que inicia en estas páginas la joven Karen Reyes sobre la muerte de su vecina llevará a los lectores a descubrir una historia dentro de otra, en un camino lleno de matices y niveles de lectura. De lo fantástico a lo costumbrista, del esperpento a lo terrorífico. Todo queda perfilado por el trazo de Emil en este diario adictivo. Uno que atrapa tanto en lo gráfico como en lo literario y que ha seducido a infinidad de lectores a lo largo y ancho del mundo. Ejemplo de ello es la cantidad de premios que ha conseguido esta ópera prima: tres Eisners, dos Ignatz, el Fauve d’Or de Angoulême, el Gran Guingui en Italia, el Rudolph Dirks alemán o, entre otros el primer premio de Barcelona Cómic.

Pocos han conseguido tanto con un debut. Emil Ferris lo hizo contando ya con cincuenta y cinco años, que fue la edad con la que “Lo que más me gusta son los monstruos” se publicó. Una contundente evidencia de que los prejuicios edadistas son solo estúpidas formas de discriminar. Al igual que Jack Kirby, que pasados los cuarenta definió ese Universo Marvel que revolucionó el mundo del tebeo de superhéroes, Ferris demostró que el talento no depende de la edad, sino de la capacidad creativa de cada cual, esa que subyace en una amalgama de técnica, inspiración e instinto. Una capacidad a todas luces humana, real y orgánica. Y eso es lo que Ferris vertió en el primer volumen de “Lo que más me gusta son los monstruos”, que sigue deslumbrando con la fuerza del primer día. Es lo que tiene haber creado un clásico atemporal del noveno arte. Un diario gráfico tan original como personal. Tan rotundo como certero y fresco.
