De todos los mitos medievales, uno de los que mejor ha llega, do a nuestros días es el que envuelve a la Materia de Bretaña: El Rey Arturo, Merlín, Los Caballeros de la Mesa Redonda y Excalibur siguen protagonizando ríos de tinta a lo largo de los siglos. Un mito forjado entre lo celta y lo cristiano. Un ideal nacido de la tradición oral que finalmente quedó inmortalizado en textos medievales que a día de hoy siguen disponibles para su lectura, como “Las Profecías de Merlin” («Prophetiae Merlini»), el primer texto no escrito en galés sobre el mítico mago (donde por primera vez “Myrddin” pasa a ser llamado “Merlín”), de Geoffrey de Monmouth, el cual la introdujo después en su célebre “Historia de los Reyes de Britania” (“Historia Regum Britanniæ”), quizá el volumen más conocido del siglo XII en tiempos actuales.

Junto a Monmouth, entre otros, Robert De Boron, Chrétien de Troyes y, ya en el siglo XV, Thomas Malory, son los autores que han llegado hasta nuestros días. Sirviendo de inspiración al imaginario en torno al Rey Arturo, Lancelot, Perceval, Merlín y el resto de personajes nacidos de la Materia de Bretaña, fuente inagotable de aventuras a lo largo de los siglos. Como muestras, las hay por doquier en diversos medios de expresión, desde el cine pasando al noveno arte.
Centrándonos en los cómics hay una prolífica senda “artúrica” por recorrer, desde el clásico «Príncipe Valiente» (“Prince Valiant”) de Hal Foster, pasando por la visión futurista de “Camelot 3000”, de Mike W. Barr y Brian Bolland, hasta visiones recientes que beben de la fuente artútica, como pueden ser, entre otras, “Las crónicas de Excálibur” (“Excalibur Chroniques”) de Jean-Luc Istin y Alain Brion, “Once and Future” de Kieron Gillen, Dan Mora y Tamra Bonvillain; “Alien Albion”, de Javier Marquina, Xavi J. y Héctor Marper, “Furiosa” (“Furieuse”), de Geoffroy Monde y Mathieu Burniat, “Pendragón: La Espada Perdida» (“Pendragon: L’épée perdue”), de Jérôme Le Gris, Benoît Dellac y Paolo Martinello, o la reciente y fresca “Nimue”, de Aldara Prado.

El tebeo que nos ocupa hoy bien podría englobarse junto a los antes citados. Si bien, presenta una particularidad que lo singulariza. Pues “El Caballero del Dragón” (“Le Chevalier au Dragon”), de Emanuele Arioli y Emiliano Tanzillo no supone una ficción más dentro de, si se permite la expresión, “Materia de Bretaña” actual en viñetas. La materia con que se ha construido este tebeo tiene, literalmente, conexión directa con aquel siglo XII de novelas de caballeros. Pues parte, directamente de un manuscrito de la época, “Ségurant ou le Chevalier au dragón”, que se conserva en París y fue objeto de la tesis doctoral de Emanuele Arioli en 2013. Un trabajo galardonado con varios premios académicos que sirvió de punto de partida para que Arioli, medievalista, archivero-paleógrafo e investigador y distinguido de la Universidad de Barcelona, siguiera buscando fragmentos del relato durante años, en una suerte de arqueología literaria.
Las piezas encontradas dieron sus frutos académicos literarios y académicos: la novela reconstruida, “Segurant el Caballero del Dragón” (“Ségurant, le chevalier au dragon”) vio la luz en una reconstrucción traducida por Arioli, a los que siguió una adaptación infantil, un ensayo académico, la publicación con el texto en francés antiguo y el tebeo que centra hoy nuestra atención. Un rescate del olvido en toda regla

De esos mimbres desperdigados a lo largo de los siglos, parten las viñetas de “El Caballero del Dragón” en una interesante propuesta, fiel en esencia a los cánones del Ciclo Artúrico, con uno de sus elementos más icónicos: la búsqueda del Santo Grial. De eso se encargará Sivar, (Ségurant o Sigurant, en las obras clásicas), el protagonista. Un personaje que presenta muchas conexiones conceptuales con Sigfrido o Sigurd ya en el texto original, ejemplo de como los mitos en Europa se retroalimentaban.
Junto a épica de la búsqueda del Santo Grial, el camino del héroe le llevará por una senda de descubrimiento, confluyendo la aventura junto a elementos donde la espiritualidad subyace, en consonancia con algunos de los temas recurrentes de la Materia de Bretaña. Temas que, como antaño, sirven de caldo de cultivo, para fabular y contar, para entretener a quien recorra las páginas del tebeo. Para ello, el arte de Emiliano Tanzillo se rebela un aliado esencial para que la propuesta alcance un magnetismo gráfico notable, en consonancia con el ejercicio de adaptación que ha llevado a cabo Arioli. Más allá del origen centenario de este relato, las páginas de “El Caballero del Dragón” transpiran frescura plástica y textual. Sintiéndose tan actuales en forma como atemporales en fondo. Pues si bien la historia en origen nació hace nueve siglos, la forma en que se cuenta es totalmente actual, con suficientes elementos para seducir tanto a eruditos del tema como a simples aficionados o a lectores que solamente busquen buenos relatos.

Más allá de la curiosidad de la gestación de este tebeo (que daría para un buen argumento para realizar otro), está lo que cuenta en sus 104 páginas. Una historia rescatada del olvido para el gran público. Con suficientes elementos para singularizarse entre los “Tebeos Artúricos”. Tanto por donde parte y se gesta, como por el solvente oficio con que se ha llevado a cabo. Así lo vieron en Dargaud, editor de la versión original de este tebeo en francés. Y así lo han visto en Norma, que lo acaba de estrenar en castellano con traducción de Pilar Garriga. “El Caballero del Dragón”, sin duda, ha llegado para conquistar por méritos propios su hueco en cualquier tebeoteca o biblioteca “artúrica” que se precie.
