
Para que una adaptación tenga razón de ser , ha de mantenerse por algo más que la mera trasposición de un medio a otro del mismo relato. Ofrecer algo más o de otra forma, en definitiva. Ya sea una nueva visión o enfoque, adecuando los ritmos narrativos al medio en que se va a desarrollar. Puede ser contar lo mismo en el fondo, pero no de la misma forma. Ese es el secreto de las adaptaciones que perduran, las que escapan de la sombra de la obra original para mirarlas de igual a igual. Y en ese proceso se hacen grandes, a la vez que engrandecen a la obra original. Algo de esto hay en “Malaherba”, la adaptación de Bartolomé Seguí de la primera novela de Manuel Jabois.
Con “Malaherba”, Jabois se revelo como un escritor de los que conviene seguirle la pista. Por la sensación confesional que deja su prosa, consiguiendo lo más difícil con sus luces y sombras, que es tener una voz propia. En su primera novela se escucha (y lee) esa voz, en un relato que nos habla del fin de la infancia, excelentemente contextualizado en esa Pontevedra de la última década del siglo XX. Tan tierno como duro, “Malahebra” nos llevaba al punto exacto donde la infancia comienza a diluirse, cuando la pubertad irrumpe en la vida y es momento de conocer, de vivir. Con todo lo bueno y malo que ello acarrea. En ocasiones sin poder identificar cada sentimiento o situación que se experimente, pero viviéndolas siempre a flor de piel. De la forma que siempre quedan marcadas, como huellas imborrables, en la biografía de quien está creciendo.

Todos esos elementos planean en la novela de Jabois, con una prosa que desprendía esa lirica, entre inocente y cruda, de la voz del niño que dejaba de serlo. Una esencia que Bartolomé Seguí (“Boomers” o “Las serpientes ciegas”) ha sabido mantener en sus viñetas. A lo largo de la trayectoria de este Premio Nacional de Cómic ya hemos tenido muestras de su oficio para plasmar gráficamente ambientes urbanos (“Historias de Barrio”, junto a Gabi Beltrán) o la capacidad resolutiva de sus adaptaciones (baste ver el Carvalho de Manuel Vázquez Montalbán que llevó al cómic junto a Hernán Migolla). En esta ocasión, Seguí se ocupa en solitario de la adaptación con resultados más que satisfactorios.
Para llegar a ese buen puerto, la “Malaherba” de Seguí ha crecido robusta, sobre todo por el ritmo del guion del tebeo, donde ha sabido pulir el relato de Jabois dejando, como ya hemos dicho, la esencia. Manteniendo ese elemento diferencial de la novela, el que hace único al relato, lo ha revestido de decisiones acertadas, como son el cambio de narradores, dando mayor ritmo a lo contado y, paradójicamente, conservando ese sabor confesional de la novela original. De la misma manera, las viñetas mostradas nos remiten a ese pasado, ya lejano y a la vez reciente, de muchos, consiguiendo con la ambientación y contextualización que entremos de lleno en aquellos 90.

Así la “Malaherba” de Bartolomé Seguí es una semilla nacida de la plantada por Jabois en su novela. Y si bien comparte raíz, germina y crece por derecho propio. El que le otorga erigirse como el relato sólido que es, con sus códigos expresivos propios (los del cómic), ritmos y reglas. Las 128 páginas que lo componen, editadas por Salamandra Graphic en cartoné, son un buen ejemplo de lo que es una buena adaptación al cómic: la que mantiene la esencia de la obra original y, a la vez, la enriquece con las posibilidades expresivas propias del noveno arte. Sin estridencias y con efectividad. Por eso, la “Malaherba” de Bartolomé Seguí es un robusto cómic, que echará raíces en cualquier tebeoteca que recale.
