La mazmorra Integral 2: Amaneceres y Monstruos

Con la salida del primer integral de “La Mazmorra” (“Donjon”), comenzó la publicación más ambiciosa en castellano de esta saga creada por Joann Sfar y Lewis Thondheim. Si el primer volumen nos llevó al ciclo del «Zenit«, o presente de esta saga, en el segundo integral nos lleva al comienzo de ese apogeo, con el ciclo “Amanecer” (“Potron-Minet”) y parte de las historias de “Monstruos”(“Monsters”). Todo ello realizado por los dos creadores junto un destacado grupo de artistas entre los que están Christophe Blain, Jean- Enmmanuel Vermot-Desroches, Blutch, Carlos Nine, Christophe Gaultier y Walter.

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Cuando observamos el esquema que delimitaba las distintas tramas de “La Mazmorra”, reflejado en el primer volumen, vimos que el segundo tomo albergaría la saga completa de «Amanecer«. Esta narrativa, inmersa en un pasado relativamente cercano, prometía desentrañar los orígenes de este peculiar cosmos. Esta historia nos sumerge en el pasado de Jacinto de Cavallère, el Guardián de la Mazmorra durante la era Zenit, desde su llegada a Antípolis, la capital del Reino, para cursar sus estudios universitarios bajo el techo de su tío. Jacinto, vástago de un noble de tierras lejanas, desembarca en la urbe con sólidos principios éticos, una inocencia y un idealismo que lo distancian considerablemente del individuo que vislumbramos en el primer volumen de estos integrales. Este joven quien dedica sus noches a combatir la injusticia bajo la máscara del enmascarado conocido como El Camisón, tiene ante sí una existencia repleta de problemas y amoríos que lo transformarán en el individuo desencantado que acabara siendo el dueño de la mazmorra.

El abismo entre la expectativa y la realidad se hace evidente en la trama de «Amanecer». La imagen inicial de Jacinto, ajeno a los crudos designios del destino, contrasta profundamente con el retrato final de un hombre marcado por la desilusión y el descreimiento. En «amanecer», el relato se despliega como un tapiz en el que los hilos de la inocencia y la corrupción se entrelazan, tejiendo la evolución del protagonista a través de una serie de eventos que moldean su carácter y forjan su destino. La transición de Jacinto, de idealista a desencantado, es un proceso gradual, delineado con maestría por los autores. La pérdida de la inocencia, la traición y la desilusión se entrelazan para esculpir un alma endurecida por las vicisitudes de la vida. Cada encuentro, cada desafío, arroja luz sobre las sombras que se ciernen sobre el corazón de Jacinto, revelando las grietas en su armadura moral y la fragilidad de sus convicciones.

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El contraste entre la Antípolis de los ideales y la realidad cruda de la urbe sume a Jacinto en un torbellino de conflictos internos. Sus intentos por conciliar sus principios éticos con las demandas del mundo que lo rodea lo llevan por un camino plagado de decisiones difíciles y sacrificios dolorosos. La lucha entre la esperanza y el desaliento, el deber y el deseo, confiere profundidad y complejidad a su caracterización, transformándolo en un protagonista vívido y multifacético. La dualidad de Jacinto se manifiesta de manera palpable en su doble identidad como estudiante y vigilante nocturno. Bajo el manto de El Camisón, Jacinto se convierte en un símbolo de justicia y redención, un héroe enmascarado que lucha incansablemente por los desamparados y oprimidos. Sin embargo, a medida que la oscuridad lo consume, su cruzada por la justicia se ve empañada por la sombra de la venganza y el resentimiento, cuestionando su propia moralidad y el propósito de su misión. La transformación de Jacinto es un testimonio del poder corrosivo del tiempo y la adversidad. A medida que el peso del pasado se hace más pesado, sus convicciones y fe se tambalean, dejándolo a merced de las fuerzas que una vez juró combatir.

Por otro lado, este tomo se ve enriquecido por la adición de tres volúmenes de «Monstruos» («Monsters»), otro ciclo que carece de una ubicación cronológica definida pues está protagonizada por personajes secundarios de la serie principal en distintas fases de su vida. En este volumen, se incluyen «La noche del seductor» («La Nuit du tombeur«) con dibujo de Vermot-Desroches, protagonizado por Horus el taumaturgo. Le sigue «Mi hijo el asesino» («Mon fils le tueur»), con dibujo de Blutch, que nos lleva a la infancia de Marvin. También figura en este segundo integral «El desengaño» («Crève-cœur») protagonizado por Alexandra y con dibujo de Carlos Nine. Estas historias poseen una numeración especial, con un número asignado que los mismos autores decidieron para el momento de su lectura. Aunque desvíen ligeramente la atención de la trama principal, estas historias añaden esos detalles tan magníficos y ese color al mundo en el que se desenvuelve la narrativa principal.

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En el aspecto gráfico, Christophe Blain asume la mayoría de las ilustraciones de este integral, siendo el responsable de dibujar cuatro de los ocho álbumes. Con este artista tenemos un gran contraste respecto del dibujo de Trondheim. Blain con un estilo más agresivo pero muy dinámico logra con sus trazos, que los rostros de sus personajes transmitan emociones de manera sumamente efectiva. Además, consigue que la ciudad en la que se desarrolla la mayoría de la trama resulte fascinante, llegando incluso a adquirir el carácter de un personaje más en la narrativa. En los relatos de «Monstruos», como ya hemos citado antes, tenemos los lápices de Jean- Enmmanuel Vermot-Desroches, Blutch, Carlos Nine y Christophe Gaultier. desde un punto de vista personal, el más destacable es el argentino Carlos Nine con un estilo aspecto surrealista y casi onírico, dejándonos en el álbum dedicado a Alexandra con un sabor de boca de lo más agradable.

Los cinco volúmenes de Amanecer y los tres de Monstruos que componen este segundo integral de “La Mazmorra, editados en castellano por Norma, son, cuanto menos, sobresalientes, superando en algunos aspectos el espectacular arranque de la serie. Aunque Zenit sigue siendo el punto de entrada ideal en este vasto mundo, este segundo tomo brilla con luz propia. El tono dramático, acentuado por la inevitabilidad del destino de Jacinto, añade ese fatalismo que potencia la profundidad de la historia. El viaje de Jacinto hacia su destino final como el viejo solitario y amargado que conocimos en «Zenit» es el poderoso motor narrativo que impulsa la trama hacia adelante y hace que «Amanecer» sea una de las partes más sólidas de todo lo que engloba «La Mazmorra»

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