Haiku Siberiano: Luz en tiempos oscuros

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Tras años perteneciendo al Imperio Ruso, Lituania pudo conseguir su independencia en 1918, tras haber sido invadida por Alemania y que Rusia fuera sacudida por la revolución un año antes. Comenzaba así la andadura de una nación que había estado en manos de los Zares desde 1795. Pero ese camino no fue muy largo: tan solo un año después ya comenzaron las pretensiones soviéticas que ocuparon el oeste del país. Así comenzaron años de conflictos evidentes o soterrados. Reconocimientos de independencia por parte de Moscú, como el de 1920; o intentos de anexionar Polonia al manto soviético, fueron jugadas en el tablón geopolítico de la zona, incluidas anexiones unidireccionales de territorios lituanos por parte de la Unión Soviética, que culminó su estrategia el 15 de junio de 1940, con el cumplimiento del protocolo adicional secreto del Tratado de no Agresión entre Alemania y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, firmado en 1939, conocido como Pacto Ribbentrop-Mólotov. En esa cláusula secreta (o no pública) ambas naciones habían acordado “repartirse” los terrenos de la Europa Oriental, para fijar sus áreas de influencia. En el reparto, Lituania pasaba a ser de la URSS y así fue: El 21 de julio de 1941, Lituania se integraba en la Unión Soviética bajo el nombre de República Socialista Soviética de Lituania.

Un mes antes, entre el 14 y el 18 de junio de 1941, 17.000 lituanos fueron deportados a Siberia. Apenas cuatro días después, la Alemania nazi comenzó a ocupar Lituania. Ese era el contexto en el que ocurrían estos hechos. La razón para trasladar a miles de lituanos a Siberia era una estrategia soviética de dejar los territorios conquistados sin autonomía ni líderes que pudieran ser “contrarrevolucionarios”. Al igual que en Estonia y Letonia, en Lituania se buscaba eliminar cualquier atisbo de disidencia, a cualquiera que pudiera ser considerado “enemigo del pueblo”; esto es: cualquier campesino con tierras en propiedad, cualquier científico, destacados personajes políticos, profesionales liberales o librepensadores. Todos, bajo la excusa de “presuntas actividades clandestinas”, eran forzados a trasladarse a Siberia.

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La fría Siberia era un terreno aún por explotar económicamente. Así que enviándo a los “disidentes” ahí, además de limpiar los territorios de “desafectos a la dictadura del proletariado”, la URSS obtenía mano de obra para dinamizar el campo siberiano. Una mano de obra que tuvo que sufrir el duro clima que hay tras los montes Urales. En las lejanas estepas las condiciones de vida que encontraron fueron extremas: hambre, frío y enfermedades, falta de alimentos y medicamentos eran constantes indisolubles a los trabajos forzados que tuvieron que llevar a cabo. Con temperaturas que en ocasiones quedaban muy por debajo de los cero grados, no era extraño que el agotamiento y la muerte formaran parte del día a día.


Ese fue el destino que le esperaba a Algis, el protagonista de “Haiku Siberiano” (“Sibiro Haiku”), obra de Jurga Vilė y la dibujante Lina Itagaki, editado en castellano por Impedimenta. Algis, entonces tan solo un niño, fue obligado junto a su familia a llevar a cabo un largo viaje en un vagón de mercancías junto a otros muchos lituanos. Su destino, más allá de los Urales: Siberia.

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Este es el relato que nos espera en esta obra, escrita por su nieta, Jurga Vilė, donde ahonda en la memoria de su abuelo y las vivencias de esa dura experiencia. Con una voz, la del recuerdo, plagada de calidez, que ahonda en las pequeñas grandes cosas que sirvieron para soportar el duro exilio al que fueron impuestos.

Una deportación de la que muchos no salieron vivos y dejaron heridas de por vida, tanto físicas como emocionales. Sin embargo, y ahí está lo importante de esta obra: lo que nos espera aquí son los recuerdos de un niño y la forma en cómo lo vivió. Eso no significa que se obvie la dureza del tema, sino que se cuenta con la aceptación de quien no le quedó alternativa, haciendo hincapié en las muchas cosas a las que se aferró Algis y sus familiares y amigos para transitar por aquellos duros días en Siberia.

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En el mismo sentido, el dibujo de Lina Itagaki nos aporta la mirada infantil de aquellos días de plomo que vivieron muchos lituanos que el Telón de Aceró empujó a Siberia. Tampoco se obvia ninguna situación dura, se muestra con la naturalidad de quien tuvo que vivirla siendo niño, haciendo hincapié en la bondad que apareció en esa comunidad obligada a trabajar de forma forzada a miles de kilómetros de su tierra natal.

Ese es el punto fuerte de este testimonio hecho libro, a medio camino del relato ilustrado y del cómic. Un relato luminoso y de supervivencia, de superación y crecimiento en las peores condiciones. Un destello de bondad (la de los protagonistas) frente al duro momento que les obligaron a vivir.

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Convenía pues contextualizar bien en este texto el momento histórico que reflejan Jurga Vilė y Lina Itagaki con las vivencias de Algis, pues es así como se puede poner de relieve la importancia de como afrontan lo que cuentan en la obra; el tono utilizado funciona como un destello de cálida esperanza que alumbra lo tenebroso de esos días en Siberia.

Quizá por ello “Haiku Siberiano” ha sido muy reconocida desde su edición en Lituania en 2017, traducida a varias lenguas europeas, ganando numerosos premios literarios, entre ellos el del mejor libro infantil en Lituania en 2018 o el Premio Prano Mašioto al mejor libro infantil y juvenil del IBBY International Board on Books for Young People«) en 2017, además de numerosas nominaciones. Desde el final del año pasado lo podemos disfrutar en castellano, con la edición que ha llevado a cabo Impedimenta, que cuenta con traducción de Jordana González-Jonkus, en un cuidado volumen de 240 páginas. Una obra didáctica, humana y luminosa. Necesaria para que no olvidemos los horrores del pasado, pero también para recordar que hasta en lo más oscuro existe la luz de la gente bondadosa. Lo dicho: un hallazgo.

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