La sangre de la virgen: Pagar el precio

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¿Cuál es el precio por alcanzar las metas deseadas? ¿Se está dispuesto a darlo todo cuando llega la oportunidad? ¿Incluso a renunciar a lo demás? Estas cuestiones subyacen de manera soberbia en “La sangre de la virgen” (“Blood of the Virgin”), el esperado trabajo de Sammy Harkham, que vio la luz tras catorce años de dedicación a la misma. ¿Valió la pena el titánico tiempo de construcción de este cómic? Si. Y con creces.

Las 296 páginas que nos esperan en la edición en castellano de Fulgencio Pimentel, con traducción de Alberto García Marcos nos llevan a la ciudad californiana de Los Ángeles para conocer a Seymour: un montador cinematográfico empleado en una compañía dedicada al cine “exploitation”: ese de bajo presupuesto, que suele apelar al instinto del espectador y, en ocasiones, logra calar en el imaginario popular. Seymour, que acaba de estrenar la paternidad, no se conforma con seguir montando cintas el resto de su vida. Su sueño es dirigir, se un “autor” en lugar de un engranaje más de la industria. Y la oportunidad llega:

“Te damos 5.000 dólares por el guion y rodamos la semana que viene. ¡Tu primera venta! ¡Felicidades!”

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Con la oportunidad de producir el film de su guion, comienza a trastocarse la vida de Seymour, donde poco a poco la conciliación familiar se va haciendo imposible. De repente, la coyuntura que le envuelve le brinda ocasiones para ir alcanzando el deseado objetivo, a costa de ausencias en el hogar, con un bebé recién nacido y una relación de pareja que va entrando en una tensa calma de frialdad y desapego.

Como paisaje, el Hollywood de los años setenta se erige como contexto que define y ilustra las vidas que nos muestra Harkham: todos profesionales de la industria del celuloide, ninguno con estatus de estrellas, pero con rasgos tan humanos como propios de aquel mundo que ya no volverá. Entre la magia del cine y el fracaso doméstico se haya Seymour, el protagonista, en su ascenso (“o caída”) a lo deseado.

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Las metas inalcanzables. La frustración de descubrir que no existe el difícil equilibrio entre el triunfo absoluto en lo laboral o artístico si no se sacrifican cosas valiosas. Todo eso está en la obra de Harkham, pero hay mucho más: un gran retrato de Hollywood, fuera del glamour distorsionado que llega al espectador, para plasmar con certera mirada esas vidas de profesionales que crean la magia del celuloide, con independencia del presupuesto que manejen. Para ello el autor hizo una gran labor de documentación, llegando a acompañar al mítico director de cine Joe Dante (“Gremlins”, “Piraña” o “Exploradores«, entre otras) para sumergirse de lleno en el ambiente «de industria del cine» que requería su obra.

Misión conseguida. A todas luces las viñetas de Harkham aportan esa mirada verosímil de la industria del celuloide por dentro, reforzando de forma compacta la propuesta que nos espera en “La sangre de la virgen”: un torrente maduro de creatividad donde la eterna lucha del individuo por ser “uno mismo” está presente. Así es esta obra de tono agridulce, que no esconde el sentido trágico del sacrificio para el triunfo, pero aporta más elementos que la hacen más singular, única y de lectura adictiva.

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El propio autor manifestaba recientemente en la entrevista concedida a Nora G. Fornés para el diario “El País” el pasado 9 de mayo, que “Aunque mis padres no acabaron juntos, su relación fue uno de los desencadenantes del argumento. Solía escuchar a mi padre contar cómo llegó a Los Ángeles sin dinero, habiendo pasado por Israel y Australia. Me di cuenta de que hablaba mucho sobre su carrera, pero conforme esa faceta de su vida mejoraba, menos hablaba sobre su vida personal, que empezó a decaer. Pensé que había una dicotomía interesante en cómo un aspecto de tu vida puede destacar mientras el otro se marchita.” Ese es el precio a pagar en ocasiones. También el motor de este tebeo, pero no el único ingrediente, como ya hemos dicho. Pues el viaje que propone Sammy Harkham es de los que se recorre con placer, por lo mucho que despliega a partir de la premisa antes citadas. También por cómo lo compone en páginas certeras, llenas de esa mirada de plena sensibilidad y letal lucidez que nos ha acostumbrado desde “Pobre marinero”, “Kramers Ergot” o “Todo o Nada”.

En ese sentido, “La sangre de la virgen” es un rotundo paso adelante. Quien quiera comprobarlo, tiene a su disposición la cuidada edición en castellano que ha llevado a cabo Fulgencio Pimentel: 296 cuidadas páginas en formato cartoné con sobrecubierta. A la altura de lo que espera en su interior, el diseño del volumen es el mejor aviso de la cumbre creativa que supone esta obra. Sin duda, cada uno de los minutos invertidos por Sammy Harkham en “La sangre de la virgen” han sido rentables en términos artísticos. No todos los días se alumbra un tebeo que llegue tan alto. Así que disfrútenlo cuando tengan la ocasión de catarlo.

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