El Sulfato Atómico: el salto cualitativo de Mortadelo y Filemón

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«Esos tipos con bigote tiene cara de hotentote».

Si al leer esa frase has sonreído, seguro que ayer al enterarte del fallecimiento del gran Francisco Ibáñez Talavera, el mundo de alguna manera se paró por un momento, y tu cabeza viajó a ese primer momento en el que conociste a sus célebres creaciones: “Mortadelo y Filemón”, “Rompetechos” o “13 Rue del Percebe”, entre otras.

El arriba firmante así lo suscribe y en su memoria buceó en esos tebeos que, desde un primer momento, le han acompañado por este viaje que es la vida. Tebeos que para muchas generaciones sirvieron para aprender a leer, pero también para acompañarse de ellos mientras los años pasan. Tebeos que, si creciste en la España de la segunda mitad del siglo XX, han sido indisolubles a la cultura popular de la nación. Tebeos nacidos de esa factoría de humor que fue la Editorial Bruguera, en la que grandes autores como Manuel Vázquez, Josep Escobar, Jan, Raf o Carlos y Luis Fresno entre otros, crearon divertidas historietas y personajes que son ya patrimonio nacional de nuestro cómic. De todos ellos, quien sobresalió a lo largo de 65 años fue aquel botones del Banco Español de Crédito que publicó por primera vez en Bruguera en 1952, llegando a convertirse en el máximo exponente de aquella segunda generación de la Escuela Bruguera, para, con los años, ser el referente de lo que ejemplifica la historieta humorística que durante décadas reinó en los quioscos españoles.

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Galardonado con la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes en 2002, del talento de Ibáñez surgieron personajes que ya forman parte de nuestra cultura popular: “Rompetechos”, “13 Rue del Percebe”, “Pepe Gotera y Otilio” o “El Botones Sacarino” . De todos ellos los que han acompañado a Ibáñez hasta el final de sus días han sido “Mortadelo y Filemón”. No es una exageración, la última aventura de esta estrafalaria pareja, “Mundial de Baloncesto 2023” (del que daremos buena cuenta en una futura reseña), se editó el pasado mes de junio por Bruguera, ejemplo de que Ibáñez ha sido un trabajador nato en sus 87 años de biografía.

Un trabajador que, sirva como dato, siempre ha sido quien más colas ha tenido en las sesiones de firmas del Saló del Cómic de Barcelona. Daba igual que figura de prestigio internacional viniese. Ibáñez siempre tenía las mayores colas de aficionados, peques y grandes, para firmar sus obras y obsequiarles con un pequeño dibujo en la dedicatoria. Por eso frases como la que inicia este artículo, que sale en “La caja de los diez cerrojos” de 1971, se han quedado ya en la memoria popular de las muchas generaciones que han leído sus tebeos.

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Tebeos que siguen gozando de vigencia, con la dosis de comedia y mala leche intacta y resistente al paso de las décadas, como el que nos va a servir para homenajear a Ibáñez: “El Sulfato Atómico”, la primera aventura larga de Mortadelo y Filemón. Hasta entonces esta pareja de agentes siempre habían protagonizado historias cortas, en un primer momento en una agencia de información y más adelante ingresando en la T.I.A., el paródico servicio de espionaje que sirvió para enriquecer la serie con hallazgos como El Superintendente Vicente, conocido como “El Súper”, el Profesor Bacterio y Ofelia.

Cuando se publicó por primera vez “El Sulfato Atómico”, primero de forma serializada  “Gran Pulgarcito”, entre 27 de enero al 30 de junio de 1969, y luego compilado en el primer álbum de la colección “Ases del Humor”, Bruguera tenía la vista puesta en la Bande Dessinée franco belga y en las formas y usos de publicación que se hacían al otro lado de los Pirineos. Ya llevaba tiempo usando como modelo las referencias francesas. Baste analizar simplemente a “El Botones Sacarino”, una suerte de híbrido de Spirou, por el uniforme; y Tomás El Gafe (“Gaston Lagaffe”) en cuanto actitud, para ver las referencias que manejó Ibáñez para llevar a cabo su Botones a petición de la editorial.

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Bruguera quería ir más allá emulando la forma de producir francesa, donde las historietas se serializaban en revista para posteriormente compilarse en álbumes de tapa dura. Para iniciar esa línea querían contar con su primer espada y así se lo propusieron a Ibáñez, bajo la premisa que debía de ser una historia en el que el trazo fuera más trabajado ya que su destino final era compilarse en un álbum unitario.

Así lo hizo Ibáñez, que en lo gráfico ya había empezado a alejarse de la influencia “Vázquez” de sus comienzos en Bruguera e iba impregnándose de ese trazo abigarrado característico de Franquin. Estilo que hizo suyo para darles el toque definitivo a sus personajes. Ese toque, que aunque haya pasado el tiempo, mantuvo en mayor o menor medida desde entonces.

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Ahora bien, concebir material para una historia “larga” tenía que ser algo más que una sucesión de gags. Había que encontrar una motivación de peso, un reto, que mantuviera la atención durante toda la aventura. A la vez, había que ser consciente de que el relato tenía que funcionar también de forma serializada, y que cada “fragmento” debía de tener sentido por sí solo. No podían faltar los gags humorísticos de costumbre, evidentemente. Bajo esas premisas se edifica lo que ya fue el canon de “Mortadelo y Filemón” desde entonces: una primera parte en la que establecía el reto y una sucesión de fases o episodios por las que los personajes van intentando cumplirlo, con mayor o menor fortuna. Cada parte o fase se cerraba con la tradicional persecución tras el mayor gag de la entrega. Así quedó definida la estructura con la que Ibáñez edificó desde entonces las aventuras de sus célebres personajes.

Una estructura que se estrena, como decimos, en “El Sulfato Atómico”, donde la influencia franco belga es incuestionable. Desde el Profesor Bacterio  (con un aire al “Profesor Zwart”, secundario de Spirou aparecido en “La mina y el gorila” en 1956) hasta el premisa de partida, que bebe en diferentes dosis de  «El guante de tres dedos» (1965) de Tillieux o a «El asunto Tornasol» (1956) de Hergé. Si bien, esos son los puntos de partida desde los que Ibañez construye un argumento con originales dosis de mala leche característica de Mortadelo y Filemón y nos brinda gags que ya son historia de nuestro cómic nacional. Gags como el del “escarabajo pelotero”, la entrada de Mortadelo vestido de general de Tirania o el de “La arañita”, entre otros. Golpes de efecto humorísticos que demuestran que las mejores cartas las reservó Ibáñez para esta obra. Golpes originales, que si se rastrean se pueden ver rastros de la comedia del tebeo franco belga, pero en este caso tienen la mala leche “made in spain” que han hecho a Mortadelo y Filemón únicos e universales.

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Algo tendrá este tebeo, creado en 1969, para que sigamos hablando de él hoy. Y es que “El Sulfato Atómico” es el primer paso definitivo de Mortadelo y Filemón para devenir en los iconos de la historieta que son a día de hoy. Quizá el tebeo que más tiempo le supuso a Ibáñez, que en alguna ocasión manifestó que llevó realizarlo el triple de tiempo del que solía dedicar a cada página. Pues este cómic es de los que más trabajo hay en cada viñeta, por el nivel de detalle que hay en cada fondo y encuadre. Hecho debido a que Bruguera quería no solo compilarlo en álbum, sino que su deseo es que fuera un tebeo para venderlo fuera de nuestras fronteras.

“El Sulfato Atómico” supone para Ibáñez competir en las grandes ligas del tebeo, porque elabora un tebeo va más allá de un chiste de unas pocas páginas y construye una aventura larga, que le permite ahondar en el reto que asumen sus personajes. Con influencias de lo franco belga sin duda, pero cada vez con más voz propia. La que le ha permitido que sea hoy un clásico atemporal de nuestra historieta.

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Así que volvamos a abrirlo y volvamos a Tirania para reírnos con los gags certeros que nos esperan en estas páginas. Todo en una historieta, no olvidemos, realizada y editada durante la Dictadura franquista, en la que sus personajes viajan a una Dictadura ficticia, pero de evidente influencia fascista, para recuperar el primero de los inventos del Profesor Bacterio: ese que en lugar de evitar plagas hace que los bichos adquieran proporciones descomunales.

 Es el mejor homenaje que le podemos hacer a Ibáñez.  Posiblemente después haya quien continúe releyendo su obra con “Chapeau “el esmirrau””, “ Contra el  “Gang» del chicharrón”, “Elecciones” o “El Tesorero”, por citar solo a algunos, y seguir así hasta “Mundial de baloncesto 2023” entre las carcajadas que consigue esta fórmula “de álbum” que comenzó  para Mortadelo y Filemón con “El Sulfato Atómico”. Por eso, aunque Francisco Ibáñez falleciera ayer, nunca se irá del todo. Sus tebeos harán que su ingenio y humor siga presente por siempre.

Gracias Maestro Ibáñez por tantas horas de carcajadas y buenos ratos con tus tebeos.

Un comentario Agrega el tuyo

  1. Avatar de avenavarro avenavarro dice:

    Gracias por el artículo.
    ¡¡Grande Ibáñez!!

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