De la “Escuela de Marcinelle» (”École de Marcinelle”), aquel grupo de dibujantes que creció en torno a Jijé, el más destacado fue André Franquin. Un autentico coloso de la Bande Dessinée cuya huella e influencia se extiende más allá del mercado franco belga. Una influencia que caló en nuestro país, traspasando sus gags los pirineos y calando hondo, no en aficionados, sino en artistas del medio. Basta ver muchas páginas de “Mortadelo y Filemón” o de “El Botones Sacarino” para corroborarlo.
De lo mucho y bueno que hizo Franquin con Spirou, muchos lo consideraron el padre del personaje creado por Rob-Vel. Eso fue así porque de 1946 a 1969 fue Franquin quién dotó a Spirou de todos los elementos que ya quedaron asociados de por vida al entrañable personaje, enriqueciendo su universo aportando personajes de su cosecha, como el entrañable Marsupilami que hoy protagoniza este texto, creado en el ya lejano 1952 en las páginas de «Spirou et Fantasio«.
El entrañable animal natural de Palombia fue uno de los pocos personajes que Franquin conservó su propiedad autoral, y ese fue el motivo por el que Marsupilami siguió el camino de su creador cuando Franquin abandonó la serie. Llegarían con posteridad otras creaciones notables como “Idées Noires” o “Tomás el Gafe» (“Gaston Lagaffe”), pero Marsu siempre tuvo un lugar reservado en el imaginario de Franquin.
Tanto es así que, en 1987, tras fundar Marsu Productions, Franquin toma la decisión de que su animalito con más de ocho metros de cola inaugure su propia serie. Atrás quedaban pequeñas historias que realizó con el personaje y que aparecen compiladas en el volumen cero de la serie, “¡Capturad un Marsupilami!”, con el arte de Franquin. Ahora el maestro de la BD cedía el guion a Greg y los dibujos a Batem, si bien para el comienzo de la serie se reservó el diseño de bocetos y plots de las páginas. Así nacía “La cola del Marsupilami” (“La queue du Marsupilami”), un tebeo que fue un éxito de ventas en Francia, permitiendo con ello la consolidación de este icono de la Bande Dessinée para todos los públicos.
“La Cola del Marsupilami” es la historia de un éxito, del comienzo de una serie imperecedera, que a día de hoy con un ritmo de publicación casi anual sigue gozando de buena salud en el mercado franco belga. Que sirvió como punta de lanza de una expansión del personaje hacia otros medios de expresión como la animación o el cine, así como una abundante dosis de merchandising.
Esta serie, que comienza con el volumen que hoy nos ocupa, es la que se considera el canon del personaje, el apto para todos los públicos. El que atrapa a base de gags al público de todas las edades. Las viñetas que, además de sumergirnos en Palombia, reflejan valores de respeto al medio ambiente. Todo ello comienza aquí, con la presentación de secundarios que enriquecen la serie, como el cazador Bring M. Backalive, obsesionado con cazar a nuestro entrañable protagonista. Pero Marsu es mucho Marsu.
Este es un tebeo de premisa aparentemente sencilla, pero de desarrollo impecable dentro de los parámetros en los que se desarrolla. Aquí, Michel Régnier, más conocido como «Greg», da una lección de un guion divertido que atrapa a grandes y pequeños. Mientras que Luc Collin, conocido como Batem, hace suyo al Marsupilami bajo la atenta tutela del maestro Franquin. El color, a cargo de Leonardo Vittorio, hace el resto.
“La Cola del Marsupilami” no solo fue un éxito en el momento de su publicación, este cómic supone la consolidación de un personaje entrañable, que no hizo más que crecer desde que comenzó aquí su serie propia. Una serie que Editorial Base se está encargando de editar en castellano y catalán en la actualidad, trayéndonos con regularidad las aventuras del entrañable Marsupilami. Además de traernos los últimos álbumes del personaje tuvo a bien editar, entre otros, este tebeo ya clásico. Un tebeo del que parte todo el imaginario que descansa en Palombia. Un imaginario casi tan largo como la propia cola del Marsupilami. Viendo como comenzó la serie, da la sensación de que Franquin sabía que dejaba en buenas manos a su animalito.
“Huba… ¡ Hop !!!«