La industria del entretenimiento ha ido proporcionando y construyendo esa imagen que la mayoría de lectores y/o espectadores tienen de los ninja: guerreros letales y silenciosos, siempre con el rostro cubierto y dueños de las sombras, sigilosos y mortales… esta es una imagen ya intrínseca en la acepción del término “ninja” para la mayoría. Si bien no es del todo exacta. En origen, los ninja (“忍者”) o shinobi (“忍び”) eran mercenarios especializados en las maneras indirectas de hacer la guerra: espionaje, sabotaje, asesinato, obtención de información y la guerra de guerrillas eran las acciones para las que se recurrían a esos agentes. En definitiva, una suerte de agentes secretos, maestros en el arte del disfraz y con labores más propias de un servicio secreto que de una legión de asesinos. El tiempo, la falta de información y multitud de relatos de cultura popular han ido deformando y exagerando el concepto general que se tiene de esta figura.
Para arrojar un poco de luz sobre lo que implicaba ser un ninja en su época de máximo esplendor, aunque siempre en el plano más discreto como buenos espías, puede servir el manga que tratamos hoy: “Manual secreto de los Ninja: Enseñanzas del maestro Hattori Hanzō” (“Secrets of the Ninja. The Shinobi Teachings of Hattori Hanzō” de Sean Michael Wilson y Akiko Shimojima. Un tebeo que parte y nos remite a “El secreto de los Ninja”, quizá el manual más antiguo sobre ninjas. Un escrito cuya autoría se atribuye a uno de los ninja más célebres de la historia: Hattori Hanzō (“服部正成”), (1541 – 23 de diciembre 1596).

Con este punto de partida, Sean Michael Wilson (“Hagakure” o “El fantasma sin rostro y otras historias de terror”) nos va a sumergir de lleno en la época medieval japonesa y en el arte del ninjutsu, que por concepto no es un arte marcial, sino el arte de la infiltración y el espionaje. El arte de escabullirse, pasar desapercibido obteniendo información y logrando los objetivos marcados. Para ello traslada muchas de las enseñanzas del texto atribuido a Hanzō en este cómic, donde conoceremos a dos jóvenes ninja, Hisaaki y Norio, en pleno camino para convertirse en guerreros shinobi.
De la misma manera que la designación “shinobi” implica un paso más que ser ninja, en el sentido de que este último es el guerrero especializado en ninjutsu y el shinobi hace de este arte su estilo de vida; el cómic nos va a ir mostrando lo que significó en origen cultivar las artes que definen a estos guerreros. Todo mediante el camino de aprendizaje que recorren Hisaaki y Norio.
Mientras el relato se sucede, Wilson va dejando enseñanzas a su paso, que Akiko Shimojima (“Los 47 Rōnin” o “Cold Mountain”) las recoge con cuidado y esmero en la traslación a las viñetas, dotando de agilidad este guion, que aporta tanto en lo que cuenta como en lo que muestra, llevándonos a una época y un lugar concreto y que puede servir como primer paso hacia un conocimiento más exacto de lo que realmente era un ninja. Sin duda, por el ritmo narrativo que imprime y la sensación de fidelidad gráfica a lo que fue, Shimojima potencia sobremanera el resultado final.
Así discurre este manga que aporta más luces a esa figura plagada de sombras y mitología popular. Un volumen que se complementa con unos excelentes prólogo y epílogo a cargo de Antony Cummins, investigador histórico de ninjutsu y uno de los mayores conocedores de este arte. Todo ello nos lo podemos encontrar en las 152 páginas que componen este manga, que Quaterni ha tenido a bien editarlo en castellano. Un tebeo que nos sumerge de lleno en el medievo japonés mientras nos descubre la figura del ninja desde una perspectiva más anclada a la realidad que fue.