Entrevista a Gertrude: «Espero que no suavices una futa palabra»

En el colorido, empalagoso y peligrosamente irritante mundo de Fairyland, hay una fuerza de la naturaleza que no canta, no baila y no cree en finales felices: Gertrude. Armada con un hacha desproporcionada, una paciencia inexistente y una mala leche legendaria, esta “heroína” lleva años atrapada en un reino diseñado para sonreír y eso la ha convertido en el mayor error del cuento. En esta entrevista vamos a hacer lo impensable: sentarnos a charlar con Gertrude sin salir escaldados en el intento. Hablaremos de Fairyland, de su odio visceral por la alegría, de la frustración de vivir eternamente en un cuerpo de niña (bueno… casi siempre) y de por qué la violencia es, a veces, la respuesta correcta. No prometemos dulzura, ni lecciones morales, ni magia reconfortante: solo sinceridad brutal.

Buenos días, Gertrude. Gracias por atendernos. ¿Cómo estás hoy?

Mal. Gracias por preguntar lo obvio. Pero supongo que eso no cabe en tu titular, así que escribe “irónica pero combativa” y tira millas.

Para los lectores que no te conozcan, ¿quién es Gertrude?

Soy la consecuencia directa de confiar en mundos mágicos y entrevistas educadas. Entré siendo una niña y ahora soy un aviso con patas. Pon eso en negrita futo reseñador de fierda, queda bien.

Fairyland suele describirse como un paraíso. ¿Qué opinas tú?

Me estas empezando a caer gordo, me cago en tu futa madre…. Que quien lo describe nunca vivió allí. Es como llamar “retiro espiritual” a una celda acolchada. Muy bonita, sí, pero sigues atrapado. Espero que no suavices una futa palabra.

Bueno intentemos calmarnos. ¿Recuerdas tu llegada a Fairyland?

Perfectamente. Ilusión, colores, promesas… el típico comienzo de una estafa de esa gente que hace burpees, tiene el pelo de colores y un lamborghini. O como la llegada a esta entrevista donde dan ganas de matar al entrevistador.

Calma, que ya queda poco ¿Cuándo empezaste a odiar Fairyland de verdad?

Cuando entendí que no importaba hacerlo bien. Que el sistema estaba diseñado para fallar. Ahí dejé de aprender lecciones y empecé a aprender rutas de escape. Apúntalo, tonto de los cataplines.

Muchos te consideran una heroína. ¿Te reconoces en esa etiqueta?

No. Los héroes posan para portadas. Yo solo quiero salir. Si para eso tengo que arrasar medio reino, lo hago y punto.

¿Y una villana?

Tampoco. Los villanos disfrutan. Yo estoy agotada. Hay una diferencia enorme entre maldad y hastío existencial. Pero eso no vende tanto, ¿verdad?

¿Te arrepientes de algo de lo que hiciste en Fairyland?

Sí. De no haber empezado antes. Perdí demasiados años intentando ser amable. Error de principiante. Vamos con estas preguntas de Fierda.

Has sobrevivido a incontables criaturas “adorables”. ¿Cómo lidias con eso?

Aprendí que lo adorable es solo una máscara. Como las sonrisas en las entrevistas. Detrás siempre hay algo esperando morderte.

¿Qué papel juega la magia en todo esto?

La magia es la excusa perfecta para no asumir responsabilidades. Cuando algo sale mal, nadie es culpable: “es mágico”. Maravilloso sistema para arruinar vidas, panda de hijos de futa.

¿Te sientes incomprendida por quienes leen tu historia desde fuera?

Siempre. Es fácil juzgar cuando no eres tú quien repite el mismo error durante décadas. Pero bueno, opinar gratis también es magia.

Vivir tantos años en un cuerpo infantil… ¿qué ha supuesto para ti?

Que nadie te tome en serio mientras te desmoronas por dentro. Es como hablar con un crítico que no ha leído el cómic, pero igual habla del fuñetero tebeo.

¿Qué fue lo más cruel que te enseñó Fairyland?

Que la esperanza puede ser una herramienta de tortura. Te la dan, te la quitan, y luego te preguntan qué hiciste mal. Muy pedagógico todo.

¿Me podrías decir que te parecen los otros protagonistas de la historia como la Reina Nubela, Larrigon Wentworth III o tus múltiples versiones que vimos hace poco?

La futa reina Nubela es el típico poder con corona. Mucha pose, mucha cara alegre, pero es una hija de futa como una catedral. Larrigon Wentworth III es como Pepito Grillo. Está ahí, zumba, opina, no sirve para nada y encima te dan ganas de aplastarlo contra la pared. Muy moral todo, muy insoportable también. ¿Y mis otras versiones? Un grupo de apoyo formado solo por traumas y diferentes fuñeteras formas.

Si pudieras hablar con la Gertrude del primer día, ¿qué le dirías?

Que no sonría tanto. Que no escuche a nadie que cante. Y que desconfíe especialmente de los mundos “maravillosos”. Y que el mundo cambiará a los veintisiete fodidos años y recibirá mas fotias de las que nadie aguantaría.

¿Crees que Fairyland puede cambiar?

No. Los sistemas crueles no cambian, se maquillan. Le ponen otro color y te venden la misma jaula. Vamos como las elecciones de un político, son iguales, pero cambian de color los hijos de su futa madre.

¿Qué opinas de quienes siguen defendiendo Fairyland?

Que hablan desde fuera. Desde el sofá. Los infiernos siempre parecen interesantes cuando no estás dentro. Y esos son los mas tocan los fojones.

Si pudieras destruir Fairyland para siempre, ¿lo harías?

Sí. No por venganza. Por prevención. Para que nadie más tenga que pasar por esto y luego dar entrevistas explicándolo.

¿Qué te molesta más: Fairyland o que te hagan preguntas sobre Fairyland?

Buena pregunta. Fairyland me robó la vida. Las entrevistas me roban la paciencia. Decide tú cuál duele más.

¿Qué opinas de Skottie Young, el tipo que básicamente dibujó y escribió tus andanzas y desventuras?

Skottie Young es como un dios menor con rotuladores y muy mala intención. Me dibuja adorable para que el golpe duela más, me pone en situaciones horribles y luego se ríe desde fuera diciendo que es “humor”. Lo respeto, claro: no todo el mundo es capaz de convertir un trauma prolongado en algo tan bonito de mirar. Pero si alguna vez me lo cruzo en Fairyland… que sepa que el hacha no distingue entre autor y personaje. Y lo digo con cariño a ese hijo de futa.

Para cerrar, una frase para los lectores de Cuántica Gráfica.

Leed cómics, soñad fuerte y abrazad la fantasía… pero no seáis fapullos. Si un mundo os promete felicidad eterna a cambio de paciencia y buena actitud, es una trampa. Y si encima canta, corre por tu fuñetera vida. La magia mola, sí, pero vuestra salud mental mola más que cualquier cuento de hadas de fierda con final feliz obligatorio.

Llegados a este punto, solo queda hacer una cosa sensata: dar las gracias. No de esas educadas, tibias y vacías, sino de las que se dan cuando sabes que acabas de sobrevivir a algo. Gracias, en primer lugar, a Gertrude, por sentarse (metafóricamente) a hablar con nosotros sin incendiar del todo la habitación. Por responder con sarcasmo, mala leche y una honestidad que no pide permiso. Por no suavizar nada, por no vender finales felices de saldo y por recordarnos que, a veces, los personajes más interesantes no son los que salvan el mundo, sino los que lo atraviesan dejando cicatrices. Porque Gertrude no es cómoda. No busca caer bien. No quiere ser entendida ni perdonada. Y precisamente por eso resulta tan fascinante. Es el reverso oscuro del cuento de hadas, la prueba viviente de que la fantasía también puede ser una trampa perfectamente diseñada. Escucharla (o leerla) es aceptar que no todos los viajes te hacen mejor persona y que no todo crecimiento viene acompañado de música alegre y aprendizaje positivo. A veces solo viene acompañado de cansancio, rabia y una claridad brutal.

Gracias también a los lectores que habéis llegado hasta aquí. Porque seguir esta entrevista hasta el final implica algo más que curiosidad. Implica aguantar el humor negro, la ironía afilada y la incomodidad que genera mirar de frente a un personaje que no quiere agradar. Implica dejarse arrastrar a Fairyland no para maravillarse, sino para entender por qué alguien podría odiarlo con tanta intensidad. Y eso, en un mundo saturado de discursos fáciles y moralejas prefabricadas, ya es mucho decir. Así que gracias por acompañarnos en esta entrevista, con los ojos abiertos y por salir con más preguntas que respuestas. Al fin y al cabo, descubrir personajes como Gertrude no sirve para creer más en los cuentos sino para aprender cuándo conviene prenderles fuego.

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