
La sátira. Un recurso humorístico destinado a ridiculizar. En ocasiones llevando al absurdo lo representado y no dejando puntada sin hilo. Tan propia de nuestra idiosincrasia. En épocas de nuestra historia reciente, dependiendo de quien era el homenajeado, podía salir cara. Baste recordar que les ocurrió a Vicente Miguel Carceller y a muchos de los autores de la revista “La Traca”, que pagaron con su vida las mofas y burlas gráficas al bando golpista de la Guerra Civil, que fue el que ganó, trayendo “victoria”, que no “paz”. Baste de ejemplo la Dictadura impuesta en España hasta la Transición, donde la línea divisoria entre vencedores y vencidos fue una constante y la “libertad”, un concepto secuestrado entre imposiciones y olor a sacristía.
Conviene no olvidarlo ahora que, siendo sutiles en la afirmación, las posiciones extremas totalitarias se envalentonan. Esas que primero seducen a los tontos y luego amordazan a los listos. Las que no tienen más verdad que la suya y todo lo demás les huele a “ismos” que satanizan. Y es que, por mucho que insinué alguna campaña de embutidos que contra la polarización conviene la tolerancia, es difícil mostrar respeto a quien conceptualmente lo niega por sistema, en base a unos valores reaccionarios.

Por suerte, seguimos en una sociedad abiertamente democrática, donde se puede crear humor desde la libertad. Apelando a la crítica en ocasiones, en otras a la mordacidad, pero siempre desde la libre voluntad de expresarse. Con independencia que a algunos les moleste, pues en la divergencia está la riqueza intelectual. Justo en ese lugar donde también está la risa, el humor, el gag que pilla desprevenido y desencadena la carcajada.
“El que pueda hacer que haga”. Y eso hicieron desde Zamora cuatro amigos creando “Las aventuras de Baltasar y Franco”, un fanzine que supuso un soplo de aire fresco allá por 2015, cuando Cristina, Isa, Diego Núñez y Pablo Peúbe fueron galardonados con el premio al mejor fanzine de Expocómic. En sus páginas podíamos ver las delirantes peripecias del Rey Mago de color junto al que fuera Caudillo de España en una suerte de absurdos delirantes que lo mismo bebían de hechos históricos que de imposibles situaciones.

Con esos mimbres la sátira estaba servida y dejando grandes carcajadas a su paso. Por lo inteligente de muchos de sus giros. Por el ingenio que desprenden algunos de sus diálogos, vestidos de inocencia pero que beben de la sátira más certera. Entonados por dos personajes gráficos cuyos rasgos potencian la comicidad del asunto y desencadenan los momentos álgidos de este paseo en clave ridícula por momentos de la historia reciente del país, los rasgos de la dictadura y la figura de su líder. Siempre en compañía de Melchor, el Rey Mago Negro, su colega del alma desde los tiempos de las campañas africanas.

El tebeo no tiene desperdicio, ya sea por la rareza que es, o por la delirante propuesta que ofrece, que también. Razón más que objetiva para que tenga un nuevo vuelo editorial. En esta ocasión de la mano de Fandogamia, que ya son especialistas en meterse en berenjenales, como ya ocurrió con “El niño Jesús no odia a los mariquitas”. Para esta ocasión, el material se ha mejorado, redibujándose en ocasiones y dando mayor cohesión gráfica. Junto a ello, a modo de extra, el guion de un capítulo de una zarzuela en la que tienen papel destacado la pareja protagonista.

Así se compone este delirio, firmado por Consuelo Rojo. 72 páginas que son, a todas luces, “de Traca”. Tanto por la frescura que mantiene en su delirio y sátira como por la tradición humorística donde se engloba. Un ejercicio de libertad y de tolerancia. De la de verdad, la que cuestiona los totalitarismos en lugar de blanquearlos. Necesaria comedia, llena de absurdo y sátira, oxigenante para estos tiempos llenos de “ofendiditos”. Con un humor “atado y bien atado”, a prueba de intolerancia y con la sana irreverencia donde crece el ingenio.
