No hay que tomar a los imbéciles por gente: sátira a tiempo real

La sociedad actual plantea retos al ciudadano de forma constante. Los avances tecnológicos han logrado conectarnos de una forma nunca antes vista, pero también siembra con mayor rapidez nuevos desafíos profesionales y sociales. Del mismo modo, muchos conceptos se extienden más como máximas que como propuestas para la reflexión, consiguiendo legiones de fieles que más que dialogar, predican sus dogmas y, en caso de encontrar discrepancia, optan por el linchamiento en lugar del debate.

Ante esos fenómenos presentes muchos se encomiendan al meteorito; otros se refugian a cultivar su jardín lejos de la necedad imperante. Esa que permite que se pastoree a quien no ve más allá de la consigna de sus creencias. Así va germinando, entre la perplejidad ,un mundo idiota lleno de “ismos”, escasez material, carencias emocionales y turbas digitales dispuestas a llevar al escarnio virtual a quien discrepe de sus eslóganes. Que un lema es algo más sofisticado y complejo.

Pero siempre hay una pequeña luz, aun en las edades más oscuras. Desde el comienzo de la Historia de la Humanidad ha habido alguien dispuesto a poner en cuestión el estado de las cosas. A describir las grietas de la sociedad, que no por evidentes pueden resultar visibles para muchos. A despertar de la anestesia general a sus coetáneos. Dramaturgos, escritores, payasos o bufones. Capaces de cuestionar esas «verdades» inmutables. De decir que el emperador está desnudo ante el silencio de la corte. Utilizando la comedia, el absurdo o la sátira. Con un elemento consustancial: la lucidez.

De ello viene cargadoNo hay que tomar a los imbéciles por gente” (“Faut pas prendre les cons pour des gens”), de Emmanuel Reuzé y Nicolas Rouhaud, recién editado en castellano por Norma editorial. Bajo ese sugerente título se esconden una serie de pequeñas píldoras llevas de sátira y mordacidad, publicadas en origen en “Fluide Glacial”, el ya mítico magazine de la Bande Dessinée que disecciona la actualidad francesa con fuertes dosis de humor. En sus páginas ha nacido esta serie, que no deja títere con cabeza en cada certero análisis de la sociedad occidental actual: tan llena de contradicciones como de impulsos que han de liberar dopamina cada quince segundos.

Nada escapa al ojo crítico de Emmanuel Reuzé y Nicolas Rouhaud: la deslocalización empresarial, la censura de obras pretéritas al juzgarse bajo parámetros presentistas, los extremismos, la intolerancia frente al diferente, las normas y códigos sociales surgidas de las modas que van y vienen, el individualismo, la codicia, el machismo, la estupidez y los prejuicios. Son esos los ingredientes de los que beben Reuzé y Rouhaud para retratar nuestra sociedad actual. Deformada por la sátira, pero con una acertada y nítida lucidez en lo que reflejan sus viñetas, que funcionan como golpes de efecto para despertar, además de la carcajada, la reflexión.

En su humor no toman prisioneros, solo queda la imbecilidad retratada, resultando un puro zeigeist corrosivo de estos tiempos nuevos, que más que salvajes son estúpidos en ocasiones. Y nada como la carcajada para comenzar a reflexionar. Pues tras la relajación que provoca la risa, los conceptos y fenómenos que diseccionan Reuzé y Rouhaud son dignos de análisis. De un mundo idiota y absurdo, de una sociedad tan nuestra como la vemos cuando pisamos la calle y la observamos deformada en cada pantalla de forma diaria. En las 112 páginas de “No hay que tomar a los imbéciles por gente”, traducidas por Daniel Cortés Coronas y Eva Girona López, viene convenientemente satirizada. Como pequeñas epifanías de lucidez corrosiva. Como saludables elementos para reírse del absurdo que nos rodea, que no es poco.

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