El integral de «Holly Ann» no es tanto una aventura convencional como una inmersión sensorial en una Nueva Orleans que parece latir desde la primera página. Kid Toussaint y Stéphane Servain construyen una tebeo que mezcla historia, misterio, vudú y crítica social sin necesidad de subrayar nada, con la seguridad de quienes saben que la atmósfera puede ser más poderosa que cualquier giro argumental. Aun así, no estamos ante un cómic fácil. De hecho, su protagonista (esa Holly Ann que da nombre al comic) es un enigma que fascina y aleja a partes iguales. Una especie de médium urbana, detective improvisada y guardiana de secretos ajenos que siempre va un paso por delante de todos.

Para llegar a eso conviene empezar por el principio: por la ciudad que la sostiene, la moldea y la envuelve como una bruma húmeda. Nueva Orleans, tal como aparece en este integral, es algo más que un escenario. Es un organismo complejo, multicultural, contradictorio y profundamente político. Servain la dibuja con la precisión de un etnógrafo y la libertad de un pintor impresionista. Los edificios coloniales, los callejones en los que parece que siempre es de noche, los prostíbulos con su mezcla de miseria y decadencia, las grandes plantaciones que arrastran el fantasma de la esclavitud o los bayous donde el vudú no es un espectáculo turístico sino una tradición viva. Aprendemos sin darnos cuenta que cada viñeta explica cómo funcionaba esta ciudad a principios del siglo XX. Cómo convivían sus comunidades y cómo se mezclaban las creencias africanas, criollas y católicas hasta crear una armonía única en Estados Unidos. El cómic nunca se convierte en un manual histórico, pero transmite más que muchos libros. La presencia de la música callejera, el aroma imaginado del tabaco y el ron, la humedad pegada a las paredes, el sonido siempre cercano del río, la sensación de que algo ancestral y peligroso se esconde bajo el barniz festivo.
En ese contexto aparece Holly Ann, una mujer negra joven que desafía todas las expectativas de su tiempo. No trabaja oficialmente para la policía, pero la policía acude a ella cuando las cosas se complican. No es una detective reconocida, pero resuelve crímenes que nadie más puede resolver. No tiene un título, ni un uniforme, ni un estatus, pero la ciudad la respeta, la teme o la envidia según quién mire. Este punto es esencial para comprender por qué el cómic es tan diferente. Holly Ann no está pensada como heroína tradicional. Es más bien una figura de alguien que transita entre mundos. El lógico y el sobrenatural, el oficial y el clandestino, el moral y el amoral sin necesidad de justificarse. Su intuición parece sobrenatural, y en cierto modo lo es, pero Kid Toussaint juega constantemente con la ambigüedad: ¿Qué parte de su talento es observación, qué parte es magia y qué parte es manipulación? Esa pregunta atraviesa los cuatro álbumes que componen el integral y nunca se responde del todo.

El primer álbum llamado “La cabra sin cuernos”( La chèvre sans cornes) funciona como una presentación perfecta. Una desaparición infantil, una comunidad que se remueve inquieta, un aire de tragedia flotando en cada página, elementos de vudú auténtico y una protagonista que parece entender más de lo que dice. Sin embargo, es también en ese primer tomo donde aparece la grieta moral que acompañará a Holly Ann hasta el final. La revelación del desenlace, ese acto inquietante en el que absorbe algo esencial de otra persona, cambia por completo la percepción del lector. Ya no estamos ante una detective empática, ni siquiera ante una médium bienintencionada, sino ante alguien que ejerce un poder extraño sin pedir permiso, sin disculpa y sin aparente remordimiento. Ese choque es deliberado y educativo a su manera. Cuestiona la figura del investigador como héroe ético y obliga a pensar en las consecuencias del poder, incluso cuando se usa en nombre del bien.
En el segundo álbum (“¿Quién detendrá la lluvia?”( Qui arrêtera la pluie ?)), la serie se adentra en un terreno aún más interesante. El asesinato de un nativo americano abre un abanico de reflexiones sobre memoria cultural, apropiación, culpa histórica y espiritualidad. Servain vuelve a lucirse con una ambientación lluviosa, casi opresiva, donde la naturaleza parece escuchar y juzgar. Aquí el componente didáctico es evidente sin resultar intrusivo: se habla de rituales, de tradiciones, de símbolos, y se presenta la identidad indígena sin darle ese toque exótico, dejándola aparecer como parte integral del tejido social de la región. El misterio está bien construido, pero, de nuevo, lo que queda grabado es la manera en que Holly Ann manipula lo intangible para obtener lo que quiere. Si en el primer tomo tomaba algo emocional, aquí toma algo espiritual; un poder, un recuerdo, un fragmento del alma ajena. Esa dureza hace que la lectura sea más incómoda, pero también más adulta y más honesta.

El tercer álbum, «Nacido en el Bayou» (“Né dans le bayou”), centrado en el incendio de una casa de citas, sirve como puente entre lo personal y lo político. Aquí se mezclan secreto familiar, explotación sexual, crítica social y ecos del pasado que amenazan con engullir a la protagonista. El barrio rojo aparece retratado con una crudeza elegante. Ni glamuroso ni moralizado, sino mostrado como un engranaje real de la economía de la época. Un espacio contradictorio donde muchas mujeres encontraban trabajo y al mismo tiempo eran víctimas de estructuras opresivas. Holly Ann se mueve en ese mundo con seguridad, pero también con una sombra creciente sobre ella misma. Empezamos a entender que no todo su pasado es heroico; que su poder, sea lo que sea, tiene un origen que no encaja bien ni con la ciencia ni con la superstición. Esta parte funciona como una clase de historia social envuelta en una narración de misterio, y es de los más completos en términos de construcción mundial.
Entonces llega el cuarto y último tomo, “El año del dragón”(“L’Année du dragón”), probablemente el más potente del integral. Un viaje a lo que sería en algún momento Chinatown, ladrones de opio y el regreso del Ku Klux Klan. Aquí el cómic se adentra sin rodeos en la historia racial de Estados Unidos. Los esclavos y sus descendientes son presentados con respeto y sin melodrama. Parte de una resistencia silenciosa borrada por siglos de narrativas oficiales. El Klan, por su parte, aparece como una amenaza real y brutal, no como un simple cliché de villano. Las tensiones se inflaman, el pasado vuelve con fuerza y Holly Ann se ve obligada a enfrentarse a su propia historia. No todas las preguntas encuentran respuesta, algo que frustra, pero también respeta la naturaleza misteriosa del personaje. No todos los hilos se cierran, porque la vida, especialmente la de alguien como Holly Ann, nunca se cierra del todo.

Lo fascinante del integral editado por Yermo Ediciones, con traducción de Fernando Ballesteros, es que combina entretenimiento, historia, crítica social y fantasía sin que ninguna de estas capas devore a las demás. Hay escenas de tensión, atmósferas que se nota casi la humedad del ambiente, diálogos precisos y un trabajo artístico sobresaliente, pero también lecciones implícitas sobre racismo estructural, fervor religioso, desigualdad económica y supervivencia cultural. Vamos aprendiendo mientras avanzamos en las 192 páginas. No porque el cómic se explique, sino porque lo muestra. Vidas marcadas por la pobreza, por la violencia, por la discriminación y por la lucha silenciosa por mantener vivas las tradiciones. La figura de Holly Ann es una forma de hablar de identidad afroamericana sin caer en arquetipos. De presentar a una mujer que toma decisiones duras porque vive en un mundo que no le da demasiadas alternativas.
Al terminar el tomo, queda la sensación de haber leído algo que no es perfecto, pero sí profundamente evocador. Algo que deja preguntas abiertas, sombras sin explicar y recuerdos que de alguna manera nos acompañan. La Nueva Orleans de Servain y Toussaint no es un decorado; es un personaje más. Sus callejones, sus prostíbulos, sus rituales, sus silencios y sus músicas se quedan flotando en la memoria como un humo denso. «Holly Ann», con forma de ser inexplicable y sus decisiones algunas veces dudosas, queda como un eco incómodo pero inolvidable. Quizá esa sea la mayor virtud del cómic. No ofrece respuestas cerradas, sino que invita a seguir caminando por las calles de una ciudad que nunca termina de revelarse del todo.
