El segundo volumen de «Rogue Trooper» es ese tipo de cómic que no te pregunta cómo estás. Te pone un casco, te coloca un fusil en las manos y te empuja a una guerra química interminable mientras tus amigos muertos te dan la chapa desde la mochila. Y lo mejor es que te lo pasas en grande. Porque este tomo no solo continúa la saga del soldado azul más famoso de 2000 AD, sino que la expande, la retuerce y se permite el lujo de reírse de sí misma sin perder ni una pizca de mala leche.

Seguimos en Tierra Nu, el planeta más desagradable de la ciencia ficción británica. Un lugar donde la atmósfera es tóxica, el suelo puede matarte y la guerra entre los norteños y sureños parece eterna, burocrática y absolutamente inútil. En medio de ese infierno avanza Rogue Trooper, el último superviviente de la infantería genética, diseñado para resistir lo que sea menos la traición. Sus compañeros murieron masacrados en Quartz por culpa de un alto mando vendido al enemigo: el infame traidor. Desde entonces, Rogue vive para una sola cosa. Y cuando decimos “vive”, queremos decir que todo lo demás es secundario.
La gracia (retorcida) del asunto es que Rogue no va solo. Gunnar, Bagman y Helm, sus camaradas caídos, sobreviven como bio-chips integrados en su equipo. Son consciencia, memoria, sarcasmo y trauma encapsulado. Son la prueba de que esta no es solo una historia de acción, sino una historia sobre cómo cargar con los muertos sin perder la cabeza o perdiéndola solo lo justo para seguir disparando.

Este segundo volumen, publicado por Dolmen Editorial, es clave porque retoma la columna vertebral de la saga tras el arranque y los desvíos del primer tomo. Aquí la búsqueda del General deja de ser un ruido de fondo y se convierte en el eje absoluto del relato. Gerry Finley-Day, creador del personaje junto a Dave Gibbons, escribe con una determinación casi obsesiva. No hay relleno. Todo está supeditado a la caza. Eso le da al cómic una sensación constante de avance, de urgencia, de bala disparada que no se puede detener.
El primer gran arco, Merodeadores (“Marauders”), hace del personaje su versión más reconocible y feroz. Una historia más larga de lo habitual, donde el relato gana peso, densidad y relevancia dentro de la saga. Aquí, por fin, el lector siente que está acercándose al corazón del asunto. El General traidor deja de ser solo un nombre maldito y empieza a convertirse en una presencia concreta, cercana, peligrosa. Finley-Day construye la tensión con pulso firme, y lo hace apoyado en un dibujo que no se anda con florituras. Porque visualmente este tomo es un festival de blanco y negro salvaje. Cam Kennedy, acompañado por Brett Ewins, Eric Bradbury, Colin Wilson y Boluda convierte cada página en un campo de batalla. No hay épica glorificada ni poses heroicas innecesarias. Rogue es una figura implacable, casi inhumana, que se mueve entre explosiones, barro y cadáveres con la naturalidad de quien no conoce otra vida. El trazo es duro, expresivo, a veces casi sucio, y encaja perfectamente con una historia donde la guerra no es una aventura, sino una condena.

Entonces llega Fuerte Neuro (“Fort Neuro”), y el cómic da un giro que nadie ve venir. Rogue aterriza en una Europa fragmentada, casi anestesiada frente a la guerra global. Un lugar donde la gente vive, baila y se enamora mientras el mundo se desintegra a su alrededor. Escrita en los años 80, esta historia resulta hoy inquietantemente actual, y Finley-Day decide atacarla desde la sátira y el humor negro. El resultado es una de las aventuras más extrañas y memorables del personaje. Aquí vemos a un Rogue desconcertado, fuera de lugar, enfrentado a algo que no puede dispararse fácilmente: la indiferencia. Pasan cosas tan improbables como ver al soldado azul bailar o ligar, momentos de comedia que, lejos de ridiculizarlo, lo humanizan. Cam Kennedy se suelta la melena y juega con la exageración, la caricatura y la comedia, sin romper nunca la coherencia del personaje. Fort Neuro demuestra que Rogue Trooper puede cambiar de tono sin perder identidad, algo que muy pocos personajes logran.
El tomo se completa con una selección de historias cortas inéditas en España, pequeñas píldoras de guerra y ciencia ficción que expanden el universo del personaje. Entre ellas destaca con fuerza es Reza por la Guerra(“First of the Few”), escrita por un Alan Moore en plena fase primitiva, creativa y descaradamente punk. Aquí Moore deja claras dos cosas. Entiende perfectamente el mundo de Rogue Trooper y que ya empezaba a pensar en imágenes y conceptos que marcarían su carrera. Los Waldos, esas grotescas cabezas flotantes unidas a estructuras robóticas, son perturbadores, memorables y adelantados a su tiempo, influyendo después en el diseño de criaturas y androides en otros cómics. Si os dais una vuelta por el mundo de las tortugas ninja os puede recordar a cierto villano llamado Krang, un señor de la guerra interdimensional.

Leyendo este volumen completo, queda claro que estamos ante el cierre de la primera gran etapa del personaje. La caza del General alcanza aquí su punto culminante, y con ella se completa el arco que da sentido a Rogue Trooper como figura trágica. Después vendrían más historias, algunas estupendas, pero esta obsesión central, esta vendetta clara y directa, nunca volvería a ser tan potente. Aquí todo encaja. Aquí todo duele. Y cuando el disparo final se produce, deja eco. Revisitar hoy estas historias no es solo un ejercicio de arqueología comiquera. Este tomo sirve como recordatorio de por qué Rogue Trooper sigue siendo uno de los grandes iconos de 2000 AD. No por nostalgia, sino porque sus temas siguen siendo relevantes: la traición desde el poder, la guerra perpetua, la dificultad de seguir adelante cargando con los muertos. Este segundo volumen es violento, inteligente, divertido y sorprendentemente actual. Un cómic que mezcla acción sin descanso con sátira política y humor negrísimo, demostrando que los clásicos lo son porque funcionan ayer, hoy y mañana. Si quieres entender de verdad quién es Rogue Trooper y por qué sigue siendo importante, este volumen es imprescindible. Azul, letal y con memoria larga.
