El Increíble Hulk de Peter David 6: un gigante herido

El sexto tomo Marvel Héroes de El Increíble Hulk de Peter David es un animal herido que se niega a morir. Un tomo enorme, pesado, excesivo, lleno de cicatrices, que no se lee con comodidad sino con una mezcla de fascinación y agotamiento, como si acompañaras a Hulk arrastrándose entre ruinas mientras todo a su alrededor se derrumba. Este sexto volumen no es la cima de la legendaria etapa de Peter David, pero sí es su zona más oscura, más incómoda y más honesta. El momento en el que el monstruo acusa todos los golpes recibidos durante años y aun así sigue avanzando, rugiendo y rompiendo cosas.

Conviene dejarlo claro desde el principio. Este es, probablemente, el tomo más flojo de los seis que Panini ha ido publicando dentro de la línea Marvel Héroes. Y, al mismo tiempo, uno de los más interesantes desde un punto de vista histórico. Porque lo que aquí se cuenta no es solo una etapa de Hulk, sino el relato de una Marvel desbordada en pleno colapso noventero y de un guionista extraordinario tratando de mantener a flote su serie insignia mientras todo conspira en su contra.

El volumen reúne The Incredible Hulk 427 a 448, además de varios one-shots y cruces (The Savage Hulk, Cutting Edge: The Hulk, Cable 34 y Onslaught: Marvel Universe), sumando 736 páginas a color en un imponente cartoné. Los nombres en los créditos parecen una alineación imposible, casi una antología enciclopédica del cómic americano de mediados de los noventa. Peter David como arquitecto principal, acompañado puntualmente por Dave Gibbons, William Messner-Loebs, Scott Lobdell, Jeph Loeb o Mark Waid al guion, y una auténtica avalancha de dibujantes y entintadores que refleja, mejor que ningún editorial, la inestabilidad de la época. Como serian Liam Sharp, Terry Dodson, Justiniano, Chris Renaud, Mike McKone, Dave Gibbons, Sam Kieth, Dane McCart, Humberto Ramos, Pasqual Ferry, Pat McEown, Tim Sale, Angel Medina, Paul Pelletier, Ian Churchill, Adam Kubert, Joe Bennett y Mike Deodato Jr. a los lápices y a las tintas nos encontramos con Robin Riggs, John Boyd, Gary Martin, Al Milgrom, Mark McKenna, Dave Gibbons, Bill Reinhold, Bob Wiacek, Pat McEown, Tim Sale, Steve Moncuse, Scott Hanna, Dan Green, Art Thibert, Tim Townsend, Jesse Delperdang y Tom Wegrzyn. Y un gran grupo de coloristas entre los que se encuentran Glynis Oliver, John Kalisz, Electric Crayon, Dave Gibbons, Steve Buccellato, Joe Rosas, Gregory Wright, Joe Andreani y Mike Thomas. Este conjunto de creadores hicieron un trabajo en la cabecera del gigante esmeralda hay que reconocerlos una gran labor. 

La primera etapa larga del tomo corre a cargo de Liam Sharp, un dibujante británico que realiza un trabajo perfectamente correcto para aquella época. Su Hulk es grotesco, hipertrofiado, exagerado hasta lo caricaturesco, pero sorprendentemente expresivo. Sharp impone un lenguaje propio que puede chocar al principio, con poses imposibles y composiciones agresivas, pero que termina encontrando su sitio gracias a unos guiones que aún brillan con fuerza. En estos números, Peter David está afilado, mordaz y emocional. Hay humor ácido, diálogos brillantes y una voluntad clara de alejarse de lo ya conocido para explorar nuevas direcciones, incluso reflexionando sobre la propia naturaleza repetitiva del personaje. Sin embargo, poco a poco empiezan a notarse las grietas. Los cruces obligatorios que se imponían en aquel momento (y que se siguen imponiendo), que interfieren en el ritmo de la serie. El desfile de dibujantes se hace cada vez más evidente. Aunque Peter David sabe sortear estas imposiciones. Como el ejemplo del número del funeral de Nick Furia (no está muerto del todo) es un ejemplo de cómo convertir un encargo editorial en una pieza emotiva y divertida. Incluso con todo su buen hacer el desgaste del guionista empieza a notarse.

Despues nos encontramos con The Savage Hulk. Un experimento curioso y muy revelador. Aquí desfilan nombres como Matt Wagner o Mark Waid, con dibujos de Humberto Ramos, Pasqual Ferry, Sam Kieth, Tim Sale, entre muchos otros. Es un número desigual, pero también una cápsula del tiempo. Un escaparate de estilos, una antesala del caos gráfico que dominará buena parte del volumen. Después pasamos al verdadero punto de inflexión que llega con la etapa de Ángel Medina. Aquí la serie entra en su tramo más débil. El dibujo, cargado de desproporciones y tics visuales noventeros, carece de la coherencia interna que sí tenía el trabajo de Sharp, y la trama se resiente de forma clara. Las prisas en la ejecución y la irregularidad en los acabados acentúan la sensación de caos. Incluso un guionista del talento de Peter David parece menos inspirado, no tanto por falta de ideas como por un entorno que no favorece su desarrollo. Aun así, esta etapa no está exenta de interés. Usan muchos conceptos que conectan con otros momentos de la serie. Enlaza Fantasmas del futuro con Futuro Imperfecto. De esa manera recuperan la amenaza del Maestro. Hay momentos de ingenio, conceptos potentes y giros que demuestran que Peter David sigue pensando a largo plazo, incluso cuando el presente creativo se tambalea. El problema es que el conjunto nunca termina de cuajar.

El volumen avanza hacia Onslaught, el gran evento mutante que arrasó Marvel en 1996 y que aquí actúa como detonante final del hundimiento. Hulk pierde a Bruce Banner, pierde su equilibrio mental y queda aislado de todo y de todos. Es un final amargo, deliberadamente devastador, que prepara el terreno para la última etapa con Mike Deodato Jr., apenas esbozada en este tomo y que encontrará su desarrollo completo en el séptimo volumen. Por eso al cerrar este tomo editado por Panini Comics no queda la sensación de haber leído un gran cómic, sino la de haber asistido a un proceso de desgaste creativo y editorial sin filtros. Eso, paradójicamente, le da un valor especial. Como bien explica Kauldi Gilibert en el texto introductorio, esta etapa tiene un rumbo incierto, pero es el testimonio de cómo incluso las mejores etapas tienen un punto de caída. No es una lectura fácil ni recomendable como punto de entrada, pero sí imprescindible para entender la totalidad de la etapa de Peter David. Porque aquí El Increíble Hulk cae, se rompe y lo pierde todo. Y solo desde esa derrota absoluta puede nacer, en el tomo siguiente, la última y furiosa transformación del monstruo.

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