Wistoria: Wand & Sword 2. Inicio del torneo

Si el primer tomo de Wistoria: Wand & Sword fue como abrir la puerta de Rigarden y quedarte cegado por la promesa de un mundo mágico gigantesco, este segundo volumen directamente te empuja dentro, te cierra la puerta en la espalda y te dice: “Corre, que empiezan las pruebas”. Y tú corres, claro. Porque Fujino Omori y Toshi Aoi vuelven a hacer esa mezcla tan adictiva de fantasía clásica, toques shonen y un protagonista que tiene menos magia que una bombilla fundida, pero más coraje que todos sus compañeros juntos.

Will Serfort, nuestro eterno “cero a la izquierda” en el libreto de hechicería, vuelve a demostrar que ser un inútil conjurando no le impide nada. Ni estudiar, ni sobrevivir a los exámenes, ni perseguir el sueño imposible de convertirse en protagonista, ni enfrentarse a un grupo de matones con el mismo temple con el que un héroe de leyenda se encara a un dragón. Los abusones de este volumen vienen cargaditos. Todo arranca en una escena que define al personaje mejor que cualquier discurso. Will trabajando en uno de sus mil empleos, cuando unos imbéciles con uniforme deciden convertir la taberna en un circo de humillaciones. Y lo maravilloso es que Will no reacciona por orgullo, ni por rabia, ni por demostrar nada. Sino porque no soporta que otros, más débiles que él, sufran injusticias. Así, sin florituras. Sin magia. Con puños, sudor y responsabilidad. Evidentemente, esto no gusta a los acosadores, que deciden retarlo a entrar en el Gran Festival de Magia, el evento más absurdo, desproporcionado y espectacular que esta academia organiza cada dos años para atraer la mirada de los cinco hechiceros supremos. Es decir: el “examen” que cualquier alumno ambicioso sueña con pasar, excepto Will.

La magia de este tomo está en cómo Omori convierte este torneo en algo más que una competición. Es un escenario perfecto para contrastar capacidades reales, mentales y éticas. Los que van sobrados fallan por arrogancia. Los que entrenan para impresionar tropiezan por presión. Will, que no puede lanzar ni un maldito chispazo, empieza a avanzar por pura determinación, por su forma de observar, por su capacidad de improvisar y porque la espada también tiene su sitio en un mundo de varitas. Aquí entra la joyita del tomo. La dinámica del trío improvisado. Will, Colette (“Hermione sin copyright”) y un tercer compañero arrastrado al equipo casi a la fuerza. Un grupo desparejado, torpe y tan opuesto a los equipos de élite que parece un chiste. Eso se vuelve una propuesta seria cuando surge la pregunta ¿y si esta mezcla funciona precisamente porque nadie espera nada de ellos?

Colette es, inevitablemente, una estrella en este volumen. Su inteligencia, su rapidez mental y su forma de equilibrar la impulsividad física de Will logran una química que te hace olvidar enseguida las comparaciones con otras obras de academias mágicas. Sí, hay ecos de Harry Potter, hay ecos del Torneo de los Tres Magos, pero Wistoria evita volverse una copia porque su esencia está en otro sitio. En la fuerza del esfuerzo sin magia, en la voluntad pura como motor narrativo.

Y hablando de magia. Toshi Aoi vuelve a volarse la cabeza con las ilustraciones. Los hechizos explotan con belleza, con dinamismo, con ese toque de fantasía clásica que recuerda a los RPG de la vieja escuela. Los seres que habitan el laberinto tienen personalidad, los escenarios transmiten ambiente y cada página parece construida para que te detengas a mirarla antes de seguir leyendo. De verdad, si Rigarden existiera, Aoi podría cobrar por diseñar folletos turísticos.

Lo mejor del tomo, sin embargo, es cómo maneja el crecimiento de Will. No es un crecimiento “estándar”, de esos en los que el protagonista descubre de repente un poder oculto, o encuentra un truco, o gana porque sí. Al contrario: Will sigue sin magia. Sigue sin talento. Sigue siendo el último de la clase. Pero comienza a descubrir quién es él mismo, qué lo hace fuerte, qué lo separa del resto. Y ahí es cuando la obra despega. Hay momentos realmente bonitos, otros muy tensos, algunos divertidos y varios en los que te duele ver lo injusto que es el mundo con él. Para luego aplaudir cuando se levanta otra vez, una más, como si fuera imposible derribarlo del todo.

Por supuesto, el final del volumen deja el listón tan alto que lo único que quieres es abrir el tercer tomo, o gritarle al mundo: “¿Dónde está ya?”. Esa sensación de que la serie ha encontrado su ritmo, que va directa hacia algo grande, que Will está a punto de romper un techo que nunca se diseñó para él. Eso convierte a este segundo tomo de Pika Ediciones en algo más que “la continuación”. Es el aviso oficial de que Wistoria quiere jugar en serio en la liga de los grandes mangas de academias mágicas.

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