El año en que fuimos reyes: Juventud, arte y revolución

Hay libros que se leen y otros en los que se entra a vivir. «El año en que fuimos Reyes» pertenece claramente a los segundos. El primer tomo de la nueva obra de Javier de Isusi no es solo el arranque de una historia ambiciosa. Es la construcción minuciosa de un mundo, de un estado de ánimo y de una etapa vital concreta. Esa en la que la juventud cree que todo está a punto de comenzar y que el futuro, por muy incierto que sea, todavía puede moldearse con las manos.

Desde las primeras páginas, Babilô se impone como mucho más que un escenario. Es una ciudad universitaria, sí, pero también un símbolo. La capital del esquinismo, un imán para jóvenes creadores, un lugar que promete libertad, aprendizaje y reconocimiento. Isusi la describe como una ciudad contradictoria, hermosa y voraz a partes iguales, una “bestia devoradora de talentos” que al mismo tiempo es madre fértil de genios. Una ciudad que se intuye en que otra se puede reflejar pero que cada uno que abra estas páginas podrá tener su opinión personal. En esa tensión entre lo que da y lo que quita se articula buena parte del cómic.

La llegada a Babilô se vive casi como un rito iniciático. Hay entusiasmo, vértigo y una sensación constante de estar cruzando un umbral. La ciudad huele a mar, se escucha el graznido de las gaviotas, se recorre a pie, se observa desde lo alto de los montes que la rodean. Isusi logra que un espacio ficticio resulte profundamente tangible. Babilô parece existir antes y después de la historia que se nos cuenta, como si el lector solo estuviera asomándose a un fragmento de su vida interminable.

En el corazón de esa ciudad laten Emma, Yul, Sam e Ignatz, cuatro estudiantes de esquinismo que comparten piso y una convivencia marcada por la cercanía, el afecto y las fricciones inevitables. Son jóvenes que todavía están definiéndose, que prueban ideas, relaciones y formas de estar en el mundo. No hay grandes gestos épicos en su día a día, pero sí una acumulación de pequeños momentos que terminan construyendo algo muy reconocible: la sensación de pertenecer a un grupo, de tener un refugio en medio del caos.

Isusi escribe a sus personajes con una enorme empatía. No los juzga ni los idealiza. Cada uno arrastra sus inseguridades, sus deseos y sus miedos. Además, la convivencia hace que todo eso salga a la superficie. La amistad aparece como un espacio de apoyo, pero también como un territorio donde se ponen a prueba los límites personales. El amor, cuando surge, lo hace de forma natural, sin grandilocuencia, mezclado con la torpeza y la intensidad propias de la edad. Paralelamente a estas historias íntimas, Babilô empieza a mostrar su otro rostro. Las revueltas sociales que se gestan en la ciudad no son un simple telón de fondo. Son una presencia constante, un murmullo que va creciendo página a página. Manifestaciones, tensiones políticas o debates ideológicos. Todo ello se filtra en la vida de los protagonistas, recordándoles que el mundo exterior no se detiene mientras ellos buscan su lugar. Isusi es especialmente hábil al mostrar cómo lo político atraviesa lo cotidiano sin necesidad de discursos explícitos.

Uno de los grandes aciertos del cómic es su reflexión sobre el arte como motor vital. El esquinismo, más que una disciplina definida, funciona como metáfora de la creación artística en general. Es un término ficticio que describe una disciplina artística futurista en la que los artistas observan desde alturas (torres gigantes) para encontrar patrones, constelaciones y formas inesperadas en la propia ciudad (calles, edificios, movimiento), creando una nueva perspectiva visual y artística de lo cotidiano para el asombro de la gente, usando la ciudad misma como material. Es un arte que redefine la realidad para revelar lo extraordinario en lo común. Es una forma de expresión que nace de la necesidad, de la urgencia por decir algo aunque no se tenga claro el qué. Para estos jóvenes, crear no es una opción secundaria, sino una manera de afirmarse frente a una realidad cambiante y, en muchos casos, hostil.

Gráficamente, Javier de Isusi apuesta por una estética sobria y coherente. El uso del bitono aporta esa fuerza que se destila en estas paginas del tebeo. Dependiendo de las viñetas pasamos de una sexualidad arrolladora a unas clases de enseñas muy interesantes. Cada decisión gráfica parece estar al servicio de la historia. Las páginas respiran, los silencios tienen peso y los espacios urbanos se integran de forma natural en la narración. Es un dibujo que invita a la contemplación tanto como a la lectura.

Este primer tomo se despliega con un ritmo pausado, casi meditativo. No busca impactar con giros constantes ni cerrar conflictos de forma precipitada. Al contrario, se permite observar, escuchar y dejar que las cosas sucedan. Es una obra que confía en la paciencia del lector y que recompensa esa paciencia con una experiencia profunda y envolvente. Al terminarla, uno siente que ha pasado tiempo real en Babilô, que ha compartido vida con sus habitantes. La ambición del proyecto es evidente. Concebido en dos tomos de más de 300 páginas, El año en que fuimos Reyes se presenta como una gran novela gráfica generacional. No es difícil ver en ella ecos de experiencias universales: el paso a la vida adulta, la convivencia, el sexo sin adulterar, la politización, la necesidad de crear y de amar. Sin embargo, Isusi evita caer en lo genérico gracias a una voz muy personal y a un cuidado extremo por los detalles.

La edición de Astiberri acompaña perfectamente al contenido. El formato en cartoné, las 312 páginas y el tamaño generoso hacen justicia a una obra pensada para leerse con calma, para detenerse en cada escena. La publicación previa por entregas digitales gratuitas no fue un acierto editorial, sino una invitación coherente con el espíritu del cómic: pasear por Babilô, conocerla poco a poco y dejarse impregnar por su ritmo. Al cerrar este primer tomo, queda una sensación muy clara. «El año en que fuimos Reyes» no pretende ofrecer respuestas fáciles. Plantea preguntas, abre caminos y confía en que el lector quiera seguir explorándolos. Habla de un momento de la vida en el que todo parece posible y, precisamente por eso, todo resulta tan frágil. De ese instante en el que uno se siente rey, aunque solo sea durante un año, antes de que la realidad reclame su precio. Babilô queda atrás cuando se termina la lectura, pero no desaparece. Permanece como un recuerdo intenso, como una ciudad a la que siempre apetece volver, aunque solo sea para recordar quiénes fuimos cuando creímos que el mundo entero nos estaba esperando.

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