Hay personajes que nacen en la luz, pero están destinados a arrastrarse por el fango, porque sólo allí, en los márgenes húmedos y oscurecidos de la ciudad, encuentran su razón de ser. Daredevil es uno de ellos. Matt Murdock no puede escapar jamás de la sombra, porque forma parte de su espíritu. Es precisamente en esa oscuridad donde Ed Brubaker y Michael Lark construyen una de las etapas más absolutas, más densas, más crudas y más cinematográficas del personaje. Este primer Omnibus abarca los números 82 al 105 del segundo volumen americano, que continúan exactamente donde Brian Michael Bendis y Alex Maleev habían dejado a Matt: destruido, expuesto, encarcelado, traicionado. Y Brubaker, lejos de retroceder o buscar una vía fácil para recomponer la figura del héroe, decide hundirlo todavía más para demostrar que la grandeza de Daredevil reside en su capacidad para levantarse una y otra vez, aunque cada resurrección le cueste un pedazo del alma.

Desde el primer número, con las páginas dibujadas por Michael Lark y entintadas con precisión quirúrgica por Stefano Gaudiano, la sensación es clara. Esto no es un cómic de superhéroes al uso, sino una serie de crimen duro, de noir moralmente ambiguo, de decisiones que nunca tienen un final feliz. El color frío, casi clínico, de Frank D’Armata primero y Matt Hollingsworth después, establece una paleta donde cada sombra tiene peso, donde cada rincón del callejón parece esconder un testigo que sabe más de lo que dice. El Omnibus no sólo recopila números imprescindibles; recopila atmósferas, silencios y respiraciones entrecortadas. Es la televisión de calidad antes de que la televisión fuese un estándar. Y, por encima de todo, es una historia sobre caer, romperse, recomponerse y volver a caer. Además de los dibujantes principales tendremos una variedad que se acopla a la perfección con la historia como David Aja, Lee Weeks o Paul Azaceta.
Brubaker, que ya había demostrado ser uno de los maestros del género noir contemporáneo en cómic recoge al personaje justo en uno de sus peores momentos: encarcelado, su identidad secreta supuestamente revelada, su reputación profesional por los suelos y su vida personal reducida a un puñado de cenizas. El autor construye la primera gran saga de esta etapa, una auténtica bomba conocida como la del “Diablo en la Galería-D”. Un arco que funciona como una olla a presión donde Matt intenta sobrevivir dentro de una prisión llena de enemigos, mafiosos, asesinos y rostros conocidos que aprovechan cada sombra para tratar de matarlo. Aquí Brubaker demuestra que entiende perfectamente cómo generar tensión. Cada conversación es una amenaza, cada página se siente como un reloj que marca la cuenta atrás. Y Lark, con esas composiciones sobrias, anguladas y rigurosamente realistas, convierte la prisión en un espacio claustrofóbico, casi opresivo. Uno puede sentir el metal frío de los barrotes, el olor a humedad o la electricidad en el aire.

Pero lo más interesante es que, a pesar de comenzar tan arriba, la etapa no es una simple carrera de acción. Brubaker no escribe un Daredevil infalible; al contrario, lo muestra exhausto. La identidad de Matt Murdock, su responsabilidad como abogado y su vida paralela como vigilante, ya no están en armonía. Lleva al personaje a un punto donde no existe separación posible entre ambos mundos. Es el mismo hombre intentando contener la hemorragia de su existencia por todos los frentes. Esta vulnerabilidad hace que cada victoria se sienta como una oscura conquista y cada derrota como un golpe más profundo que el anterior.
Cuando Matt finalmente abandona la cárcel (el proceso que lo lleva allí y fuera de ella es tan tenso, tan minucioso, tan inteligente, que sólo por esa saga el Omnibus ya valdría la pena) comienza la segunda fase de la etapa. El guionista se desmarca del legado inmediato de Bendis y busca sus propios senderos. Introduce a Dakota North como personaje clave, recupera a Becky Blake, utiliza a Foggy Nelson como brújula, reintroduce figuras como Turk, revisita con elegancia la figura del Kingpin y reformula a clásicos del entorno criminal del personaje. También juega con el Encapuchado (un villano que funciona a las mil maravillas). Usa a la brigada de demolición, La Mano o la Lápida un personaje muy relacionado con Peter Parker. Por eso, la galería de secundarios funciona como una red que envuelve al protagonista. Todos lo quieren, lo necesitan, lo juzgan, le tienen miedo o lo admiran, pero todos producen un eco que sirve para subrayar el aislamiento emocional en el que se hunde.

Brubaker tiene una visión extremadamente concreta: Daredevil no es sólo un héroe urbano, es un mártir moderno. Un hombre que cree que debe cargar con el peso de todos los pecados de la Cocina del Infierno. Esta culpa infinita se vuelve el motor psicológico de la etapa. Cada decisión que toma, cada enfrentamiento, cada duda, está marcada por ese sentimiento. En manos de un autor menos hábil, esta fórmula podría derivar en melodrama, pero Brubaker consigue mantener la intensidad sin perder nunca el tono noir. Su Matt es duro, contradictorio, terco, a veces insoportable y otras veces heroico hasta la obstinación. Pero siempre es humano, demasiado humano.
Uno de los grandes momentos del Omnibus llega con el número 100, un especial coral donde Brubaker y Lark despliegan un equipo de auténtica locura: Gene Colan, John Romita Sr y Al Migrom, Alex Maleev, Bill Sienkiewicz, Lee Bermejo y Marko Djurdjevic. Cada uno aporta su voz gráfica para acompañar una trama de alucinaciones provocadas por Mr. Miedo, uno de los villanos más inquietantes de esta etapa. El resultado es una explosión visual que funciona como homenaje, recapitulación y reinvención al mismo tiempo. No es sólo un número de aniversario. Es un recorrido por la memoria gráfica del personaje, un pequeño museo emocional de sus miedos, sus pecados y sus fantasmas, narrado con una cohesión brillante pese a la variedad artística.

Finalmente, el trabajo de Panini Comics en esta edición es muy correcto: cartoné sólido, papel de alta calidad, traducción de Gonzalo Quesada, restauración fiel y un formato Omnibus que permite tener en un solo volumen los primeros números de esta gran etapa de la vida del hombre sin miedo. A ello se suman las portadas de Marko Djurdjevic, Tommy Lee Edwards, David Finch con Danny Miki y Laura Martin tan potentes que parecen posters de cine, y los extras editoriales que añaden contexto como el texto introductorio de Juanjo Carrascón. Por eso, este primer Omnibus del «Daredevil de Ed Brubaker y Michael Lark» no es sólo una recopilación. Es una experiencia total, un descenso al corazón roto de un héroe que nunca deja de sangrar. Un viaje por la culpa, la violencia y la identidad. Un recordatorio de por qué Daredevil es uno de los personajes más literarios del cómic norteamericano. Puede que no sea un héroe luminoso, pero es precisamente en la oscuridad donde encuentra su verdad. Si este primer volumen fue la caída al abismo, el próximo será el choque definitivo que redibuja el destino del Hombre Sin Miedo. Y por eso, cuando cierras este tomo, no cierras nada: abres, esperas, respiras. El infierno de Matt Murdock aún no ha terminado, pero lo que se aproxima es Daredevil en su forma más pura, más afilada y más inolvidable. Y no puedes evitar desearlo ya.
