«Spider-Man/Doctor Octopus: Año Uno» es ese tipo de cómic que abre la puerta del pasado de un villano y te dice: “pasa, pero cuidado, hay traumas por todas partes”. Y tú pasas, claro, porque ¿quién puede resistirse a ver cómo se forja uno de los antagonistas más maravillosos y neuróticos que ha dado Marvel? Zeb Wells, Kaare Andrews y José Villarrubia te reciben con una sonrisa que claramente esconde malas intenciones, y de repente estás buceando en la infancia de Otto Octavius. Un chaval que nace con un cerebro brillante, una vida familiar destinada a descomponerse y un instinto para la desgracia que ni los pararrayos más eficientes podrían disipar. El niño Otto es como ese compañero de clase que saca dieces, no habla con nadie y ve el mundo con una mezcla de fascinación científica y terror existencial.

Aquí lo vemos enfrentándose a abusones escolares que parecen haber salido de un manual de cómo destruir espíritus sensibles. Mientras una madre posesiva y un padre violento convierten su hogar en una especie de laboratorio donde solo se experimenta con culpa, frustración y expectativas rotas. De esta mezcla, evidentemente, no puede salir nada sano, pero Wells lo narra con una naturalidad que da miedo. Otto no “se vuelve” Doctor Octopus, Otto simplemente estaba en camino de serlo desde que aprendió a distinguir el átomo del electrón.
Kaare Andrews, por su parte, convierte esta historia en un cóctel inquietante. Sus proporciones exageradas y sus líneas nerviosas dan la sensación de que todo está a punto de romperse. Como si cada viñeta fuese un espejo agrietado que refleja no cómo es el mundo, sino cómo lo percibe Otto cuando su mente empieza a vibrar al ritmo de sus obsesiones. Los colores de José Villarrubia no ayudan precisamente a tranquilizar. Todo está bañado en sombras, en rojos radiactivos, en tonalidades que parecen sacadas de la pantalla de un reactor nuclear a punto de fundirse. La distorsión artística no es un capricho. Es un viaje por el interior de Otto, un lugar donde los límites físicos y mentales se retuercen igual que los tentáculos que aún están por venir.

Hablando de tentáculos, aquí por fin se nos revela el “por qué” de sus famosos brazos mecánicos, y la respuesta no es ni épica ni glamurosa. Es profundamente inquietante. Wells pinta la génesis del Doctor Octopus como un proceso de entrega casi espiritual a la ciencia. Una especie de cortejo macabro entre Otto y la energía atómica, que él ve como una amante ideal o un dios caprichoso. La secuencia del accidente que fusiona los tentáculos a su cuerpo es pura pesadilla cinematográfica. Cuerpo, máquina y destino se mezclan en un instante tan doloroso como inevitable. Nada de heroísmo, nada de iluminación. Solo caos, mecanización del trauma y un nuevo propósito: demostrar que el mundo está equivocado por no haberlo admirado a tiempo.
Lo mejor es que Spider-Man apenas aparece. Y es maravilloso que sea así. El título del tomo podría llevar un asterisco gigante: “Spiderman está aquí porque vende, pero esto es una tragedia sobre Otto”. Cuando Peter Parker entra en escena, sirve más como contraste que como protagonista. Él es el joven que también sufrió bullying, que también tuvo pérdidas, pero que encontró una vía hacia la responsabilidad en lugar de hacia la dominación. La simetría entre ambos personajes es tan evidente que asusta. Misma semilla, dos bosques distintos. Donde Peter florece, Otto se incendia. Donde uno abraza el poder como deber, el otro lo acaricia como un arma personal.

Es aquí donde está el gran atractivo del tomo. Año Uno no intenta humanizar al villano para que te caiga bien. No quiere que llores por él. Quiere que lo comprendas, pero sin suavizar lo monstruoso. Wells muestra a Otto como alguien que nació con la capacidad de ser brillante, sí, pero también con grietas internas por donde se colaba un resentimiento que, una vez alimentado por la ciencia y la tragedia, ya no se puede tapar. La historia no disculpa sus actos, pero sí te muestra el proceso mental y emocional que los convierte en inevitables. Es como asistir a la disección de un genio roto, con un bisturí preciso y una iluminación digna de película de terror científico.
La nueva edición incluye los seis números americanos con traducción de Uriel López. Está dentro de la línea Marvel Must-Have de Panini es, además, la excusa perfecta para que muchos lectores descubran o redescubran esta pequeña rareza que ya había pasado por la línea 100% Marvel hace años. Si entonces fue un tomo sólido y funcional, ahora llega revestido con esa aura de “pieza imprescindible” que Panini reserva para obras que merecen una segunda vida en estanterías. El formato cartoné, la presentación más cuidada y el diseño unificado de la colección le sientan de maravilla a un relato tan oscuro y psicológico como este. No hay material extra que engorde el volumen, cierto, pero la recuperación en la línea Must-Have demuestra que Panini sabe que esta historia es mucho más que un simple complemento del mito de Spidey. Es un origen que merecía volver a circular, aunque sea disfrazado de “imprescindible” para quienes se lo perdieron en su día.

Este tebeo no es la mejor historia del Doctor Octopus (aunque para muchos lo será) pero es valiente, diferente y más arriesgada de lo que Marvel solía permitirse. Es un estudio de personaje disfrazado de precuela, una descentralización absoluta del héroe en favor del villano. Un relato donde la tragedia personal pesa más que el choque de poderes, y un viaje psicológico donde el lector no sabe si compadecer a Otto, temerlo o simplemente observarlo mientras se hunde en su propio destino. En definitiva, Spider-Man/Doctor Octopus: Año Uno es una de esas joyitas oscuras que te recuerdan que detrás de cada villano hay una historia. Donde algunas historias son tan retorcidas, tan intensas y tan humanas en su dolor, que solo podían ser contadas en viñetas. Después de leerla, verás a Otto Octavius con otros ojos… probablemente más desconfiados, sí, pero también más fascinados. Porque pocos villanos tienen tentáculos, pero todavía menos tienen una tragedia tan magnética.
