El Churro Ilustrado, los locos años 20: De la pandemia a la guerra. Humor negro, mala leche y sátira afilada

«El Churro Ilustrado, los locos años 20: De la pandemia a la guerra» es, literalmente, el resultado de lo que pasa cuando pones a un grupo de humoristas gráficos a observar la realidad reciente y les dices: “Sed sinceros”. No “sed correctos”. No “suaves”. No “amables con los poderes fácticos”. Vamos que dad rienda suelta a vuestra imaginación con la realidad presente. Y claro, cuando les das esa libertad a Andrés Vázquez de Sola, Francisco Asencio, Art Molero, Lope, JuanCarlos Contreras, Javier Monsalvett, el Koko Parrilla, Alfredo Martirena, Rafa Iglesias, Madrigal, Quique Arenós, Manuel Barrero, Enrique Bonet, Juanjo Megías, Mart Yuls, Álex Romero, Luis Conde, Fritz y Pepe Macías lo que sale no es un tebeo normal. Sale un pandemónium satírico del tamaño de un meteorito entrando en la atmósfera sin intención de frenar.

Desde la primera página, El Churro Ilustrado te planta delante un desfile de viñetas que funcionan como un espejo deforme del mundo. Aunque, siendo sinceros, el mundo real ya venía bastante deformado de fábrica. La pandemia, los confinamientos, el papel higiénico convertido en moneda de cambio, las mascarillas que parecían prendas de alta costura improvisada, los bulos que se propagaban más deprisa que los virus, los negacionistas haciendo vídeos desde el coche, los terraplanistas demostrando una y otra vez que el planeta está redondo pero la paciencia humana no. Todo está aquí, vivo, rabioso, cruel y tremendamente gracioso.

Hay algo casi terapéutico en leer estas páginas. Algo así como cuando vas al médico con un dolor y te dice “eso es estrés” y tú piensas “claro, estrés, como si eso solucionara algo”, pero te quedas más tranquilo igual. El Churro Ilustrado hace eso. Te recuerda que sí, aquello que vivimos fue tan ridículo como lo recuerdas, pero también tan triste, tan caótico, tan desbordante, y que la única forma de digerirlo es con humor negro del bueno, del que deja poso.

Los autores no se reservan nada. Sus viñetas parecen el resultado de haber visto demasiados telediarios, demasiados políticos opinando sin criterio, demasiados tertulianos gritando, demasiados memes mutando cada día. Y claro, explotan. El dibujo es una mezcla deliciosa de grotesco y brillantez. Trazos gruesos, perspectivas imposibles, personajes exagerados que, si los comparas con sus versiones reales, resultan incluso más sensatos. Es la magia del humor gráfico: la exageración que desnuda la verdad.

El humor aquí no es amable. No es de los que buscan una sonrisa dulce. Es humor que muerde, humor que salpica, humor que incomoda. Es justamente por eso que funciona. Hay viñetas que te hacen reír y luego te dejan un eco incómodo. Detrás del chiste está el recordatorio de que esas tragedias fueron reales, que afectaron vidas reales y que aún hoy seguimos pagando sus consecuencias. Esa mezcla de carcajada y desasosiego es uno de los mayores logros del tebeo.

La edición de Serendipia también merece un aplauso, porque han tratado este libro como la pieza de colección que es. Cartoné resistente, guardas ilustradas que ya te hacen sonreír antes incluso de empezar, un diseño gráfico caótico pero intencionado, y un respeto absoluto por la obra colectiva del grupo de humoristas. En un mundo dominado por el consumo rápido, dedicar mimo a una obra física es casi un acto de rebeldía estética.

«El Churro Ilustrado: De la pandemia a la guerra» no pretende ser objetivo, ni equilibrado, ni consensuado. No es un comic para todos los públicos ni quiere serlo. Es para quienes entienden que el humor puede ser una herramienta crítica y no solo entretenimiento. Para quienes creen que la sátira es necesaria, que incomodar es una forma de resistencia, que reírse del poder es tan sano como lavarse las manos. Para quienes siguen echando de menos publicaciones como La Codorniz o que leen El Jueves como si fuera un suplemento vitamínico. Este volumen, además, llega en un momento en el que el humor se ve constantemente cuestionado: si se puede, si no se puede, si molesta, si ofende, si divide, si une. El Churro Ilustrado responde con una simple declaración de principios. El humor siempre debe ir donde duele. Porque ahí es donde hace falta. Porque ahí es donde señala. Porque ahí es donde actúa.

Tal vez, por eso sea tan necesario. Porque si no nos reímos de todo esto. ¿Qué nos queda? ¿Llorar? ¿Aceptar que vivimos en un episodio largo e involuntario de humor negro mundial? No, gracias. Mejor reír con intención. Reír con estilo. Reír con mala leche. Reír con un churro en la mano. Por eso cuando cierras las 184 páginas queda un sabor extraño pero adictivo. Como un churro un poco torcido, pero perfectamente crujiente: irregular, calentito, impredecible y absolutamente delicioso.

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