
Mark Millar lo ha vuelto a hacer. Sí, otra vez. Como ese colega que llega siempre tarde, pero con una botella de ron bajo el brazo, el escocés vuelve a reírse de todos nosotros mientras se embolsa otra fortuna. El segundo volumen de «Night Club» es el nuevo capítulo de su universo de vampiros youtubers. Y, maldita sea, funciona. Funciona mejor de lo que debería. Porque Millar, sabe lo que vende. Sabe lo que molesta y sabe cómo mantenerte pegado a la página como un mosquito a la sangre fresca. Da igual si te has leído «The Magic Order», «The Ambassadors» o «Nemesis». Como en el primer volumen de Night Club encontrarás el mismo cóctel de adrenalina, ego adolescente y violencia coreografiada. Con la precisión del dibujo de Juanan Ramírez y el color de Fabiana Mascolo como si de un videoclip de música se tratara. Solo que aquí los protagonistas no llevan traje de superhéroe todo el rato. Llevan colmillos, móviles de última generación y una autoestima tan inflada que podrían flotar sobre la ciudad.
La premisa sigue siendo gloriosamente previsible. Adolescentes convertidos en vampiros que deciden usar sus poderes para hacerse virales. ¿Salvar el mundo? Bah. Mejor grabar vídeos en los tejados, ganar suscriptores y tirarse a la piscina del ego. Pero lo que parecía una parodia se convierte en drama cuando los lazos de amistad se pudren como una vena mordida. Danny y Sam, los antiguos inseparables, ahora ni se hablan. Amy, atrapada en medio, se convierte en el motor de la historia. Y ojo, aquí Millar hace algo diferente. Escribe a una mujer con más profundidad que una taza de café. Amy no es la típica “novia del héroe”, es la heroína. El alma, la culpa y el latido de este tebeo. Eso sí, que nadie espere feminismo de manual. El resto de mujeres siguen siendo clichés con piernas, porque Millar no puede evitar meter el pie en el barro de sus propios vicios. El guion avanza como un tren de tópicos que pasa tan rápido que ni te da tiempo a quejarte. Los vampiros malos son unos matones con colmillos, los héroes se enfadan, se reconcilian y luego revientan todo a hostias y fuego. Pero lo hace con una energía tan contagiosa que terminas dejándote llevar. El tono es puro Millar. Frases lapidarias, giros imposibles, explosiones que parecen rodadas por Michael Bay y esa arrogancia del tipo que sabe que está escribiendo la próxima adaptación de Netflix. Este comic es consciente de sí mismo. Se ríe de su propio artificio.

Pero si el guion es gasolina, el dibujo de Juanan Ramírez es el motor de un Ferrari que la hace rugir. El artista español se deja la piel en cada viñeta. Sus escenas de acción son una locura cinética. Cuerpos volando, sangre suspendida en el aire, luces de neón rebotando en las mejillas de los personajes. Ramírez convierte cada página en un espectáculo con estacas y parkour. No hay respiro. Ni uno. Cada pelea parece el final de temporada de algo que te mantiene pegado al sillón. A su lado, Fabiana Mascolo colorea la noche con una paleta que mezcla lo gótico con lo actual. Purpuras, azules eléctricos, luces que parecen salir de un after. La atmósfera es tan intensa que puedes oler el humo, la sangre y el perfume caro. En los momentos más oscuros, el color se vuelve íntimo y crepuscular, recordándonos que detrás de tanta pose aún late un poco de humanidad. Cuando estalla la violencia, el rojo domina, brillante, casi hermoso.
La historia se deja leer de un tirón, y aunque el guion tenga la profundidad de una piscina infantil, no le hace falta más. Millar no pretende cambiar tu vida, solo quiere que lo pases de miedo. Y vaya si lo consigue. Su narrativa se mueve entre la ironía autoconsciente y la tragedia adolescente: hay traiciones, redenciones, bastante sexo y hasta un par de momentos en los que te sorprendes sintiendo pena por estos críos con colmillos. Porque estas páginas son, al final, un cómic sobre crecer cuando ya estás muerto. Sobre la amistad convertida en hambre. Sobre la inmortalidad vista desde un teléfono móvil.

El clímax es una fiesta de sangre. Millar y Ramírez te lanzan a una batalla brutal, estilizada, ruidosa y gloriosamente perfecta. Se rompen huesos, se destrozan egos y se abren heridas de todo tipo que ni la eternidad curará. Cuando todo parece resuelto, Millar saca su carta favorita: el cliffhanger. Porque claro, el tipo no puede dejarte en paz. Si la primera miniserie fue la mordida, esta segunda es la infección completa. El virus Millar ya está en tu sistema y no hay cura posible. Por eso llega un milagro. Por muy trillado que esté el género, Night Club se siente fresco. No por lo que cuenta, sino por cómo lo cuenta. Millar se ha convertido en un maestro del “placer culpable”. No inventa nada, pero lo reinventa todo con una mezcla de descaro, ritmo y autoconciencia. Es el tío que entra en una fiesta donde ya se ha bebido todo y aun así se las apaña para montar el mejor jaleo de la noche.
La edición de Panini Cómics está a la altura del delirio: tapa dura, color deslumbrante, papel grueso y traducción fluida de Óscar Estefanía, que mantiene el tono macarra sin pasarse de rosca. Son 160 páginas que incluyen los seis números de la serie original y las portadas alternativas dibujadas por Juanan Ramirez en un maravilloso blanco y negro. Así que sí, repitámoslo todos juntos. Mark Millar es un caballero muy listo. Este comic de vampiros es otra de sus jugadas maestras, algo bestial, divertido y tan autoconsciente que casi te muerde. El resultado es que huele a juventud, a noche, a gasolina y a sangre. Una aventura sobre lo que pasa cuando el poder y la fama te muerden el cuello. Aunque el guion tenga agujeros más grandes que los de una víctima de Nosferatu, da igual. Estás demasiado entretenido como para quejarte. Al final, Night Club es puro Millarworld: exceso, insolencia y diversión. Un cómic que se lee con la misma sonrisa con la que se ve una serie de Guillermo del Toro mientras comes unas buenas patatas fritas con chile. Tiene acción, drama, humor y un punto de ternura escondido entre las explosiones. Cuando llegas al último número, los personajes se enfrentan a las consecuencias de sus actos. Viendo como un pequeño gesto lo cambia todo. Además, Millar te deja con ese personaje que nos da pie a una nueva aventura. Eso lo puedes descubrir abriendo estas paginas y dándote un zambullida en un piscina de sangre.
