
Hay recuerdos que no necesitan una máquina del tiempo, sino una melodía, una frase o una chispa de luz en la memoria. En mi caso, fue escuchar de nuevo esas palabras mágicas “Por el poder de Grayskull” y sentir que algo en el pecho se encendía como una espada incandescente. Así empieza «She-Ra: Ella tiene el poder», de José Antonio Godoy. Un libro que no solo cuenta la historia de una heroína, sino que rescata una época en la que los dibujos animados enseñaban lecciones de vida entre rayos de colores y capas ondeando al viento.
No hace falta haber crecido en los ochenta para disfrutarlo, pero si lo hiciste, te advierto: cada página es un golpe suave de nostalgia, un recordatorio de cuando la televisión era un portal a otros mundos. Godoy no escribe sobre She-Ra como un tema de estudio; la celebra como quien recuerda a una vieja amiga, una compañera de aventuras que aún inspira fuerza, risa y ternura a partes iguales. En su mundo había unicornios alados, villanos estrafalarios y castillos imposibles, sí, pero también había una promesa. Cualquiera, incluso un niño con el mando de la tele o una niña con una espada de juguete, podía levantar la vista y creer en su propio poder. Y eso, cuarenta años después, sigue siendo magia.

Godoy lo tiene claro desde el principio. Esto no es un manual enciclopédico ni un panfleto nostálgico. Es una carta de amor a un mito de los ochenta. Lo que podría haber sido un simple repaso a la serie animada de 1985 se convierte en una exploración profunda y divertida de todo un fenómeno cultural. Y lo mejor es que, contra todo pronóstico, el autor no se deja llevar por la moda reciente. La versión moderna de Netflix, por ejemplo, está presente, sí, pero como una parte más del viaje, no como la protagonista. Porque el corazón del libro late en otro lugar: en la génesis del personaje, en los cómics olvidados, en las ilustraciones, los juguetes, los guiones y las anécdotas que dieron forma a ese mundo de magia, amistad y justicia llamado Etheria.
El autor del libro escribe con el entusiasmo de un aficionado que aún guarda su figura de acción en una estantería. Pero también con la mirada del investigador que sabe que detrás de cada capa de color pastel hay una historia que merece ser contada. El resultado es un texto que se disfruta tanto si eres veterano del universo Masters del Universo como si apenas te suena el nombre de Hordak, Grizzlor, Mantenna o Leech. Cada página rezuma cariño. El autor no solo repasa las aventuras y batallas de Adora, sino que también rescata el contexto en el que nació. Una época en la que las series infantiles eran escaparates de valores y en la que una heroína femenina con tanto protagonismo era casi una rareza. En ese sentido, She-Ra fue revolucionaria sin pretenderlo. Una princesa guerrera que enseñaba a toda una generación que la fuerza también podía tener rostro amable, que el poder no era solo destruir al enemigo, sino proteger a los amigos y defender lo justo. Por eso se entiende esa dualidad a la perfección. Por eso su libro es tan disfrutable. Porque no idealiza, pero tampoco desarma. She-Ra fue un producto comercial, sí, pero también una chispa de libertad creativa en una industria dominada por hombres y musculaturas imposibles. Aquí se equilibra esa tensión con humor, con ternura y con un ritmo narrativo que hace que cada capítulo sea como un episodio más de la serie, con su dosis de emoción y su moraleja final. Además, el volumen está ilustrado con un gusto exquisito. Las imágenes no solo acompañan el texto, sino que lo expanden. Es imposible pasar las páginas sin sonreír al ver aquellas poses heroicas, los diseños de personajes o los coloridos juguetes de Mattel.

Uno de los grandes aciertos de Godoy es cómo da espacio a todas las versiones de She-Ra sin caer en la nostalgia ciega. Reconoce el mérito de la serie moderna de Netflix, que reescribió el mito con sensibilidad contemporánea y diversidad real, pero al mismo tiempo celebra el aura casi mítica de la She-Ra original, con sus fondos pintados a mano y sus villanos de opereta. Lo hace sin enfrentarlas, mostrando que ambas son parte del mismo legado. La idea de que el poder (ese poder con mayúsculas) puede ser compasivo, inclusivo y valiente.
Hay pasajes especialmente deliciosos cuando Godoy se detiene en los cómics. She-Ra tuvo una vida editorial paralela a la animada, y el autor los desempolva con entusiasmo, analizando cómo se moldeó su carácter en las viñetas, cómo se diferenció de su hermano He-Man y cómo su mitología se expandió más allá del televisor. Es ahí donde el libro se gana el corazón del lector más curioso, el que quiere saber cómo se construye un icono más allá del marketing. El tono del libro editado por Diábolo Ediciones es cómplice, casi travieso. Godoy se permite bromas, ironías, pequeños guiños a los lectores que crecieron con la serie, pero también invita a los nuevos lectores a unirse a la aventura. Es un texto que se puede leer con una sonrisa permanente, porque está escrito desde la admiración y la alegría, no desde la distancia crítica. Y eso se nota. Cuando uno cierra el libro, lo hace con una sensación cálida, casi de reencuentro. No solo con She-Ra, sino con la propia infancia, con aquel momento en que lo fantástico parecía posible y el bien y el mal se resolvían en una explosión de luces mágicas. Godoy consigue que esa chispa vuelva a encenderse, y eso es, quizás, el mayor logro de este volumen. Recordar que las historias que nos marcaron siguen teniendo poder, aunque hayamos crecido.

Ahora que se acerca una nueva película de Masters del Universo, este libro se siente más oportuno que nunca. «She-Ra: Ella tiene el poder» es la puerta perfecta para regresar (o entrar por primera vez) en ese cosmos de espadas, rayos de energía y heroísmo sin ironías. Godoy nos recuerda que Eternia y Etheria no son solo lugares de fantasía, sino territorios donde aprendimos que el poder, en el fondo, siempre estuvo en nosotros. Así que, antes de que He-Man vuelva a levantar su espada en la gran pantalla, quizá sea buen momento para dejar que su hermana nos guíe primero y recordarnos, una vez más, por qué seguimos amando estos mundos imposibles.
