Tribulaciones de X 1: después del fuego

Krakoa despierta. El sol sale sobre una isla que fue milagro, utopía, experimento genético y sueño compartido. Pero esta vez el aire huele distinto. Hay sospecha en los pasillos biológicos, hay rumores en las raíces. El profeta se ha marchado. Jonathan Hickman ya no está al mando. Y lo que queda, más que un imperio, es una herencia. El primer volumen del Marvel Premiere llamado «Tribulaciones de X» es precisamente eso. El intento de varios autores de mantener vivo el fuego sagrado que Hickman encendió. No siempre lo logran, pero el esfuerzo deja chispas, algunas brillantes, otras tristes.

El tomo, publicado por Panini Comics, reúne fragmentos de distintas series: The Trial of Magneto, S.W.O.R.D., New Mutants y Marauders. Que funcionan como piezas dispersas de un mismo mural. Cada una refleja una cara de la nueva era mutante: la duda, la política, la juventud y la memoria. En conjunto, componen un retrato del “después”, ese terreno incierto donde los ideales empiezan a oxidarse. El arranque con El Juicio de Magneto, de Leah Williams y Lucas Werneck, se mueve entre el drama judicial y el misterio metafísico. La Bruja Escarlata ha sido asesinada después de la Gala Fuego Infernal, y las sospechas recaen (cómo no) sobre Magneto. La historia funciona como una fábula sobre la culpa y la redención: ¿qué ocurre cuando el símbolo de la revolución se convierte en sospechoso de parricidio? Williams escribe con ambición, aunque a veces la emoción se disuelve en el exceso de solemnidad. Aun así, Werneck logra que cada página brille. Su dibujo elegante y contenido da la sensación de estar leyendo un réquiem ilustrado, una ópera silenciosa donde el rojo de Wanda ilumina un jardín lleno de secretos.

Después, Al Ewing y Stefano Caselli toman el relevo con S.W.O.R.D. y cambia el escenario por completo. Del crimen pasamos a la política intergaláctica. Tormenta, ahora regente de Arakko, se enfrenta al Doctor Muerte en una partida diplomática con más electricidad que muchas batallas. Es el capítulo más cerebral del tomo, lleno de ideas sobre poder, imperio y diplomacia mutante. Mientras tanto, el equipo de S.W.O.R.D. maniobra entre las ruinas de la galaxia. Ewing sigue siendo uno de los guionistas más precisos del panorama Marvel su ciencia ficción no brilla por la acción, sino por el control. Suena como una partitura orquestal donde cada diálogo pesa como un movimiento de ajedrez. Luego llega el corazón más humano del tomo. Los Nuevos Mutantes de Vita Ayala y Alex Lins. Aquí no hay diplomáticos ni hechiceras muertas, sino adolescentes atrapados entre las reglas de un sistema que pretendía liberarlos. La muerte de Exploradora, una clon sin derecho a resurrección, funciona como una bomba ética dentro de la isla. Los jóvenes mutantes quieren desafiar la ley krakoana, pero lo que se revela es más incómodo: el paraíso tiene burocracia, y las revoluciones también discriminan. Ayala escribe con ternura, sin perder el filo político, y Lins dibuja con energía juvenil, casi improvisada, como si las líneas mismas dudaran de lo que están haciendo. Es el episodio que mejor capta el espíritu del cómic mutante post-Hickman: más humano, más caótico, menos teórico.

Finalmente, Gerry Duggan e Ivan Fiorelli cierran el tomo con un capítulo de Merodeadores que suena a epílogo. Emma Frost y Banshee vuelven a encontrarse en un relato de acción ligera, con Tempo brillando entre líneas como promesa de futuro. No es la historia más profunda, pero cumple una función: recordarnos que Krakoa también necesita respirar entre conspiraciones, que los mutantes, incluso los inmortales, siguen necesitando aventuras pequeñas para sentirse vivos. Leído en conjunto, no es un relato uniforme, sino una colección de pulsos. Cada autor se asoma a Krakoa con una intención distinta. Williams busca el drama clásico, Ewing la ciencia política, Ayala la emoción ética, Duggan el entretenimiento pulp. Sorprendentemente, la mezcla funciona. Tal vez no como un conjunto coherente, pero sí como una sinfonía de perspectivas que explican por qué este rincón del universo Marvel sigue siendo fascinante: porque no hay una sola manera de ser mutante.

La traducción de Uriel López mantiene el tono natural, sin estridencias, y Panini ofrece una edición sólida. Es una buena puerta de entrada al actual estado mutante que es tan fragmentario, cambiante e imprevisible. Hay un hilo invisible que recorre todo el tomo, y no tiene que ver con los crímenes ni con los planetas conquistados. Es el eco de una pregunta: ¿qué pasa con los sueños cuando su creador se marcha? Krakoa sigue en pie, sí, pero sus habitantes han empezado a preguntarse por qué. El Juicio de Magneto ya no es solo un proceso contra un personaje, sino contra una idea: la del orden perfecto. Y tal vez eso sea lo más estimulante de esta nueva etapa. Porque lo que queda después del Edén no es ruina, sino posibilidad. Hickman construyó un templo; ahora otros autores lo están ensuciando, habitando, llenándolo de vida real. Ese desorden, esa multiplicidad, es lo que mantiene a los mutantes interesantes: ya no son dioses, pero siguen siendo necesarios. Por eso el primer volumen de «Tribulaciones de X» es el primer amanecer sin su arquitecto. Imperfecto, desigual, pero vivo. Y eso, en un cómic de superhéroes, es casi un milagro.

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