
La mejor ciencia ficción suele estar asentada, paradójicamente, en la realidad. De ella bebe para deformarla o retorcerla, sirviendo a menudo metáforas que son, más que un aviso a navegantes, elementos sobre los cuales reflexionar. Ya sea en forma de cuestiones sociales o más íntimas y personales. Eso, de alguna manera, subyace en cualquier buen relato: una “verdad” latente y compacta que alimenta lo que se cuenta, más allá del escapismo, digamos, formal que puede sugerir encasillar en géneros a una historia. Las ficciones siempre han estado allí a lo largo de la historia de la humanidad, pero no como mero elemento de escapismo o entretenimiento. Sino como una forma de mostrar “caminos del héroe” que sirvan a quien descubre los relatos para revelar aspectos de la condición humana, sean individuales o colectivos.
Humano. Esa es la cualidad que desprende el tebeo que hoy nos ocupa, por mucho que formalmente se trate de un tebeo de vampiros, como toda buena ficción exhibe rasgos de la condición humana. Nos referimos a “Moribundo”, el debut como autor completo de Fran Mariscal Mancilla que acaba de editar Norma. Una obra cuya premisa de partida entronca con la tradición vampírica y la mezcla con las relaciones tóxicas, las rupturas sentimentales y la depresión.

“Tu herida no está en el brazo. Está mucho más adentro”.
Es lo que le dicen a Egon, novelista de terror, en plena crisis. La ruptura con su pareja es un hecho que ha dejado huellas, y heridas, aún por cicatrizar. Como las marcas que hay en su piel, señal de los mordiscos vampíricos realizados por ella: Liz Tombstone, la última de la estirpe de vampiros que gobierna Hollow Hill, la ciudad en la que viven. Ahora es el momento de seguir, pero el camino aún no es luminoso. Queda pasar por la parte más oscura antes de que amanezca. Y eso es lo que Fran Mariscal nos va a mostrar: el tránsito de Egon por ese purgatorio: un recorrido entre el horror y el delirio hacia la zona más oscura y deprimida de la desolación.
Ese es el objetivo de “Moribundo”, que se desarrolla a modo de cuento sobrenatural, pero también íntimo. En lo plástico, las referencias a artistas de primer nivel como Bill Sienkiewicz, Dave McKean o Kent Williams se hacen palpables en el recorrido de la obra, aportando ese plus pictórico que da empaque e intensidad al relato. Dotándolo de una fuerza gráfica que potencia lo sensorial y emocional. Porque esto es mucho más que una fantasía oscura: es un viaje a los infiernos de las relaciones tóxicas y de las secuelas que dejan, como cicatrices que recuerdan a esos mordiscos que extraen fuerza vital, llámese “sangre” para concretarlo en un elemento que sin duda simboliza algo más extenso y complejo.

Así va creciendo esta odisea catártica de redención, donde Fran Mariscal pone entona voz propia que juega con habilidad entre referencias gráficas, culturales y literarias para componer algo muy difícil de lograr, pero fácil de advertir: personalidad. Eso es lo que desprende «Moribundo». Tras ese título, se esconde una arrolladora vitalidad creativa. Desde aquí, celebramos el debut como autor completo de Fran Mariscal Mancilla, tan sólido y compacto que se puede batir en igualdad de condiciones con muchas de las obras llamadas “de madurez”. Al fin y al cabo, se trata de que un tebeo tenga algo que decir. Y “Moribundo” no solo lo tiene, sino que lo muestra de forma solvente, hermanando texto y dibujo con magistral eficacia, creando una atmosfera, ritmo y tono que mete de lleno en la historia. Una que, en la tradición de las mejores ficciones, nace de la imaginación y crece en lo fantástico, pero se alimenta de la “verdad” poderosa e inmutable que esconden las mejores metáforas. Eso es lo que tiene este exorcismo hecho tebeo.
