
Hay finales que suenan a disparo, y hay otros que suenan a eco. Este quinto tomo de la Biblioteca Marvel de Nick Furia, Agente de S.H.I.E.L.D suena a ambas cosas. A disparo porque todavía ruge el cañón de Jim Steranko en una última llamarada de genio, y a eco porque el resto de los números, aunque competentes, parecen estar intentando atrapar el humo que dejó el maestro. Es el canto del cisne de una serie que, durante unos pocos tomos, fue el corazón psicodélico, paranoico y elegante de Marvel. Y ahora, como un espía retirado en su último encargo, la colección se despide con una sonrisa ladeada, un cigarro medio apagado y el sabor metálico de la pólvora del pasado.
Porque, seamos claros: lo de Steranko fue dinamita. Él fue la Marvel que se permitía jugar con la forma, con la tipografía, con el montaje de página como si cada viñeta fuera un misil de vanguardia lanzado desde la mente de un artista que creía que los tebeos podían ser cine, pintura pop, diseño gráfico y arte moderno todo a la vez. Él fue la Marvel de la revolución gráfica, cuando Nick Furia podía cruzar un pasillo de sombras geométricas y uno sentía que estaba viendo un sueño de espionaje dirigido por Kubrick y coreografiado por Dalí.

El arranque ya marca el tono. Steranko no llega a tiempo con las páginas y Roy Thomas, siempre dispuesto a tapar agujeros en la Marvel de los sesenta, se pone el parche de urgencia. Frank Springer lo acompaña en un episodio que sirve como “relleno” pero que, mirado hoy, tiene cierto encanto arqueológico. Es el equivalente a esas misiones de emergencia que SHIELD envía cuando todo está a punto de irse al carajo. El resultado es digno, incluso correcto, pero ya no tiene el alma delirante del genio que faltaba. Es como ver un imitador de Hendrix tocando la guitarra. Hace los gestos, pero no suena igual. Luego llega el número crucial, el último Steranko, la joya que justifica el tomo, la misión final del artista que cambió para siempre la percepción del cómic de espías. Aquí aparece Escorpio, un villano cuya identidad ambigua y casi mítica abre un círculo que Marvel tardaría décadas en cerrar. Es Steranko desatado. Un ballet de identidades falsas, espejos y simulacros, donde Nick Furia es sustituido por su propio señuelo dotado de vida (vamos lo que toda la vida se llamó “un doble”) y sometido a pruebas que rozan la tortura. Es una historia de duplicidad, paranoia y sacrificio. Un eco de la Guerra Fría, sí, pero también del miedo del propio autor a perder el control sobre su creación. Steranko deja la colección con este estallido, como un mago que rompe su varita al final del espectáculo. Lo que viene después es Marvel intentando reconstruir el escenario sin recordar del todo cómo funcionaban los trucos.
Roy Thomas, Archie Goodwin, Ernie Hart y Gary Friedrich se repartieron los guiones como si fueran agentes encubiertos con órdenes contradictorias. Ninguno lo hace mal, pero se nota la desorientación. El tono cambia, los enemigos se vuelven genéricos y la atmósfera pop se diluye en el aire. Springer y Herb Trimpe, desde los lápices, intentan mantener el fuego con dignidad, copiando el lenguaje visual de Steranko sin su espíritu. Hay splash pages, sí, hay color chillón, hay diagonales dinámicas… pero la energía es diferente. Es como ver un teatro donde las luces siguen encendidas, pero el protagonista ya no está. Quizá eso sea lo que convierte a este volumen en algo más que un simple cierre de etapa: es un testimonio de resistencia editorial y creativa. Como Furia, estos autores siguen disparando, aunque sepan que la misión está perdida.

Panini Comics presenta este volumen con el mimo habitual: papel excelente, color restaurado con respeto, traducción de Santiago García y Rafael Marín que sabe mantener el perfume setentero sin edulcorar los excesos. Es una edición para coleccionistas que entienden que no todo lo brillante es perfecto, que a veces los restos del naufragio también cuentan una historia. Steranko fue el Picasso de los tebeos de espionaje. Y este tomo, con su caída de ritmo, con sus desvíos y sus baches, nos muestra el momento exacto en que Marvel perdió a uno de sus alquimistas. Lo que queda, entre Springer, Thomas y compañía, es el eco de su hechizo. Un eco que sigue sonando, incluso entre guiones desiguales, porque el mito ya está grabado a fuego en el ADN de SHIELD. Así que leed este tomo como lo que es. Un funeral elegante, una misión final o esa última copa antes de apagar las luces de la base secreta. Escuchad las sirenas, el zumbido de los helicópteros, las luces estroboscópicas sobre el rostro cansado del espía del parche en el ojo. Porque, aunque el arte de Steranko ya se haya ido, su sombra sigue vigilando desde las sombras, con el ojo que nunca duerme.
El mundo sigue girando. La guerra fría nunca termina.
Y Nick Furia… sigue siendo el último hombre en pie.
