Espíritus de Venganza: reunión de cráneos

Hay cómics que huelen a gasolina con azufre, y «Espíritus de Venganza» es uno de ellos. La “casa de las ideas” nos trae este festín infernal que junta a todos los Ghost Riders(algunos son motoristas y otros no) que alguna vez vendieron su alma a un demonio, firmaron con sangre o simplemente se levantaron un día diciendo “¿y si me prendo fuego la cabeza y salgo a repartir leña como si no hubiera mañana?” Johnny Blaze, Danny Ketch, Robbie Reyes y el mismísimo Venganza, el más macarra del lote, se unen en una parrillada infernal con cadenas, cráneos y rugidos de motor que atraviesan el alma.

Desde la primera página, el cómic te grita en la cara: “¡Bienvenidos al infierno!”. Howard Mackie y Javier Saltares arrancan con el especial Return of Vengeance, un tebeo muy noventero que parece sacado de una noche de luna llena sobre una Harley cromada. Aquí no hay espacio para la sutileza: hay músculos, demonios, gasolina, fuego, más fuego y un tipo llamado Michael Badilino que podría morderle la yugular a cualquier cabeza llameante y seguir fumando después. Es el regreso del espíritu de Venganza, el motorista más salvaje de la vieja escuela, el que no reparte justicia sino carnicería. Y sí, el dibujo de Saltares con el color de Arif Prianto es un golpe directo al sistema nervioso: puro infierno visual.

Después, el guionista Sabir Pirzada toma el manillar y pisa el acelerador con los seis números de Spirits of Vengeance. Aquí el guion parece un aquelarre de fuego y metal: Blaze, Ketch, Robbie Reyes y compañía se cruzan en una trama que huele a azufre y sudor de demonio. Pirzada intenta la proeza de juntar todas las versiones del Espíritu de Venganza en un único espacio coral. Y aunque la historia a veces se retuerce sobre sí misma como una serpiente infernal con acidez estomacal, hay momentos de pura gloria incandescente. El cómic tiene ritmo, sí, pero también es un caos bastante lioso. Robbie Reyes llega desde la etapa de Jason Aaron en Vengadores. Danny Ketch sigue siendo el mártir con el motor en el alma. Así como Johnny Blaze se mantiene como el abuelo demoníaco del grupo, cansado de todo, pero demasiado orgulloso para apagar el fuego. Vamos lo que se diría una reunión familiar muy mal avenida. Pirzada tiene buenas intenciones, eso es indudable. Quiere construir un puente entre todas las eras de los personajes llameantes, desde los setenta hasta el caos contemporáneo. Pero a veces el puente se le incendia. El cómic está lleno de guiños, cameos y rescates arqueológicos, lo que demuestra que el guionista conoce su historia, pero también que el lector novato puede quedar más perdido que un turista sin un buen mapa.

En cuanto al dibujo. Seis números, seis dibujantes. Sí, seis. Es como ver un videoclip de Metallica donde cada minuto lo dirige un director distinto con el estilo de videoclip distinto. Sean Damien Hill, Chris Campana, Devmalya Pramanik, Brian Level, Paul Davidson o José Luis Soares aportan algo, sí, pero el conjunto se siente como una reunión de estilos que pelean por ver quién tiene la calavera más brillante. Algunas páginas son puro fuego infernal y dinamismo; otras, un laberinto de viñetas que parecen diseñados por un demonio con déficit de atención. Y aun así, cuando el dibujo acierta, lo hace con violencia y belleza. El color es otra historia. El trabajo de Arif Prianto, Andrew Dalhouse y Matt Milla aporta cierta coherencia. Rojo, naranja, amarillo o negro es una sinfonía cromática de combustión perpetua. Cada página es una hoguera donde el fuego purifica, condena y arde por placer. En ese aspecto, este comic cumple: te quema las retinas, pero te deja queriendo más.

Quizás lo más irónico es que, mientras Pirzada intentaba unir a todos los Espíritus de Venganza en una hermandad infernal, lo que realmente consigue es demostrar lo redundante que se ha vuelto el concepto. Cinco personajes con el mismo poder, la misma maldición y distintas marcas de moto. ¡Demasiados cráneos en llamas para una sola autopista! Lo que en los noventa molaba, un solo motorista rugiendo contra el mal. Ahora se ha multiplicado hasta lo absurdo. Marvel tiene un ejército de motoristas fantasma, pero ninguno con la chispa única de aquellos primeros cómics donde Blaze o Ketch circulaban solos bajo la luna.

Panini Cómics presenta este tomo en rústica de 168 páginas y traducción de Gonzalo Quesada. Tenemos una introducción y epilogo de David Hernández Ortega. Así como las portadas alternativas en miniatura realizadas por Ron Garney, Kyle Hotz, Billy Tan, Ryan Stegman o Derrick Chew entre otros. Estas páginas huelen a azufre y nostalgia. Es un viaje directo al corazón ardiente del universo sobrenatural de Marvel. ¿Perfecto? No. ¿Divertido? Como una carrera entre demonios por una autopista en llamas. ¿Recomendable? Solo si estás dispuesto a perderte, quemarte y disfrutar el olor a gasolina del alma. Aun así, este tomo de los «Espíritus de Venganza» se disfruta como una orgía infernal. Es como escuchar heavy metal con los auriculares al máximo mientras conduces hacia el fin del mundo. La historia arde, los personajes se gritan, las cadenas zumban, y tú solo puedes pensar: “Que la fiesta no pare…». Por eso, aunque la historia no se cierre del todo. Aunque el fuego se apague antes de tiempo, queda la sensación de haber recorrido el infierno sobre dos ruedas, riéndote del peligro y escupiendo humo.

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