Kaare Andrews ha vuelto, y no con una simple telaraña, sino con una explosión que se descubre en cada página. «Spider-Man: Reino 2» es la secuela que nadie pidió y, sin embargo, la que necesitábamos sin saberlo. Han pasado casi dos décadas desde que aquel «Reino» original que era oscuro, brutal y cargado de polémica. Aquí se presentará a un Peter Parker envejecido, derrotado, llorando por Mary Jane y enfrentándose a un futuro sin esperanza. Aquella historia fue algo muy oscuro para dar un toque diferente a la serie normal. La fantasía crepuscular donde el mito se convertía en tragedia. Y ahora, contra todo pronóstico, Andrews regresa con un segundo acto que transforma el luto en delirio, la oscuridad en espectáculo y el ocaso en un renacimiento lleno de cicatrices. El resultado es una secuela tan temeraria como fascinante, un salto mortal que, de algún modo, aterriza de pie.

La historia arranca de manera espectacular. Peter es sacado de su propio Matrix (literalmente vuelve a la vida) por Minina, esa misteriosa aliada del primer volumen. El mundo no ha mejorado. Está más podrido, más decadente y mucho más corrupto. Kingpin ha regresado como un tumor del sistema, símbolo de un poder que ni el tiempo ni la ruina logran derribar. La humanidad sobrevive entre ruinas tecnológicas y distorsiones cyberpunk. Allí, entre la chatarra del futuro, el viejo Spider-Man vuelve a respirar, a sufrir, a pelear. Su regreso no es heroico ni glorioso. Es un acto de terquedad. Parker no lucha por esperanza, sino porque no sabe hacer otra cosa. Luchar es su naturaleza, incluso cuando sabe que todo está perdido.
En esta distopía renovada, Andrews introduce un detalle delicioso. El regreso de Miles Morales, convertido ahora en un veterano curtido por los años. Ver a estos dos Spideys compartir viñetas es una maravilla. Peter representa la culpa y el cansancio; Miles, el eco del idealismo que alguna vez tuvo su maestro. Entre ellos se teje una dinámica interesante, llena de respeto y reproche, de cariño y frustración. Andrews utiliza ese contraste generacional para explorar qué significa ser Spider-Man cuando ya no queda nada que salvar, cuando el heroísmo se ha convertido en un gesto vacío. Pero, incluso así, hay chispazos de humor, de ternura, de humanidad. Peter sigue cayendo, sigue dudando, sigue tropezando. Pero siempre, inevitablemente, vuelve a levantarse.

Lo mejor de este tebeo es cómo combina el exceso con la emoción. Bajo la estética desbordada y la acción apocalíptica, late una historia profundamente íntima. Cada golpe que Parker recibe tiene un contexto sentimental; cada salto entre rascacielos suena como una súplica. Kaare Andrews no ha venido a ofrecer una secuela complaciente, sino una reinterpretación personalísima de su propio mito. Y lo hace arriesgando. Introduciendo nuevos personajes. Reimaginando viejos enemigos y, sobre todo, enfrentando a su héroe con lo único que no puede derrotar: el paso del tiempo. Spider-Man ya no pelea contra villanos, sino contra su propia irrelevancia. Y esa lucha es brutalmente honesta.
En el aspecto gráfico, Andrews se desata. Cada página parece rugir, llena de líneas que vibran, telarañas que palpitan y un color que sangra neón. Brian Reber aporta una paleta que oscila entre la podredumbre industrial y los destellos eléctricos de un mundo moribundo. El tono recuerda a los cómics de los 90, pero con una madurez inusual. Es como si Andrews quisiera reconciliar al adolescente que soñaba con dibujar superhéroes con el adulto que los ve envejecer. Y en medio del caos, Mary Jane sigue ahí. Su sombra recorre toda la obra como un fantasma luminoso. Ella es el eje invisible del relato, el corazón que Parker intenta recuperar incluso sabiendo que no puede. Hay momentos donde la historia roza lo metafísico, con viajes temporales, visiones del pasado y un Peter que se pregunta si el amor puede sobrevivir al tiempo y al fracaso. Andrews se permite incluso un tono más espiritual, más reflexivo, sin renunciar nunca a la acción desmedida. Es una obra que se contradice y se alimenta de esas contradicciones: melancólica y rabiosa, trágica y pletórica, vieja y nueva a la vez.

Panini Cómics ha hecho justicia al material. Traducción de Santiago García, tapa blanda, papel grueso con una impresión que realza cada trazo de Andrews y cada color de Reber. Incluye un prólogo y un epílogo firmados por David Hernández Ortega. Así como portadas alternativas realizadas por Leinil Francis Yu, Mike del Mundo, Skottie Young, Phil Noto o Bengal entre otros. Por eso cuando cierras sus 120 páginas queda la sensación de haber leído algo que no debería haber funcionado, pero que funciona a la perfección. Kaare Andrews no solo ha retomado una historia cerrada: ha demostrado que incluso los mitos agotados pueden reinventarse. «Spider-Man: Reino 2» no es una secuela complaciente, sino una declaración de principios. El héroe envejece, el mundo se pudre, pero mientras quede una telaraña, habrá esperanza. Andrews se contradice, se reinventa y se ríe de sí mismo. Son cinco números de furia, tristeza y redención que convierten al viejo Parker en lo que siempre fue: un hombre que cae mil veces y que siempre, de algún modo, encuentra la forma de levantarse una vez más.
