
Hay cómics que huelen a metal oxidado y a tierra mojada, que se leen con el pulso lento de quien camina por un mundo que ya no existe, y que aun así respiran furia y belleza en cada página. Este segundo volumen del «Viejo Logan», con guion de Jeff Lemire, dibujo de Andrea Sorrentino y color de Marcelo Maiolo pertenece a esa estirpe. Es una historia que, como su protagonista, carga con cicatrices imposibles de borrar, pero que también late con la fuerza salvaje de quien ha sobrevivido demasiado. Panini Cómics lo publica en formato rústica de 200 páginas que reúne los números Old Man Logan vol. 2 #1-8, y lo hace sabiendo que este no es un tomo cualquiera: es el renacimiento de una leyenda.
Después del epílogo desolador que nos dejó «El Viejo Logan», de Mark Millar y Steve McNiven, Marvel necesitaba un paso más. Brian Michael Bendis ya había tanteado a este Logan durante las Secret Wars de 2015, pero su mirada era panorámica, casi turística, una visita guiada por el Mundo de Batalla. Lemire, en cambio, hace algo distinto. Coge al anciano mutante, lo despierta en un universo que no es el suyo y le pone una misión imposible, una nueva cruz a cargar. Logan abre los ojos y descubre que Nueva York sigue en pie, que los héroes viven, que los monstruos no dominaron el mundo. Y en esa confusión, su instinto asesino se activa. Esto es el pasado, entonces tiene la oportunidad de impedir la matanza, de vengarse antes de que la tragedia ocurra.

Lemire no necesita grandes explosiones para atraparnos en sus tramas. Lo suyo es el alma. Su guion rezuma dolor, resignación y una brutal ternura escondida entre la rabia. El Logan que camina por estas páginas no es un héroe, es un veterano de guerra que no distingue ya entre redención y venganza. El escritor canadiense lo muestra con un lenguaje contenido, alternando presente y flashbacks que van destilando, gota a gota, el tormento interno de este hombre convertido en leyenda. No hay diálogos grandilocuentes ni moralinas de manual; hay silencios, recuerdos y la pesada sombra del pasado que se arrastra detrás de cada viñeta. La estructura de estos ocho números recuerda al western crepuscular, con ese sabor a polvo y desesperanza que tan bien conoce Lemire. Logan viaja, observa y actúa como un samurái envejecido que no encaja ya en el tiempo que le ha tocado vivir.
Su encuentro con héroes como Ojo de Halcón o el Capitán América tiene un aire espectral, como si se cruzara con los fantasmas de un mundo que no le pertenece. Es un cómic sobre el desarraigo, sobre el trauma y el sinsentido de sobrevivir cuando todo lo que amabas ya ha muerto. En el fondo, es una meditación sobre el tiempo y la memoria, sobre cómo los héroes cargan con sus errores y cómo incluso un hombre que ha matado a sus amigos puede intentar, de alguna manera, salvar lo poco que queda de sí mismo. Lemire sabe que el que se acerca a este cómic ya conoce el destino final de este Logan; por eso juega con esa tragedia inevitable y convierte cada página en un eco del dolor anterior.

En cuanto al dibujo, el arte de Andrea Sorrentino, acompañado por el color eléctrico y venenoso de Marcelo Maiolo, eleva la historia a una categoría hipnótica. Sorrentino no dibuja: disecciona el espacio. Cada página es un puzle de composiciones imposibles, una explosión de sombras, líneas diagonales y geometrías que transmiten la confusión mental del protagonista. Sus figuras parecen talladas en piedra y bañadas en sangre, con una tensión constante entre lo realista y lo expresionista. Maiolo, por su parte, aporta un color que oscila entre la crudeza y la poesía, bañando la violencia en tonos casi oníricos, con contrastes de rojos, verdes y azules que recuerdan más a una pesadilla que a un cómic de superhéroes. Es difícil pensar en otro artista que pueda capturar mejor el carácter de este Logan: brutal, taciturno, crepuscular.
La edición de Panini Cómics, dentro de la línea Marvel Saga TPB, merece un párrafo aparte, porque esta colección se ha convertido en el refugio perfecto para el lector que quiere una edición cómoda pero cuidada. Además, se incluyen las portadas alternativas realizadas por Jeff Lemire, Mike Deodato Jr., Mike McKone, Tim Bradstreet, John Tyler Christopher, Michael Cho o Declan Shalvey entre otros. Al final, estás 200 páginas de «El Viejo Logan» no solo se disfrutan. Se sienten como un combate interior, como un rugido que se apaga entre los recuerdos. Es el inicio de una nueva era para un personaje que ya no tiene nada que perder y, sin embargo, sigue dispuesto a pelear contra el destino. Cuando uno cierra el tomo y lo deja reposar sobre la mesa, comprende que no ha leído un simple cómic de superhéroes, sino una epopeya de redención, dolor y furia contenida. Una historia bestial y brutalmente humana, presentada en una edición que hace justicia a su grandeza. Cuando el viaje termina, solo queda esa certeza final, como un golpe seco de adamántium sobre el corazón.
