Biblioteca Marvel Príncipe Namor, el Hombre Submarino volumen 5: orgulloso y solitario

La Biblioteca Marvel sigue nadando con elegancia entre las aguas del recuerdo. Con este número noventa y siete(el número cinco de su serie), dedicado a Namor, el Hombre Submarino, nos ofrece una de esas joyas que justifican por sí solas la existencia de esta línea editorial. No se trata solo de un conjunto de cómics recopilados. Es una auténtica máquina del tiempo que nos transporta directamente a la Marvel de finales de los años sesenta, cuando la editorial vivía una expansión creativa sin precedentes y cada página parecía cargada de electricidad. Este volumen, que recopila Prince Namor, The Sub-Mariner #3–8 y una historia adicional de Not Brand Echh #9, es un verdadero tesoro submarino donde confluyen la épica heroica, el drama romántico y el espectáculo visual más grandioso de la Era Marvel.

En el tomo anterior ya habíamos asistido al comienzo de la etapa de Roy Thomas como guionista, una fase que supuso el crecimiento del personaje más allá de sus raíces pulp y de su imagen de simple antihéroe. Aquí, Thomas consolida esa visión, y junto al incomparable John Buscema al dibujo, asistido por las tintas de Frank Giacoia y Dan Adkins, logra una simbiosis artística de primera categoría. Si algo define a este volumen es la sensación de estar ante un cómic que combina el sentido clásico del heroísmo con una profundidad poco habitual para la época.

El tomo arranca con “En un día despejado puedes ver… ¡El Leviatán!”, continuación directa de la aventura previa del Hombre Planta. Thomas introduce en esta historia a Tritón, el miembro inhumano de la familia real de Attilan, que se convierte en un aliado ocasional de Namor. La unión entre ambos personajes funciona como una especie de espejo. Dos seres anfibios, orgullosos y nobles, atrapados entre el mundo humano y el marino. Tritón, con su aspecto exótico y su tono melancólico, refleja los dilemas de Namor y amplifica su tragedia. Visualmente, Buscema logra un equilibrio perfecto entre dinamismo y majestuosidad. Cada página parece tallada en coral, cada ola es una sinfonía de movimiento.

La historia siguiente, “¿Quién luchará por Atlantis?”, nos presenta un conflicto político interno, con la reaparición del eterno rival Attuma. Thomas demuestra aquí su habilidad para dotar de un aire shakespeariano a los argumentos. No hay simple acción, sino un auténtico drama de tronos y lealtades. Atlantis, bajo su pluma, se convierte en un escenario de intrigas palaciegas y guerras civiles, un reino que respira con vida propia. El guion, aunque estructuralmente clásico, está repleto de frases grandilocuentes y de monólogos interiores que retratan el tormento y la arrogancia de Namor, un rey que ama tanto a su pueblo como detesta al mundo de la superficie. Pero el plato fuerte del volumen llega con el debut de tres personajes fundamentales para el futuro del atlante: el Dr. Dorcas, su creación el Tiburón-Tigre y Diane Arliss, hermana del monstruo marino. En “¡Cuidado con… Tiburón-Tigre!” y “…Y para el vencido… ¡la muerte!”, Roy Thomas y John Buscema construyen un relato que mezcla la ciencia desatada, la tragedia moral y el conflicto físico en su máxima expresión. El Dr. Dorcas, un científico demente con afán de control, crea a Tiburón-Tigre combinando ADN humano con el de los depredadores del océano. El resultado es un villano de diseño espectacular, musculoso y salvaje, que se convierte en el rival perfecto de Namor. Su aspecto es una muestra más del genio de Buscema. Cada plano de su rostro o de sus aletas respira amenaza, fuerza y una cierta tristeza animal. En paralelo, Diane Arliss aparece como el contrapunto emocional. Su relación con Namor introduce un componente romántico y trágico que enriquece la serie. Diane se perfila como la alternativa a Lady Dorma. Así se conforma un triángulo sentimental que aportará, en adelante, tensión y dramatismo. Thomas explora así los sentimientos de Namor con un tono que recuerda a las tragedias griegas. Héroes atrapados por su destino, condenados por su orgullo y su naturaleza. Lo interesante es que el guionista no renuncia a la espectacularidad, sino que la entrelaza con los conflictos del alma. El resultado son historias que se leen con emoción y que, medio siglo después, siguen transmitiendo una energía indómita. A estas alturas, el dibujo de John Buscema alcanza un nivel casi mitológico. Sus composiciones, siempre dinámicas y elegantes, confieren a cada viñeta una sensación de grandeza. No hay un plano que no tenga intención, ni un rostro que no exprese orgullo o rabia. Giacoia y Adkins, como entintadores, hacen un trabajo espléndido al conservar el vigor de sus lápices sin enturbiar el trazo. El Namor de Buscema es más que un superhéroe: es una estatua viviente que respira cólera y nobleza a partes iguales.

El tomo continúa con una historia que añade una capa de complejidad política al universo submarino: “Para presidente… ¡el hombre llamado Destino!”. Aquí, Thomas rescata al villano Destino, quien, tras ocultarse bajo la máscara de un populista, busca dominar a los atlantes mediante el poder de su legendario casco. Este argumento, que podría parecer simple, encierra una lectura sorprendentemente moderna. Thomas anticipa el retrato de un líder carismático que manipula a las masas con promesas y discursos vacíos, algo que resulta muy actual incluso hoy. Aunque la trama concluye de manera algo abrupta, su impacto es duradero, pues el casco de poder de Destino se convertirá en un elemento recurrente en futuros episodios del Universo Marvel. La última historia principal, “¡En el fragor de la batalla!”, es un regreso a la superficie y un reencuentro con un viejo adversario. La Cosa, el miembro más temperamental de los Cuatro Fantásticos. El choque entre ambos personajes es tan inevitable como irresistible. Dos titanes, uno de piedra y otro de agua, descargando su furia en una pelea que es tanto física como simbólica. Thomas aprovecha el enfrentamiento para ofrecer un homenaje nostálgico a Betty Dean, el antiguo amor de Namor de la Edad de Oro, cerrando el número con un tono agridulce. Esa mezcla de furia y melancolía resume a la perfección el espíritu del personaje: un héroe condenado a la soledad, incapaz de hallar paz ni en la tierra ni en el mar. Como colofón, el tomo incluye una historia humorística procedente de Not Brand Echh #9, la colección satírica con la que Marvel se autoparodiaba. Ver a Namor convertido en caricatura después de tanta tragedia es casi terapéutico. El contraste entre la solemnidad de las aventuras principales y el tono cómico de esta pieza funciona como un pequeño respiro, una risa bajo el agua que recuerda que incluso los dioses del océano pueden ser objeto de broma.

Esta edición de Panini merece mención aparte. La Biblioteca Marvel no solo rescata las historias originales, sino que las presenta con una riqueza de contexto admirable. En la página 3 encontramos el excelente artículo “La forja de una corona”, escrito por David Aliaga, que analiza la consolidación de Namor como personaje y su evolución bajo la pluma de Roy Thomas. Más adelante, la sección “La Era Marvel de los Cómics: abril de 1968 – septiembre de 1968” de Lidia Castillo sitúa los acontecimientos en su marco histórico, enlazando la evolución de Namor con el resto del cosmos Marvel. Además, el tomo incluye las cartas de los lectores originales de los cómics americanos, traducidas por Gonzalo Quesada, que aportan una perspectiva fascinante sobre cómo se recibían estas aventuras en su momento. Leer esos correos, llenos de entusiasmo y debates sobre continuidad, es asomarse al espíritu de una época donde cada número era esperado con ansiedad casi infantil.

A la hora de juzgar este tomo, resulta evidente que John Buscema es la estrella absoluta. Su dibujo no solo define el aspecto de Namor durante décadas, sino que eleva el conjunto a una categoría casi legendaria. Buscema da forma al mar, al movimiento, a la furia del agua. Sus páginas son puro dinamismo: los combates con Tiburón-Tigre o con La Cosa parecen moverse ante los ojos del lector. Pocos artistas han logrado dar tanta sensación de volumen y energía bajo el agua. Sin embargo, reducir el mérito a lo visual sería injusto. Los guiones de Thomas, si bien sencillos en estructura, funcionan como una maquinaria perfecta de entretenimiento clásico. No buscan complejidad psicológica moderna, sino emoción pura, heroísmo sincero y sentido de la aventura. Cada número tiene su clímax, su tragedia y su redención. Y eso, leído hoy, resulta refrescante.

Al final, leer a Namor es siempre sumergirse en una tragedia hermosa. Un rey sin reino estable, un héroe sin patria, un hombre dividido entre la superficie y el abismo. Pero también un personaje que, pese al paso del tiempo, sigue brillando con fuerza. En estas páginas, vuelve a ser lo que siempre fue. El primer antihéroe de Marvel, el precursor de todos los personajes atormentados que vendrían después. Por eso, cuando cierras el tomo, con las últimas olas golpeando la costa de tu imaginación, te das cuenta de que el océano de la casa de las ideas no sería el mismo sin él.

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