
Pocas veces un cómic logra que el lector sienta el calor abrasador del desierto, el olor a hierro oxidado de las armas y el peso trágico de un imperio en decadencia. «La Expedición: El León de Nubia», primer tomo de la saga firmada por Richard Marazano y Marcelo Frusin, es una odisea brutal y sofocante que convierte la historia romana en un viaje hacia lo desconocido. Una marcha hacia el fin del mundo conocido, donde la razón del Imperio se disuelve entre la arena y la superstición.
La historia comienza poco después de la anexión de Egipto al Imperio Romano, cuando el esplendor de las pirámides ha sido reemplazado por el polvo de la ocupación. En el año 42 d. C., Roma impone su poder sobre el antiguo reino de los faraones, pero sus legiones aún desconocen los misterios que aguardan más allá del Nilo. Un centurión, Marcus Livius, encuentra una embarcación a la deriva. En su interior, un féretro lleno de ofrendas y promesas de una civilización inimaginable al sur del continente. De ahí nace la expedición. Una partida de legionarios endurecidos, ladrones, asesinos y mercenarios reclutados para una misión suicida. Su destino: penetrar en el corazón del África negra, allí donde el mapa se termina y el miedo empieza. Por eso, Marazano plantea la historia como una tragedia. Los hombres del Imperio no viajan para descubrir, sino para conquistar. Su fe está en la espada, no en los dioses. Sin embargo, en las tierras de Nubia, el acero no basta. Lo que los espera no es un pueblo enemigo, sino algo más antiguo, más poderoso, más primitivo que el propio tiempo. Y entre el polvo, la fiebre y el sol, la expedición se convierte en una procesión de locos, en una danza entre la gloria y la muerte.

Richard Marazano demuestra otra vez su habilidad para cruzar historia y mito. En El León de Nubia, no hay un solo diálogo que no respire fatalidad. Su narración es seca, casi militar, y al mismo tiempo profundamente poética. Roma se nos presenta no como un faro de civilización, sino como una maquinaria ciega que avanza por pura inercia, devorando todo lo que toca. Marazano usa la estructura del viaje como un descenso a los infiernos. Cada paso que da Marcus Livius y sus hombres los aleja más del orden romano y los acerca a algo ancestral algo casi mágico. No hay monstruos visibles, pero se intuye su sombra en el viento, en las miradas, en el propio desierto. Lo que asusta no es lo que se ve, sino lo que se insinúa. Una presencia latente en esas tierras donde los dioses no murieron, sino que esperaron pacientemente a ser despertados. Su prosa tiene el poder de un evangelio antiguo. Cada diálogo entre soldados huele a sudor y resignación; cada enfrentamiento contra el entorno revela una lucha interna más que física. No es solo una historia de romanos explorando África. Es la representación simbólica de la arrogancia humana ante lo desconocido. Roma, el poder absoluto, se topa con algo que no entiende. Y en ese choque nace el verdadero terror.
En el aspecto gráfico, Marcelo Frusin, el dibujante argentino, lo convierte todo en una experiencia abrumadora. Su trazo, lejos del clasicismo franco-belga, es nervioso, violento, lleno de sombras. Su Egipto es un territorio enfermo de calor y polvo, un lugar donde el aire parece vibrar como un espejismo. Frusin maneja la luz con un sentido casi cinematográfico. Los atardeceres arden en tonos ocres y rojizos; las noches se hunden en un negro azulado que parece devorar a los personajes. Y los cuerpos están tallados como si fueran estatuas rotas, músculos tensos, rostros marcados por la fatiga, los ojos cargados de miedo. Ahí está la genialidad de Frusin. Muestra que el verdadero enemigo no está fuera, sino dentro. Cada viñeta transmite agotamiento, locura y obsesión. Es como si el dibujo se volviera más oscuro a medida que los personajes se adentran en lo desconocido. Una sensación de que el viaje no tiene retorno.

La edición de Diábolo es impecable y digna del material que contiene. Reproduce fielmente el formato francés de Éditions Dargaud, con traducción de Diego Álvarez. Por eso llega esta tercera edición para que los lectores volvamos a disponer de esta obra tan interesante. Las 56 páginas son un torbellino de arena, sudor y misterio que se leen con el corazón en un puño. Marazano y Frusin construyen una historia que empieza como un relato histórico y termina como una pesadilla majestuosa, donde el Imperio Romano se adentra en lo desconocido y el lector siente cada paso, cada aliento y cada sombra. Es una de esas obras que no da tregua. Cada página estalla con violencia, belleza y un magnetismo que hipnotiza. Pero lo más impresionante es lo que deja detrás. No hay sensación de cierre, sino de comienzo. La historia se detiene justo cuando el abismo empieza a abrirse bajo los pies de los personajes. Sabemos que lo peor (o lo mejor) está por llegar. Así, «La Expedición» no solo inaugura una saga, sino que promete una epopeya de las que hacen historia: brutal, enigmática y escrita con fuego sobre la arena. Un primer tomo que abre las puertas del infierno y nos deja esperando, con ansia bárbara, el siguiente paso en este viaje hacia la oscuridad.
